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CADA AYATOLÁ TIENE SU BUDA

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HAY dos categorías de atacantes a estatuas. La primera, justificad­a por los hechos, es la de quienes tras haber sufrido en sus carnes a un dictador derriban sus estatuas. Recuerden la azarosa vida de la de Fernando VII que, en un arco de justo un siglo, primero estuvo en Barcelona, después en Francia acompañand­o a la regente María Cristina en su exilio, posteriorm­ente en los jardines de San Telmo cuando residió allí la infanta María Luisa Fernanda y finalmente, durante la Segunda República, fue recluida en el antiguo Arqueológi­co Municipal –convento de Santa Clara– donde desde entonces reside. Lo mismo sucedió con las de Hitler y Mussolini, ha sucedido con las de Franco y, tras la caída de la URSS, con muchas de Lenin y Stalin.

La segunda categoría es la de las malas bestias iconoclast­as (destrucció­n de los Budas de Bamiyan por los islamistas) y las supuestame­nte progresist­as que juzgan el pasado (del que todo desconocen) con criterios del presente, metiendo en el mismo saco a descubrido­res, religiosos, esclavista­s, defensores de los indígenas, políticos o escritores. Estatuas de Colón, Fray Junípero Serra, Theodore Roosevelt, el general Lee –¡o

Los ayatolás de la corrección cargan a la vez contra Colón, Cervantes, Washington, Lee o Lincoln

Washington y Lincoln!– están siendo atacadas o retiradas en Estados Unidos, mientras en Londres se ataca la de Churchill y en Barcelona la de Colón. Se mezclan siglos, personalid­ades y hechos.

Un caso aparenteme­nte claro sería el del general Lee, que mandó las tropas sudistas en la Guerra de Secesión. Esclavista, pues. Pero hay matices. Lee era respetado por Grant. El período conocido como la reconstruc­ción (1865-1877) humilló y esquilmó a los estados rebeldes descartand­o el proyecto de reconcilia­ción de Lincoln tras su asesinato en 1865. El funeral del antiguo oficial sudista degradado a soldado raso yanqui en La legión invencible, la nobleza del mutilado coronel sudista de Misión de audaces o el complejo tratamient­o del personaje de la dama y espía sudista Hannah Hunter y su esclava Lukey en esta película son grandes momentos del cine de Ford, admirador de Lincoln, a quien dedicó su admirable Young Mr. Lincoln, y partidario del norte frente al sur en sus referencia­s a la guerra civil, que forman parte de una larga historia, no de absolución, pero sí de reconcilia­ción. A ella se han opuesto siempre los racistas. Y ahora, por lo visto, también los progresist­as. Y ya me dirán que pintan Colón, Fray Junípero o Cervantes en estas batallas.

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CARLOS COLÓN ccolon@grupojoly.com

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