“Los políticos hacen teatro, sobreactúan, para desviar la atención de lo importante”
● Tras haber superado el coronavirus, el cántabro publica ‘El corazón con que vivo’, la novelacon la que ganó el Premio Primavera y en la que reivindica la necesidad de la reconciliación
“Estos gemelos tienen una historia digna de ser contada”, le dice un conocido que encuentra en un tren a José María Pérez, Peridis, tras haberle enseñado el accesorio que adorna sus mangas, “pero ni sé hacerlo como es debido ni tengo tiempo para ello. A mi familia y a mí nos gustaría que alguien la novelara”. El relato que contienen esas piezas no atañe tan sólo a aquel hombre y sus parientes, ahí se esconden también los orígenes del propio Peridis y el pasado convulso de un país, España, donde bien podían haber nacido Caín y Abel. Tras su Trilogía de la Reconquista, Peridis, creador inquieto e inclasificable –viñetista, arquitecto, divulgador del patrimonio y escritor– viaja a los años de la Guerra Civil para contar la peripecia de dos familias instaladas en bandos contrarios entre las que sin embargo se impondrá la comprensión y el amor. En El corazón con que vivo (Espasa), la novela con la que su autor ganó el Premio Primavera, Peridis tiene la valentía de buscar la emoción (“¿Has llorado?”, le pregunta al periodista) y pone el énfasis en un concepto, el de reconciliación.
–En un momento de la novela, un minero va a avisar a Don Honorio de que está en la lista de enemigos de la República y que corre peligro. La novela está llena de acciones así, en las que el sentido común, la generosidad de los vecinos, se impone a la ideología. –Somos humanos. Una guerra civil es una locura, una catástrofe inimaginable. Quizás nos hagamos una idea hoy por lo de Siria. Lo terrible de un conf licto así es que convierte a amigos, vecinos y a familiares, de la noche a la mañana, en enemigos a muerte. En mi novela Don Honorio y Don Arcadio, que han sido compañeros de estudios en Valladolid, que treinta años antes aparecían juntos en la orla de la promoción, amanecen el 18 de julio siendo adversarios de bandos contrarios. Esto es lo que tienen las guerras civiles, los enfrentamientos políticos, cuando se tensiona la vida y no se resuelven los problemas. –Hablando de tensiones, en esa romería donde arranca El corazón con que vivo se palpa la crispación que desembocará muy poco después en la guerra. ¿Le preocupa la fiereza con la que hoy se tratan los políticos, ese fomentar el odio más que el acercamiento?
–Sí, me preocupa, pero están haciendo teatro. Están sobreactuando. Y lo saben ellos, que están desviando la atención. El debate ahora era muy sencillo. ¿Cómo demonios acabamos con el coronavirus? ¿Cómo paliamos sus efectos, sobre la salud y la economía? ¿Cómo salvamos el empleo y cuidamos a los ciudadanos? Estamos en una situación endiablada, sí, pero hay que buscar soluciones. Usted se opone, perfecto, pero diga a cambio qué propuesta tiene. Porque era complicado: si desconfinamos antes de lo debido para activar la economía, y abrimos las puertas al turismo, los visitantes podrían enfermar e incluso morir, y la gente no iba a querer venir aquí. Es lo que más me duele de esta situación: que por un lado estaba el Ministerio de Sanidad y por otro estaban las autonomías preguntando qué hay de lo mío. Y han faltado ideas, alguien que sugiriera medidas o planes concretos más allá de que se abrieran los bares o, eso que hemos hablado, que se dejara venir al turismo.
–A unos les preocupa, sostiene un personaje en su libro, “la libertad”, a otros “la religión, la patria, la familia”. Ha intentado dar voz a unos y a otros.
