ESCARLATAS
LO de colocar un cartel de advertencia por delante del visionado de Lo que el viento se llevó, tras caerse durante unos días de HBO Max, parece una recomendación infantil para el espectador que está dispuesto a recrearse sin más con este melodramón de volutas, sombreros y esclavos que en nuestra versión doblada de los años 50 quedan caricaturizados en exceso. Hay algo de oportunismo a raíz del pesar, justificado, que se vive en Estados Unidos.
No sería necesario advertir ni contextualizar su proceso creativo para disfrutar de esta película cuando además se trata de un consumo privado, voluntario y pagado como el del streaming. El visionado bajo demanda permite al usuario consumir lo que desea a su aire: la misma hermosa libertad como la de leer un libro o este periódico. Poner trabas añadidas a ese consumo cultural puede ser incluso contraproducente. Otro asunto sería programar en prime time Lo que el viento se llevó como complemento a un especial informativo donde se hablara de las bondades del racismo o la idealización de los Confederados. Sin ir más lejos TV3 ha dedicado centenares de noches a ensalzar la opción de una parte de la sociedad catalana como el independentismo. Hay causas que se siguen larvando en contenidos en apariencia inofensivos.
Aislada en un consumo individual el visionado de cualquier película, por dudoso o rechazable que sea su mensaje, no pasa de ser un documento histórico y en el caso de Escarlata es una obra de arte por encima del comportamiento de sus personajes y de sus romanticismos superados. Pero otro asunto, de nuevo, es seguir programando alegremente en las sobremesas y tardes de los fines de semana en las cadenas generalistas películas españolas donde se ensalza con naturalidad, y con humor desfasado, el machismo o valores proteccionistas y reaccionarios, condenables a ojos de hoy. Esas españoladas son espejos sociológicos, aunque en pro del gusto nostálgico de los mayores siguen gozando de una posición estelar en las parrillas.