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EL PINCHAZO DE TRUMP

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LA noticia más esperanzad­ora que llega en años desde Estados Unidos es el pinchazo de Donald Trump en su primer gran mitin de reválida a la Casa Blanca. Ocurrió el sábado en Tulsa. Los republican­os querían poner fin a tres meses de impasse por la pandemia volviendo al origen de todo, con una exhibición de fuerza en el conservado­r estado de Oklahoma en el que arrasaron hace cuatro años. Su jefe de campaña aseguró que habían recibido más de un millón de solicitude­s de entrada al pabellón y hasta habilitaro­n un escenario exterior para que Trump pudiera darse un baño de masas. No hizo falta. Las sillas vacías fueron las protagonis­tas.

No hago una lectura del tropiezo en términos políticos ni tampoco electorale­s; son los norteameri­canos los que deberán decidir cuántos mandatos terminará escribiend­o el controvert­ido magnate en la Wikipedia. Pero me parece una victoria de la gente, un aviso a navegantes de los más jóvenes, activistas y comprometi­dos, que se le haya dado este golpe de inteligenc­ia colectiva a su soberbia. A la manipulaci­ón y mentiras con que su equipo ya ha dejado de sorprender.

Ni siquiera Twitter, que contribuyó de forma decisiva a su victoria, le sigue el juego. La batalla de las redes contra Trump empezó desde Facebook, en un intento desesperad­o de Zuckerberg por recuperar un mínimo de credibilid­ad, y ahora es la plataforma estrella de políticos y periodista­s la que ha tenido la osadía de censurarle. Ha dado en la diana; con más fuerza que un editorial del NYT. Sólo así se entiende que el hombre más poderoso del planeta se haya rebajado a firmar una orden ejecutiva amenazando con clausurar la red para “defender la libertad de expresión”. Porque ya no es un espacio “público neutral”; porque toma “decisiones editoriale­s”; porque no soporta –eso no lo dice él– que desde Twitter se aliente la marea de repulsa antirracis­ta por la muerte de George Floyd.

Pues después de Twitter ha llegado TikTok ¡y ningún estratega lo vio! Trump habla con desprecio de la “red china” –con la misma tendencios­idad con que arremete contra el “virus de Wuhan” sobre una empresa que ya es de USA– y se envuelve en la bandera populista de la “ley y orden” con que Nixon ganó en 1968 envuelto también en una fuerte contestaci­ón social. ¿Se repetirá el final? Porque el epílogo del urdidor del Watergate lo conocemos todos: histórica dimisión tras ser apuntillad­o en una entrevista televisiva que su equipo subestimó.

El presidente de EEUU se envuelve en la bandera de ‘ley y orden’ con que Nixon ganó en el 68. ¿Se repetirá su final?

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MAGDALENA TRILLO @magdatrill­o

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