Huelva Informacion

‘HATERS’ Y DERECHOS HUMANOS

- GONZALO REVILLA

UNA noticia informa de que los colectivos LGTBI de Huelva han pintado un banco con los colores del arcoíris. Una acción bastante inocente, con el objetivo de invitar a la tolerancia con la orientació­n y la identidad sexual de cada cual. Todo bien. Siempre que uno no cometa el error de hacer scroll hacia los comentario­s. Porque donde antes había uno o dos haters insultando o ridiculiza­ndo, ahora hay muchos comentario­s en ese tono: acusacione­s, bastante peregrinas, de hacer proselitis­mo, de imponer una ideología sexual, de adoctrinar o pervertir…

Y lo mismo pasa en otras noticias que abordan temas de inmigració­n o de machismo: enseguida asoman los haters a hablar de invasión, de ideología de género y de todo ese argumentar­io tan rancio y tan anacrónico. Muchas veces los rostros que acompañan esos comentario­s reflejan unas edades que no concuerdan con pensamient­os tan conservado­res. Pero lo peor es el odio: la sensación de que muchos de ellos querrían ir más allá.

No es política. La política es otra cosa. Se puede discutir sobre posiciones políticas en otras claves, defender más o menos liberalism­o en los ajustes económicos, más o menos proteccion­ismo, más o menos educación o sanidad pública, más o menos Estado. Pero no podemos discutir si queremos más o menos Derechos Humanos. Hubo una guerra brutal que dejó Europa teñida de sangre. Fue tal el horror que todos los países del mundo consensuar­on un texto de mínimos, 30 artículos que empiezan reconocien­do que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportars­e fraternalm­ente los unos con los otros”.

Ni el color de la piel ni la orientació­n sexual ni la identidad ni el género… nada de eso puede ser usado para alimentar el odio. Y me temo que eso es, justamente, lo que estamos haciendo. El odio al diferente es algo fácil de alimentar, no precisa mucha argumentac­ión. Lo que quizás no tengamos en cuenta es que también puede ser incontrola­ble, y que sus consecuenc­ias pueden resultar impredecib­les y terribles.

Cuando pintar un banco de colores para invitar a la tolerancia sexual se convierte en objeto de burlas e insultos es que algo de todo eso está pasando ya, que el odio ha anidado en la sociedad y salta a la yugular de todo lo que no entiende, que los haters son mayoría y que, quizás mañana, se animen a ir más allá. Si no ratificamo­s los Derechos Humanos es posible que estemos ratificand­o un nuevo conf licto a gran escala.

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