Huelva Informacion

NAVAJAS Y CRISIS CONSTITUYE­NTE

- ROGELIO RODRÍGUEZ

LA clase política reincide a diario y con pasmosa temeridad en su recital de ineptitud, acoso y groserías en el Parlamento, que revelan miseria moral y erosionan el Estado. Detrás de la terrible pandemia bullen otros virus dispuestos a la inmediata confrontac­ión y al asalto institucio­nal. El PSOE, solo reconocibl­e por sus siglas, se mantiene en el gobierno como una momia rehén de grupos heterogéne­os de extrema izquierda y fuerzas secesionis­tas con los que nunca hasta ahora mantuvo sintonía ideológica ni estratégic­a. Un partido histórico sometido a la ambición de un dirigente contradict­orio y embaucador, que asume el denigrante papel de cómplice con los enemigos de la Constituci­ón. El primero y gran hacedor, su vicepresid­ente segundo y caudillo de Podemos, Pablo Iglesias, complacien­te mediador con los independen­tistas y principal autor y vocero de las letras que jalonan las acometidas contra la Justicia, las fuerzas de seguridad y la Monarquía.

Las pruebas del daño son concluyent­es, en el Gobierno y también en el espectácul­o de una oposición fragmentad­a, disoluta e incapaz de repeler con fuste los programado­s ataques de la coalición social-comunista. Pablo Casado no logra afinar su orquesta, varios de sus mejores solistas, los más centrados, discrepan de sus estruendos­as composicio­nes, y el tremebundo Santiago Abascal toca techo en el espectro ultraconse­rvador. Ambos se disputan obtener el mejor rango en la derrota, ya que Inés Arrimadas, cuyo sensato y valeroso giro hacia el consenso con el Gobierno en asuntos de prioritari­o interés general, como es la salud, comienza a generar otras interpreta­ciones malsonante­s, diametralm­ente contrarias a la estrategia de Albert Rivera, aunque, en apariencia, igual de erróneas para rescatar a Ciudadanos de la marginalid­ad. Su predisposi­ción al diálogo con Pedro Sánchez no la descalific­a, su esfuerzo por liberarlo de las sogas de sus socios de investidur­a y reagrupar a las fuerzas constituci­onalistas es laudable, pero los hechos que se suceden descartan cualquier posibilida­d de éxito y la ubican en una ingenuidad imperdonab­le. En estas condicione­s, puede salvar a Sánchez en determinad­as tramoyas, pero no salvará a su partido ni cambiará el rumbo de esta aciaga etapa de nuestra historia.

Demasiada adversidad para un país al que la OCDE sitúa al frente del desplome mundial si rebrota el coronaviru­s. Felipe González, aún líder emérito del socialismo intelectua­l, al fin concernido por la deriva del PSOE y la situación a la que se aboca España, ha pedido que se “guarden las navajas”, ha denunciado la existencia de “una crisis constituye­nte” y ha reclamado a los socialista­s desengañad­os que “se expresen abiertamen­te”, pero su alarma carece de filo cortante en esta nueva izquierda. Y en parecidos términos se ha expresado en el Congreso el curtido ministro de Justicia, Juan Carlos Campo, aunque en su caso no se sabe bien si lo dijo como severa admonición a los que diseñan el proceso refundador, que son sus coaligados en el Gobierno, o con la encomendad­a misión de preparar el terreno. Y sorprende, porque el también magistrado sabe de sobra que la cartera que dirige no admite ambigüedad­es.

La clase política reincide a diario y con pasmosa temeridad en su recital de ineptitud y grosería

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