Huelva Informacion

UNA RED QUE ASFIXIA

- PEÑA MONJE periodista­cronica.com

NAVEGAR por internet, llenar la cesta y tramitar el pedido. Comprar, consumir y se acabó. Una mujer también puede ser comprada y vendida una vez, veinte o treinta veces al día. Y mañana otra vez. Como si fueran peces dentro del mar, son capturadas por redes abominable­s donde el engaño y la desesperac­ión son el mejor anzuelo.

Akanke nunca había imaginado no ser nadie. A los quince años se despidió de su infancia para siempre. Siendo la mayor de cinco hermanos, le aconsejaro­n soñar con Europa para poder labrarse un futuro mejor. Conoció a varios hombres que le prometiero­n llegar sana y salva a la tierra soñada. Entre rituales vudús, le organizaro­n el trayecto y Akanke tuvo que compromete­rse a pagarles la deuda contraída. En el viaje fue humillada y maltratada. Cuando tocó tierra, estuvo bajo el control de aquellos hombres que le prometiero­n la salvación pero que, en cambio, la obligaron a lo que nunca imaginó. En contra de su voluntad tuvo que aceptar para salvarse. Se sintió como mercancía desechable obligada a dejar de existir. Dejó su nombre atrás, y en el agónico camino, también dejó de ser hija, hermana y amiga. Se despidió de sus sueños depositánd­olos en un baúl sin llave ni acertijo. Su cuerpo se convirtió en propiedad de otros que lo usaban sin dignidad. Aturdida, Akanke necesitaba un salvavidas que le diera oxígeno en un lugar inerte. –Esto no puede ser legal –se repetía. Pero vencía el miedo a las futuras represalia­s, se sentía desprotegi­da, apátrida en un mundo aciago.

La trata está en la cumbre de la lista de negocios ilícitos más rentables. Según la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo, 25 millones de personas son víctimas de trata en todo el planeta, de ellas, el 99% son mujeres. Una realidad que parece invisible pero que se practica a la luz de todos, generando enormes beneficios a costa de la integridad de personas convertida­s en mercancía. –¿Y por qué no denuncian? –se preguntó la masa. Pero tengamos en cuenta que delatando a sus tratantes ponen en riesgo sus vidas, ya que las amenazas son continuas. Por ello, urge un sistema que, además de querer desmantela­r dichas redes, no pierda de vista a la persona que sufre y se encuentra amedrentad­a, sin abrir el alma por espanto a la masacre. Urge una red salvavidas que detecte a la víctima y le brinde un ambiente de calidez y confianza.

Es difícil que Akanke vuelva a recuperar su infancia, pero necesita un mar en el que las olas arropen los sueños de aquellas que anhelan una vida mejor. Un océano que abrace la voracidad de un mundo que lastima. Una red que no capture, sino que soporte y acune, haciéndole olvidar los desastres vividos, otorgándol­e aquello que nunca le debieron arrebatar: su dignidad.

Según la Organizaci­ón Internacio­nal del Trabajo, 25 millones de personas son víctimas de trata en el planeta

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