–Bueno, yo no soy equidistante, yo condeno el golpe, creo que quien siembra vientos recoge tempestades, y las consecuencias fueron funestas. No quiere decir esto que no habría habido guerra en España, probablemente habrían entrado los alemanes. La Guerra Civil fue española en parte, porque aquí se probaron las técnicas de bombardeos de poblaciones, a ver qué efecto producían, y sin ayuda de Hitler y Mussolini Franco no habría ganado la guerra. Pero, volviendo a la pregunta, he procurado que no hubiera buenos y malos en mi libro. Claro que hubo malos en la
vida real, quienes sacaban a la gente de sus casas para pegarle un tiro, pero eso no era lo que me interesaba. Hay en la novela una cita de Azaña que reivindica tres palabras, paz, piedad, perdón, que ref lejan bien el espíritu de la novela. Yo quería quedarme en eso. Esa reconciliación entre hermanos se vivió realmente en la Transición. Pactaron unas reglas del juego, se hizo una nueva Constitución, y detrás de todo eso había un fundamento, una convicción: que nunca más podía darse un enfrentamiento entre españoles.
–Para escribir esta novela usted recurrió a su propia memoria, pero también se entrevistó con mucha gente que había vivido en la zona. ¿Descubrió algo que no supiera de sus orígenes en esa investigación?
–No mucho. Alguna historia de mi padre y... Sí, mira, yo no sabía que el abuelo del líder del PP, Pablo Casado, Herman Blanco Ramos [Germán Blanco en la novela], era íntimo amigo y compañero de estudios del protagonista de la novela, alguien me lo contó. Casado habla mucho de su abuelo como represaliado, pero fue mucho más que eso. En la guerra lo iban a condenar a muerte, pero un cura, también la familia, se movieron para que no lo fusilaran. Pasó cuatro años y medio en la cárcel, en la prisión donde estuvieron Miguel Hernández, Buero Vallejo y Pepe Hierro, y allí operaba con instrumental que improvisaba, curaba a los enfermos... Era un hombre extraordinario, muy culto. Un personaje muy interesante.
–En el prólogo cuenta que empezó este proyecto para esquivar la tristeza por la muerte de su hijo. ¿Es la literatura una tabla de salvación?
–Sí, para el lector y para quien escribe. Para mí lo ha sido. Yo tenía la sensación de que me llevaba la corriente de la tristeza por un río turbulento, y no tenía dónde agarrarme. Ahora yo estoy sentado en casa y tengo a mi alrededor varias fotos de mi hijo. El sillón en el que me siento es donde tuve la última conversación con él... Todo me recuerda, inevitablemente. Yo me he agarrado a la escritura como un náufrago a un tablón. Me vino muy bien, porque a mí no me gusta ir llorándole a la gente, aunque los amigos estén ahí por si necesitas desahogarte. La literatura te da muchas alegrías: en un momento concreto te sientes en un atolladero, no sabes cómo resolver algo de la narración, y, de repente, un personaje te da una clave y lo resuelves. ¡Es tan satisfactorio eso! –Se enfrenta a la promoción de El corazón con que vivo tras haber superado el coronavirus. ¿Cómo está ahora?
–Estoy bastante bien, un poco cansado todavía. Voy a ver cómo ha quedado el tema pulmonar. Tuve una neumonía, que, por cierto, es la segunda gorda que padezco. De la primera, de la que casi me muero, me salvó Don Honorio, que me hizo una transfusión con sangre de mi madre. Mire hasta qué punto los personajes de la novela han inf luido en mi vida.
Una guerra civil es una locura. Tu vecino, tu amigo, se convierte en tu enemigo de la noche a la mañana”
NO he visto la muestra ni estoy muy seguro de poder verla, pero en las filmaciones me llama la atención, en el espacio dedicado a Velázquez, la cercanía entre Las Meninas y Las hilanderas ( La fábula de Aracne). El emplazamiento anterior de este cuadro en otra sala permitía verlo y casi meditarlo a solas. Entonces y ahora se presenta sin los llamados añadidos del siglo XVIII, el arco de medio punto y el óculo del fondo: aumenta así la cercanía entre los dos espacios del cuadro, uniéndolos en su diferencia. Las cinco trabajadoras de la fábrica de Santa Isabel conectan con las tres nobles paradas ante el tapiz donde Miner va (con todas sus armas) condena a Aracne a hilar eterna y mecánicamente, como una araña. Una viola de gamba a la izquierda recuerda el remedio contra la picadura del animal: la música.
