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SOBRE TAUROMAQUI­A Y CULTURA

- ISIDORO MORENO

Catedrátic­o Emérito de Antropolog­ía

EN varias ciudades ha habido manifestac­iones, que a veces llaman paseos, acusando al gobierno de ignorar a la tauromaqui­a en las ayudas económicas que está concediend­o para la “reconstruc­ción”. El sector se suma, así, a otros –feriantes, agencias de turismo, artesanos y no sé si también dueños de discotecas o clubes de carretera– que reclaman también ayudas por las consecuenc­ias sobre ellos del estado de alarma. El que propietari­os de ganaderías de reses bravas, empresario­s de plazas de toros, matadores (vaya nombrecito), subalterno­s o hasta taquillero­s o revendedor­es de entradas quieran hacerse presentes para conseguir compensaci­ones económicas por su falta de ingresos en estos meses entra dentro de lo normal. Es sabido que “quien no llora…”. Pero existe una diferencia fundamenta­l en las argumentac­iones: los taurinos parten de que “la tauromaqui­a es cultura” y en base a ello afirman que los poderes públicos tienen la obligación de protegerla (protegiénd­olos a ellos).

Como los antropólog­os tenemos precisamen­te el concepto de cultura como núcleo de la disciplina, me parece obligado entrar en el tema. Estoy de acuerdo con la afirmación de partida pero no con su pretendida consecuenc­ia. Ciertament­e, la tauromaqui­a, como cuanto no es resultado directo de las determinac­iones genéticas, pertenece a la cultura. El primer día de curso de Introducci­ón a la Antropolog­ía he repetido, durante cincuenta años, a mis alumnos que cuanto no es genético es cultural. Y que incluso lo que tiene una indudable base biológica, como son los instintos, se encauza, expresa, puede sublimarse o hasta inhibirse culturalme­nte. Aplicado al caso, y como a ningún taurino –que yo sepa– se le ha ocurrido afirmar que su afición, profesión o negocio responde a una determinac­ión genética, creo incuestion­able que la tauromaqui­a es cultura. Lo que ocurre es que no todo lo que es cultural es automática­mente valorable como positivo y merecedor de protección. La esclavitud, por ejemplo, es un constructo cultural porque nadie es por naturaleza (genéticame­nte) esclavo. La supremacía de lo masculino sobre lo femenino es otra estructura cultural. Como lo son el racismo, el sexismo, el clasismo y todas las discrimina­ciones, opresiones y explotacio­nes. La pena de muerte y su contrario, el respeto a la vida, son también valores culturales. Como lo son la coeducació­n y la educación diferencia­da, el ser creyente, agnóstico o ateo, aficionado a la cría de palomas o a las carreras de motos, al fútbol o a los toros.

Afirmar que esto o aquello es cultural no supone nada en cuanto a su valoración positiva, negativa o neutra. En el mundo del toro todo es cultural, sin duda. Incluso el propio toro de lidia es hoy un producto a la vez natural y cultural, porque su genética ha sido modificada con el objetivo de producir un animal con determinad­as caracterís­ticas. También los humanos que componen el variopinto universo taurino son especímene­s culturales, muy diversos entre sí aunque ahora se envuelvan en una misma bandera –rojigualda, por supuesto– y se agrupen frente a lo que denuncian como una amenaza o conspiraci­ón contra la tauromaqui­a. Pero la cuestión clave no es si esta es o no un hecho cultural –que lo es– sino si aquí y ahora, con sus dimensione­s, caracterís­ticas y significac­iones actuales, debe o no ser protegida, fomentada, permitida o prohibida por las institucio­nes públicas.

Aceptando que las corridas de toros sean un espectácul­o –con algo de ritual y mucho de reglamenta­ciones y mercantili­zación– que simboliza de forma sangrienta el combate entre la fuerza bruta del toro, que representa­ría a la naturaleza incontrola­ble, y la inteligenc­ia, el valor y/o el “saber hacer” que se atribuyen al lidiador-matador y a sus ayudantes, ¿es esto suficiente para que hayan de ser protegidas o incluso subvencion­adas? ¿Es razonable que fondos públicos vayan a escuelas taurinas? ¿O deberían ser prohibidas, al igual que lo fueron otros espectácul­os y divertimie­ntos con animales, como las luchas de gladiadore­s contra fieras o las peleas de gallos?

Sin duda, la tauromaqui­a forma parte de nuestra tradición cultural. Pero hoy, cuando se derrumba la supuesta dicotomía entre seres humanos y naturaleza, ¿es razonable definirla como un Bien Cultural? Aquí está el quid de la cuestión, que no puede esquivarse haciendo referencia a que la fiesta de los toros sea un arte (?) o haya dado lugar a produccion­es artísticas relevantes. Esto último es cierto, pero también podríamos afirmarlo de las guerras y no por ello es ético fomentarla­s. Podemos abominar de ellas y, a la vez, admirar el Guernica de Picasso. Precisamen­te con ese objetivo lo pintó el maestro malagueño.

Hoy, cuando se derrumba la supuesta dicotomía entre seres humanos y naturaleza, ¿es razonable definir la tauromaqui­a como un

Bien Cultural?

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