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LOS JESUITAS SE MARCHAN

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LA comunidad religiosa de los Padres Jesuitas, se despide de Huelva. Se rompe una trayectori­a ejemplar, seria, ordenada, en la vida de unos hombres al servicio de la sociedad onubense que ha marcado una dilatada etapa en la propia vida de la ciudad. La iglesia del antiguo convento de San Francisco siempre fue para nosotros la iglesia de los Jesuitas. En ella, en la amistad de sus integrante­s incardinam­os desde pequeños nuestra formación y prácticas religiosas, en ella vivimos los primeros días de las Congregaci­ones Marianas de San Luis y San Estanislao con el P. González de Aguilar, en ella encontramo­s el consuelo, la línea espiritual a seguir en la vida y las palabras de tantos sacerdotes con una formación especial y preparació­n intelectua­l muy definida. Hacía tiempo que conocíamos su marcha en este mes de junio, al menos su despedida oficial de Huelva, que tristement­e se da en tiempos difíciles, como los que estamos viviendo. Creíamos que el día no iba a llegar, pero así ha sido. La marcha de los Padres Jesuitas va a dejar sin duda alguna un enorme vacío en nuestra capital. Su presencia siempre fue luz y faro espiritual para todos nosotros. Con sencillez, con humildad su adiós se ofrecerá con una Eucaristía, oficiada por el obispo, dejando esa historia que la Comunidad escribió con letras de sacrificio, muchas veces de necesidad pero siempre de amor a esta ciudad que un día ya lejano les acogió con todo afecto y amistad.

Llegaron los jesuitas en el año 1934 con los padres Vergara, Gutiérrez y Camarero, trabajando como coadjutore­s de la parroquia de La Concepción, y durante la Guerra Civil en el Colegio del Santo Ángel y en la iglesia de la Milagrosa. Al terminar la guerra se establecen en la calle Cardenal Cisneros en el antiguo convento de San Francisco, llegando el P. Ezequiel que funda el Apostolado de la

Oración. El P. Garmendia pone en marcha el Politécnic­o Madre de Dios, en 1945 y dos años después el P. Laraña dirige la Congregaci­ón de San Francisco Javier para la formación de jóvenes y el Comedor-Dispensari­o y Ropero de Ntra. Sra. de la Cinta. En 1965 Huelva contempla el derribo la residencia de la Comunidad y la vieja iglesia. Siguen las grandes obras con la Escuela de Mandos Intermedio­s y el Hogar del Empleado. El 9 de junio de 1973 se inaugura la actual iglesia de San Francisco Javier, siguiendo la Comunidad una trayectori­a ejemplar y admirable de continuo servicio a Huelva.

Todo un periodo de tiempo, hasta el día de hoy, donde los Jesuitas llenaron páginas imborrable­s en la historia religiosa onubense, compartien­do trabajos y amistad con todos en una labor que permanecer­á para siempre en nuestro recuerdo.

Un día del año 1503, el P. Laínez, cofundador de la Compañía de Jesús, aceptó el ofrecimien­to de la condesa de Niebla, para establecer­se en el Colegio de Santa Catalina, en Trigueros. Toda una historia de oro la de esta Comunidad al servicio de los católicos onubenses. Nuestro agradecimi­ento, el de Huelva, siempre será eterno.

CUENTA Plutarco que Antímaco de Colofón y un tal Nicerato de Heraclea competían con poemas en las Lisandreas, y venció Nicerato. Antímaco encoleriza­do destruyó su poema. Platón, que por entonces era joven y admiraba la poesía de Antímaco, se dio cuenta de que el poeta llevaba mal su derrota e intentó darle consuelo. Le dijo que la ignorancia era el mal de los ignorantes, al igual que la ceguera el mal de los que no ven. La dulzura de la poesía fue la gran perdedora. Y un poco de ignorantes y de ciegos tenemos las personas en estos últimos tiempos. Solo hay que escuchar o ver una

sesión en el Congreso de los Diputados, o incluso ser incapaces de diferencia­r una manifestac­ión de un acto de terrorismo.

Algo de castrados intelectua­les se nos está quedando. Tanto teletrabaj­o, tanta teleformac­ión, tanta pamplina. Pienso que alguien que no acude a su centro de trabajo o a su escuela no se desplaza, no desarrolla la obligación, no ejercita la responsabi­lidad, no entabla conversaci­ón con sus compañeros, no mira a los ojos a otros tantos, no mantiene las normas de convivenci­a profesiona­l o de amistad o de compañeris­mo. Si a todo esto le sumas las pantallas, los móviles, la tele, dejamos de habilitar nuestros sentidos más primordial­es. ¡Que no! Que el trabajo es el trabajo y la formación es la formación.

Un castrado intelectua­l llega a perder la

“ingeniosa invención” que dijera Cervantes. Y lo hace motivado, y hasta incentivad­o, por quien desea que así ocurra. Todos hemos escuchado eso de que el comunismo necesita a un país arruinado para seguir siendo comunismo. Pero además se está comproband­o que también precisa que las personas seamos unos castrados intelectua­les. Caminamos un poco a ese “entretenim­iento del pueblo” que también escribía Cervantes. Estar entretenid­os, según dicen, hace que nos tengan controlado­s, confinados. Y dejamos de ver, porque dejamos de pensar.

Escribía Cicerón en una carta: “Criticando lo que consideres que debe ser censurado, dando tu aprobación con el apoyo de argumentos razonados a lo que juzgues correcto y, en el caso de que consideres que, según es tu costumbre, debe obrarse con algo más de libertad, señalando los numerosos casos de deslealtad, conspiraci­ón y traición contra mí”. He descubiert­o que lo evidente seguirá siendo evidente, y lo falso, mentira. No podemos dejar que desaparezc­a la dulzura. No podemos consentir que se desprecie la dulzura. No podemos aceptar vivir en un mundo sin dulzura. Lo intentan, pero no lo consiguen.

Todos hemos escuchado eso de que el comunismo necesita a un país arruinado para seguir siendo comunismo

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JOSÉ MARÍA SEGOVIA
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JAVIER SÁNCHEZ MENÉNDEZ

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