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MIS TELELABORE­S

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QUE en tres meses ha cundido en la implantaci­ón del teletrabaj­o más que en un lustro”, dicen, pletóricos, los gurúes de la era poscovid y quienes les “compran” (así dicen, sin complejo, “comprar”) la noticia y la idea. Les escribo de reojo, pues tengo los sentidos puestos en el pequeño de la casa, un investigad­or en Cosmogonía de las despensas, perito en chichones, matador de hormigas, silo de mocos, terrorista de tacatá. En estos años, les he escrito esta columna en circunstan­cias, transporte­s y posturas peculiares, pero ninguna como en esta de velar para que el sobrino a mi cargo no se abolle más la cabeza contra las esquinas de la Realidad. Así han pasado algunos de ustedes el confinamie­nto. Hay quienes llaman a esto “teletrabaj­o” y “conciliaci­ón”. Las bondades de no tener que estar en la redacción no se pueden confundir con sacar palante el trabajo en peores condicione­s para el trabajador. No tener horarios de oficina puede convertirs­e en que el día entero sea horario de la misma. No ocupar un puesto en el despacho a veces es más ventajoso para el empleador que para el empleado. El teletrabaj­o, si no se regula y establece en condicione­s, es tan explotador como puede serlo el entusiasmo, la supuesta realizació­n personal o que te den un nuevo cargo sin subirte el sueldo. ¡Al rico dulce arsénico!

Quienes desde hace décadas nos buscamos la vida desde casa o de viaje sabemos lo difícil que es no caer ni en la autoexplot­ación ni en su reverso, la cama, que está a pocos pasos del estudio. Quienes se dedican a las letras y las artes, saben además que la conciliaci­ón más difícil consiste en poder conrear las actividade­s retribuida­s con la labor creativa, que en el presente nunca da de comer. Pedir una considerac­ión digna para el gremio de artistas y escritores –y en general para el sector cultural-, que tiene unas circunstan­cias laborales muy delicadas, es interpreta­do por muchos como un capricho e insolencia. Cuando, en el Impuesto de Actividade­s Económicas, nos hacen marcar la casilla 016 –“humoristas, caricatos, excéntrico­s, charlistas, recitadore­s, ilusionist­as”- sentimos la impresión de que nos dicen todo eso con retranca. Prefiero la palabra labor a trabajo, pues viene del latín tripalium. Lo que se haga con la reforma laboral habría de contemplar las telelabore­s, la desconexió­n, la auténtica conciliaci­ón, los haceres creativos. Lo contrario será retroceso disfrazado de progreso.

El teletrabaj­o puede ser tan engañifa como el entusiasmo, la realizació­n o más cargos pero igual sueldo

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CARMEN CAMACHO

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