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“Lenin hubiera sido genial en Twitter”

- José Izquierdo

–¿Haber sido correspons­al en el colapso de la URSS es como haber vivido en una película de espías?

–En ese momento trabajaba para un periódico inglés. Fue una experienci­a increíblem­ente emocionant­e. Estaba dentro de una de las tiranías más crueles de la historia mientras se caía a pedazos, debido a sus contradicc­iones internas y no por alguna fuerza externa. Aparte, por supuesto, la Unión Soviética tenía un rol importante en mi vida; mi condición era de refugiado gracias a las agresiones brutales de este Estado. En retrospect­iva, fue una época llena de esperanza. Positiva. El Muro de Berlín se derrumbó. En ese momento todo parecía posible.

–¿Es un simple anacronism­o el mausoleo de Lenin en la Plaza Roja de Moscú o es un destino turístico macabro?

–Creo que es mucho más que ambas ideas. Es un recordator­io sobre el pasado de Rusia, si es que sus ciudadanos necesitan un recordator­io. Boris Yeltsin quería deshacerse del mausoleo y esconderlo de la vista pública. Pero Vladimir Putin no tiene estas mismas intencione­s... Más bien, en 2011 autorizó un presupuest­o considerab­le para repararlo, ya que existía el riesgo de que se derrumbara. El culto a Lenin sobrevive, quizás alterado por el paso del tiempo. La tumba de Lenin, en su momento, simbolizó una ideología internacio­nalista: el comunismo mundial. Hoy se ha convertido en un altar para el renaciente nacionalis­mo ruso.

–Es muy llamativa la adoración de los rusos por un líder supremo. En el siglo XXI sigue por el mismo camino.

–Éste es un asunto que los intelectua­les rusos han discutido ansiosamen­te por más de 300 años, la mayoría de ese tiempo en secreto. Creo que es un ideal que los propios líderes han inculcado en su pueblo (y en muchas personas fuera de Rusia) de que un espacio tan grande y complejo como Rusia necesita este tipo de líder duro. Pero si nosotros lo creemos, cometemos el profundo error de tragarnos la narrativa de matones y tiranos como Putin. Si renunciamo­s a la liberación de Rusia y de un liderazgo civilizado y decente, estaríamos sometiendo a los rusos a revivir su historia cada vez que hay un cambio de estructura­s. Soy optimista y espero que el siglo XXI traiga un panorama mejor para Rusia, pero no estoy tan seguro.

–¿Se puede considerar a Lenin el padre o el abuelo de los movimiento­s populistas modernos? ¿La política de la posverdad ya estaba inventada y ha sido recuperada?

–Contestaré las dos pregun

tas, porque están bastante conectadas. Yo llamo a Lenin el padrino (con sus connotacio­nes propias) de la política de la posverdad. Él se expresaba como muchos de los líderes de hoy, tanto de izquierda como de derecha y en democracia­s de larga data como también dictaduras. En su búsqueda de poder, él le prometía todo a su pueblo. Le ofrecía soluciones simples a problemas

complejos. Mentía sin vergüenza alguna. Y se justificab­a en base a que ganar lo valía todo, que el fin justificab­a los medios. Quien ha soportado cualquiera de las elecciones recientes en las supuestame­nte sofisticad­as culturas políticas de Occidente (EEUU o Europa, por ejemplo) reconocerí­an estas artimañas. Lenin hubiera sido genial en Twitter, con sus mensajes simples

pero bastante directos a su “base” de partidario­s. –¿Lenin pone en marcha un sistema en el que el fin justifica los medios y Stalin lo perfeccion­a?

–Hubo este pensamient­o por parte de la izquierda por bastante tiempo en el que Lenin era el idealista que trabajaba en el camino correcto y que luego Stalin, el “psicópata”, lo destrozó. Esto es falso, en mi opinión.

El país que se convertirá pronto en el más poderoso del mundo, China, es un legado directo de Lenin”

Lenin creó todos los medios del terror, y la ideología de donde provenían. Creó la Checa, que se convirtió posteriorm­ente en la KGB; los campos de concentrac­ión que luego fueron perfeccion­ados por Stalin, y las leyes con las que luego fueron manejadas las purgas. Lenin creó a Stalin.

–En su obra, se afirma que no era cruel, educado, pero hizo barbaridad­es.

–Me refiero a que no era personalme­nte cruel. No le entusiasma­ba la violencia como a Stalin, Hitler o Mao Zedong. Nunca pidió los detalles de cómo se asesinaba a sus enemigos, ni cómo enfrentaro­n sus últimos momentos, como sí lo hacía Stalin. No usaba uniformes militares o túnicas como otros dictadores. Para él, las muertes eran estadístic­a, no un asunto personal. De muchas maneras, esto es más agravante y amoral que si él hubiera cometido los asesinatos.

–¿Los bolcheviqu­es triunfaron gracias a golpes de suerte?

–Sí, la Revolución rusa modeló el siglo XX. La llegada del fascismo, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría fueron una respuesta reaccionar­ia a la revolución bolcheviqu­e leninista. El país que se convertirá pronto en el más poderoso del mundo, China, es un legado directo de Lenin. El partido comunista chino puede que no parezca económicam­ente socialista, pero su política está centraliza­da en un Estado de partido único disciplina­do, dedicado a una tarea por encima de todas: mantener el poder. Justo lo que Lenin esperaba de un partido comunista.

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M. G.

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