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LA PIADOSA ORFANDAD DE GONZÁLEZ

- ROGELIO RODRÍGUEZ

CASI nada de cuanto sucede hoy en el PSOE tiene antecedent­es desde que Pablo Iglesias Posse lo fundara en 1879. La transforma­ción orgánica e ideológica del partido, que personaliz­a Pedro Sánchez con insólita exención de responsabi­lidades, arruina otros hitos tan cruciales en su historia como cuando en el Congreso Extraordin­ario de 1979 abandonó el marxismo para adoptar, con Felipe González al frente, el socialismo democrátic­o como ideología oficial. Aquella decisión contribuyó a que el PSOE enlazara con la socialdemo­cracia europea y obtuviera la aplastante mayoría de 202 diputados en las elecciones generales de octubre de 1982. Pedro Sánchez, atrinchera­do con un grupo de medradores incondicio­nales del poder, también está marcando un antes y un después en el PSOE. Llegó al Gobierno mediante una coalición contra natura y con el apoyo supeditado de grupos secesionis­tas y abertzales con los que ninguno de los anteriores líderes socialista­s habría pactado ceremonia alguna que pudiera desestabil­izar el templo del Estado de derecho.

Este PSOE ha pervertido su código tradiciona­l. La asunción de postulados de Bildu lo arrumba en la indignidad, mancilla la memoria de los 857 muertos a manos de ETA, doce de ellos miembros destacados del partido, y traiciona principios inviolable­s al abrir las puertas de la Constituci­ón a sus más encarnizad­os enemigos. Pero es que, además, la alianza, cada día más nítida, del Ejecutivo social-comunista con el secesionis­mo catalán retrotrae pronunciam­ientos tan clamorosos como el de Juan Negrín, controvert­ido presidente socialista del Gobierno de la Segunda República (1937-1939), cuando en plena Guerra Civil clamó aquello de “no estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatism­o estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la guerra por España y para España. No se puede consentir esta sórdida y persistent­e campaña separatist­a”. Y en similares términos habló Manuel Azaña y cuantos dirigentes socialista­s han tratado de enaltecer su ideología y responder, con mayor o menor acierto, a su compromiso político.

La deriva del PSOE de Pedro Sánchez en el Gobierno lo convierte en gran copartícip­e del evoluciona­do derrumbe constituci­onal. Su colaboraci­onismo lo pregona persuadido de razones el jefe abertzale, Arnaldo Otegi: “Sánchez e Iglesias son los únicos que pueden garantizar un proceso que permita llegar a la república vasca”. Unidas Podemos, ERC y Bildu (53 diputados de un total de 350), con el PNV en su ordinaria prestación al mejor postor, dictan la ruta para desmantela­r el sistema. Tan inaudito como aberrante. Y que purguen sus bocazas los que desde el búnker monclovita filtran la procaz versión de un presidente que traga lo indecible “por el bien del país”, a la espera de apuntalar la legislatur­a y liberarse de sus pernicioso­s compañeros de viaje. En esta situación, la orfandad que afirma sentir Felipe González suena piadosa y vacua. No es verdad que ya no represente a nadie. González representa un largo y nutrido capítulo de nuestra historia reciente. Como decía el afamado periodista estadounid­ense Edward R. Murro, “nadie puede aterroriza­r a toda una nación, a menos que todos nosotros seamos sus cómplices.

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