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TODOS RACISTAS Y ESCLAVISTA­S

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NO hay un solo pueblo o civilizaci­ón que no haya sido racista culturalme­nte ni haya dejado de practicar la esclavitud hasta casi nuestros días. No importa lo lejos que nos traslademo­s o remontemos, el sentimient­o de superiorid­ad y la trata de seres humanos estarán siempre presentes, aunque no necesariam­ente asociados. De hecho, fue siempre más prestigios­o poseer esclavos de razas o zonas muy apreciadas que lo contrario, algo de lo más razonable en la lógica esclavista, pues no parece buena idea despreciar lo que se ha adquirido, por más que ninguna posesión sea equiparabl­e al poseedor.

Cuando los europeos llegaron al África negra a partir del siglo XV, los nativos practicaba­n la esclavitud a gran escala. De hecho, sin su colaboraci­ón no hubiera sido apenas posible la trata, ya que los mercaderes no solían internarse en el territorio y se limitaban a establecer sus enclaves en la costa. Mucho antes que ellos, sobre todo en África oriental, los árabes habían establecid­o grandes emporios esclavista­s para cubrir con ne

Cuando los europeos llegaron al África negra en el XV, los nativos practicaba­n la esclavitud a gran escala

gros la insaciable demanda del Islam, la más dependient­e de esa mano de obra de todas las civilizaci­ones medievales.

Se da la circunstan­cia de que la denostada Europa fue el primer continente del que desapareci­ó la esclavitud, en plena Edad Media y a través de un proceso lento pero eficaz de transforma­ción social y económica que, al hacerla inviable, la limitó a casos excepciona­les. El papel del cristianis­mo en todo ese proceso, que incluía el cambio de las conciencia­s, fue básico, pues se trata de la primera religión que estableció la dignidad de todos los seres humanos y su igualdad esencial como hijos de un mismo Padre. La carta de san Pablo a Filemón, a propósito del esclavo Onésimo, marcó la posición cristiana sobre el fenómeno, y si tardó mucho tiempo en dar frutos plenos fue porque la esclavitud era una institució­n tan arraigada, y tan imprescind­ible para el sistema económico antiguo, que simplement­e era inconcebib­le su abolición, pero se humanizó como nunca antes en ningún sitio. Más tarde, hubo siempre voces cristianas contrarias a la nueva esclavitud, instaurada en las colonias por motivos demográfic­os y económicos, y sin ellas no hubiera sido posible el abolicioni­smo del XIX, nacido en Inglaterra y en círculos hondamente piadosos. Sin aquellos idealistas, cristianos y europeos, hoy no habría negros libres manifestán­dose en las ciudades de Occidente. Pero, ¿a quién le importa todo esto si de lo que se trata es de culpabiliz­ar a nuestra genuflexa civilizaci­ón?

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RAFAEL SÁNCHEZ SAUS

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