No a las mascarillas obligatorias
Me desagrada hablar sobre el coronavirus. Yo, al menos, estoy saturado del tema. No obstante, voy a comentar algo sobre ello, porque son tantas las incongruencias, las desinformaciones o, mejor dicho, las informaciones incompletas o inexactas –casi siempre intencionadamente– que tengo que decir o hacer algo para quedarme más tranquilo. Concretamente, lo que más me choca es el tema de las mascarillas.
Entiendo que lo más importante para evitar el contagio del Covid-19, y en general de cualquier otro virus, es evitar las aglomeraciones y el lavado de manos, sobre todo lo último. Por lo tanto, creo que el criterio correcto fue el establecido en el estado de alarma y al terminar éste: el uso obligatorio de las mascarillas quedaba limitado, en líneas generales, a aquellos casos en los que no podía garantizarse una distancia mínima de seguridad. Efectivamente deben tomarse medidas proporcionales y congruentes, pero el extender la obligatoriedad, como se ha hecho en Andalucía, a todo espacio y vías públicas, salvo determinadas excepciones, me parece arbitrario, extremista y, sobre todo, irrespetuoso con la libertad individual.
Es absurdo que en un parque o en calles en las que las personas circulan con bastante separación, e incluso casi solas, haya que llevar obligatoriamente una mascarilla, que por otro lado tiene también efectos negativos, de los que curiosamente se habla poco, aunque ya se va difundiendo algo más. Quien quiera llevarla que la lleve, pero es inadmisible que en un Estado de derecho, en el que la soberanía reside en el pueblo, se presuponga que los ciudadanos son idiotas, que no tienen criterio ni inteligencia suficiente para apreciar cuándo se da esa situación de peligro por no existir una distancia mínima o cualquier otra análoga. Creo que hay que dejar margen y respetar el arbitrio de los ciudadanos, a los que se les debe suponer capaces. Por suerte no estamos en una dictadura paternalista en la que el Estado se atribuye el derecho de proteger a los ciudadanos de ellos mismos, o al menos eso creía. Emilio Sola