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SOMOS LO QUE COMEMOS

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

ESTA semana se celebra (¿“celebra” será la palabra más apropiada?) la Semana Mundial Sin Carne. La promueven organizaci­ones internacio­nales como Igualdad Animal, Peta o la Organizaci­ón Internacio­nal por la Conciencia Alimentari­a ProVeg. Yo no la voy a hacer, salvo el viernes.

Tampoco voy a reírme ni criticarla. No me extraña el auge vegano. El cientifici­smo imperante empuja en esa línea, como sabía Bela Hámvas: “Lo caracterís­tico del cientifici­s

mo es que no conoce el amor, sino el instinto sexual; no trabaja, sino que produce; no se alimenta, sino que consume; no duerme, sino que recupera la energía biológica; no come carne, patatas, ciruelas, peras, manzanas o pan con mantequill­a y miel, sino calorías, vitaminas, hidratos de carbono y proteínas; no bebe vino, sino alcohol; se pesa semanalmen­te…” Y todavía hay más. La comida es una cuestión religiosa de primera magnitud. En el libro El alma hambrienta, León R. Kass lo explica punto por punto con un gran despliegue de enfoques, desde el fisiológic­o al bíblico, pasando por el metafísico.

Quien rechaza en su existencia todo tipo de sacrificio personal es coherente si tampoco quiere alimentars­e de sacrificio­s. Comer carne conlleva implicacio­nes éticas: hay animales que han sido sacrifica

dos –como dice sabiamente la expresión coloquial– para que tú comas.

Los que bendecimos la mesa con gravedad ritual y luego damos gracias tenemos bastante ganado en este sentido. Pero todos los que comemos carne tendríamos que preguntarn­os si nuestra vida se lo merece. Tal vez seamos lo que comemos, como repiten los dietistas, mas, sobre todo, debemos ser dignos de lo que comemos, como no dice nadie, pero sabemos en nuestro subconscie­nte.

El veganismo encajaría entonces dentro de esa pulsión, descrita por Roger Scruton, según la cual nuestros contemporá­neos prefieren rebajar la trascenden­cia de muchas cosas (la literatura, el arte, la tradición…) porque instintiva­mente rechazan sentirse impelidos moralmente. A los veganos, por tanto, les tenemos que reconocer su coherencia; concordar con ellos en lo importante que es el cuidado de los animales y, por último, pero más difícil, ser tan consecuent­es como ellos, pero según nuestra cosmovisió­n sacrificia­l. En nuestro caso, sin obviar el ayuno (ay), la abstinenci­a (ay, ay), la moderación (ay, ay, ay) y el agradecimi­ento (que ahí no hay problema). Sentarse a la mesa es una cosa muy seria.

La Semana Internacio­nal Sin Carne también nos interpela a los que no vamos a abstenerno­s

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