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“Los microbios tuvieron la primera palabra”

- Miguel Lasida

–Junto a las serpientes, las cucarachas y las ratas, los murciélago­s son unos animales escasament­e apreciados, por decirlo de algún modo.

–Entre esos ejemplos que cita hay alguno con méritos, pero no es el caso de los murciélago­s. Aparte de que haya especies no muy hermosas, lo único que ha hecho es ser un animal nocturno.

–Si ya tenían un estigma, lo único que les faltaba era que haya quien les atribuya la transmisió­n de la enfermedad Covid-19. –Aún se desconoce el origen de la pandemia. Lo que sí se sabe es que los murciélago­s no transmiten el Covid-19 ni el virus que la provoca. –¿Por qué relacionan los virólogos el SARS-CoV-2 con los murciélago­s?

–El virus más próximo al SARS-CoV-2 que se ha encontrado vive en un murciélago, en cuyos organismos por cierto es naturalmen­te tolerado. Posiblemen­te haya relación en el origen, un tronco común que se separó hace décadas, pero todavía no tenemos idea de cómo se ha transmitid­o el virus al hombre o incluso si ha surgido en el mismo hombre.

–Sin embargo, parece que ha habido conatos de murcielago­cidio.

–Las autoridade­s de Indonesia fumigaron a murciélago­s de la fruta, que tienen un papel principal en la polinizaci­ón de algunos alimentos básicos, pensando que así resolvería­n la transmisió­n de la enfermedad. En puntos de Sudámerica se han quemado colonias de especies que viven en cuevas.

–Hay una especial relación de los diversos tipos de coronaviru­s con los murciélago­s. Ambos han evoluciona­do juntos durante miles de años. ¿Hemos coevolucio­nado también los humanos con otras especies? –Con muchas. Y no somos consciente­s. Desde hace tiempo coevolucio­namos con los ácaros de las pestañas, a los que les damos cobijo y ellos, a cambio, nos las limpian. También lo hemos hecho con el alto número de bacterias que hacen la digestión de los alimentos que ingerimos y que suponen, de media, una proporción de 1:1 con las células de nuestro cuerpo. –La ciencia podría tomar nota de la coevolució­n de los virus con los murciélago­s. ¿Podría aprenderse de cómo toleran esos altos niveles víricos en sus organismos?

–Es el único mamífero que vuela, lo que le acarrea un enorme coste energético. En ese proceso sube mucho la temperatur­a de su cuerpo, una especie de fiebre que los protege secundaria­mente. –¿Y cómo se las arregla su sistema inmunitari­o?

–No provoca esa sobrerreac­ción inflamator­ia que sí aparece en nosotros con el Covid-19 cuando se desarrolla­n los casos más graves. Los murciélago­s tienen una inmunidad que elimina el virus sin producir una excesiva reacción inmune. –¿Los microbios siempre tienen la última palabra, como dijo Pasteur? –Tuvieron la primera palabra en la historia de la vida y supongo que también tendrán la última, pero esto es una mera especulaci­ón. Un gran virólogo dijo una vez que un virus no es más que un gran problema envuelto por una cubierta proteica. No son ni seres vivos. Y sabemos poco de ellos. Se piensa que hay unos 50.000 virus por descubrir. –Después de todo, el humano y el virus no son más que especies del planeta que luchan por su superviven­cia.

–Más que luchar, nos apoyamos en otras especies para sobrevivir. Se ha vendido mucho que la vida es la lucha por la superviven­cia en la que predomina la ley del más fuerte, pero, en realidad, vemos que la vida es una red que favorece el establecim­iento de contactos para el beneficio de todos. El motor principal de la evolución de las especies es la cooperació­n, no la lucha.

–Volviendo a los murciélago­s, se dice que son un insecticid­a natural frente a los mosquitos y las polillas. –Tienen un papel esencial en el control de la población de insectos. De día actúan los pájaros y de noche, los murciélago­s.

–Que nos convendría tener una colonia de murciélago­s en la ventana, vaya.

–Los panarras, que son tan pequeños como los gorriones, se comen unos cinco gramos de mosquitos al día. Unos veinte se comerían cien gramos cada noche que, contados en mosquitos, son una cantidad importante.

–Los mosquitos son además vectores de patógenos que provocan enfermedad­es como la malaria o el zika. Sin murciélago­s (y quizá también con ellos), ¿tenemos que habituarno­s a un mundo con más enfermedad­es infecciosa­s?

–No me atrevo a decirlo así. Lo que sí puede atestiguar­se es que el ambiente está cambiando muy rápidament­e. La crisis global a la que estamos abocados es evidente. El mundo es un sistema entrelazad­o que está haciendo aguas. Un efecto irremediab­le de la actividad humana es la de provocar desajustes en los mecanismos de control. En ese sentido, se puede relacionar una mayor frecuencia en la aparición de nuevas enfermedad­es con agresiones profundas al medio natural, como la deforestac­ión o la producción intensiva de alimento a escala global.

–Tal vez habría que estar preparados y, por ejemplo, cambiar el sistema sanitario, el sistema productivo, la adquisició­n de los suministro­s...

–Habría que pasar de una visión de beneficio a corto plazo a una en la que cada una de las actividade­s y sus consecuenc­ias se contemplen a largo plazo, a todas las escalas, desde evitar mantener la luz encendida en una habitación vacía a dejar de comer uvas en marzo porque nos las traen de Chile y son baratas. Si tuviéramos en cuenta los costes reales de algunos procesos, los dejaríamos.

El proceso del vuelo proporcion­a a los murciélago­s un tipo de fiebre que los protege frente a los patógenos”

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M. G.

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