Los dos grupos de mujeres no dejan de plantear interrogantes: ¿forman Minerva y Aracne parte del tapiz o están en el espacio real?, ¿las tres nobles serían entonces las ninfas que, dice Ovidio, acudían a admirar la destreza de la tejedora lidia? Si el tapiz se limita a El rapto de Europa ¿es una prueba de la impiedad de Aracne, al destapar las liviandades de Júpiter, o es un índice de la historia de la pintura al citar un cuadro de Tiziano copiado por Rubens? Mientras, en el espacio más cercano, la mujer de edad avanzada que, serena y segura, maneja la rueca ¿es Minerva, experta en todas las artes, a la que Ovidio disfraza de anciana? Y la joven de la devanadora a la derecha ¿es, por su aplicación, una artesana, es decir, Aracne? La similitud de ambas figuras con los Ignudi de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina sobre la Sibila Pérsica ¿es otra alusión a la historia de la pintura?
Todo esto es de sobra conocido. Hace más de setenta años, Angulo Íñiguez y Enriqueta Harris detallaron la impronta mitológica del cuadro, que ya sospechaba Ortega. Si lo traigo a colación es por la cercanía entre estas redes de asociaciones (realidad y ficción, pintura de género y mitológica, naturalismo e ilusión, cuadros en el cuadro… ) y las ideas de Baltasar Gracián.
No creo que Velázquez leyera a Gracián pero una noción del escritor guarda estrecha relación con este cuadro (y con otros del pintor sevillano): es el concepto. Un concepto, para Gracián, es aquello que establece una relación entre dos cosas hasta entonces dispares o conecta cosas hasta entonces separadas. No es una ocurrencia, que se desvanece como fuego de artificio, sino algo que abre nuevas vías al pensamiento. Por eso el concepto es elaboración del ingenio. El ingenio, dice Gracián, es el sol en el firmamento del microcosmos, esto es, en la actividad inteligente de los seres humanos. Si la inteligencia es el Atlante, que sostiene el mundo interior, el ingenio es Alcides (Hércules) que, atrevido, destila nuevos sentidos, inventa, crea.
El ingenio no desdeña la inteligencia ni el estudio ni el arte (la técnica ar tística): las exige pero no se confunde con ellas. Es sabiduría que no da la universidad ni los cabildeos de la corte ni la disciplina del taller. Se adquiere en la práctica de cuanto llamó el siglo anterior artes de la memoria, un ejercicio de asociaciones (de transversalidad, diríamos hoy) que está en la base de los libros de emblemas. Pero hay diferencias: para Gracián son decisivos el gusto y la ref lexión. El gusto porque una sutil sensibilidad, al despertar la fantasía y generar placer, fortalece la propuesta del ingenio. La ref lexión porque el ingenio no se satisface acumulando conocimientos sino se esfuerza en pensarlos, sopesarlos,
penetrarlos. Piensa y mide el propio pensamiento
El ingenio es una comprensión de las cosas distinta de la excelencia nobiliaria de la sangre o las armas, y de la arquitectura dogmática de las Iglesias. Quizá sea un anticipo del tercer estado: una elaboración del mundo desde la sensibilidad particular del individuo. ¿No es la que aparece en un Marte potente pero al fin despojo de la presunta dignidad militar, o en La fragua de Vulcano, nuevo alegato de la superioridad delarte sobre la artesanía pero a la vez escena, como sugiere Gállego, de una comedia de enredo?
El ingenio comparte sus hallazgos. Surge así el saber de los discretos, es decir, de quienes son capaces de discernimiento y por eso cruzan sin temor ni fatiga la frontera de lo convencional. Quizá no puedan asegurar si La cena de Emaús, tras La mulata, es un cuadro, un ventanuco al comedor o un espejo, pero se mantienen en la danza de los sentidos posibles. Esos tales mantienen el placer de lo insólito y anteponen la fertilidad poética del enigma a la seguridad, firme pero destructiva, de la certeza. Esa es la fecundidad de la pintura de ingenio.