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La pérdida emocional y su imprescind­ible duelo inteligent­e

Lo malo de las pérdidas más dolorosas es que no las podemos evitar, pero es necesario el duelo emocional para aceptar y avanzar por un camino a veces largo, a veces corto

- LOLA PELAYO lola@cambiarpar­acrecer.com

HACE ya una semana y dos días que nos faltas. Estás muy presente en el recuerdo de muchísima gente que te ha querido y te quiere, así que inevitable­mente te notamos tan aquí como cuando habitabas este mundo que has dejado bastante más feo. Mi querida Ana: estos días, cada una de las personas que se acercaron a tu tremenda luz vive como puede tu ausencia. Y a mí no me sale otra cosa que escribirte a ti el artículo de esta semana, para guiar mi propio duelo, y por si a alguien más le sirve para superar sus propias pérdidas emocionale­s.

Porque se trata de eso. Acabamos de sufrir una de las pérdidas emocionale­s más dolorosas, la de un ser querido. Y ahora –bien lo sabes tú–, sólo nos queda el duelo. Eso y recordar lo mucho que nos enseñaste con tu ejemplo de vida sobre cómo superar lo insuperabl­e, aunque no te guste que lo digamos.

NO NEGARSE A SENTIR, Y HACER

La intensísim­a emoción que nos deja tu partida es a ratos desbordant­e. Pero como cualquier otra emoción, lo primero es reconocerl­a: pena profunda, impotencia, frustració­n, rabia… Después necesitamo­s permitirno­s sentirlas, y comprender que sólo vienen a decirnos algo que ya sabíamos: no puedes volver. ¡Ay, si pudieras!

Pasa igual, aunque a menor escala, con otras pérdidas emocionale­s: perder la forma física, perder un trabajo, perder la juventud, perder la capacidad de ser madre o padre, perder a alguien en una ruptura sentimenta­l o, lo peor, perder a un ser querido como tú. Todas son pérdidas que implican un desequilib­rio emocional que hay que afrontar.

Se viven con distintas intensidad­es, en distintos tiempos, de distintas formas, pero todas las pérdidas necesitan lo mismo: reconocer o identifica­r sus emociones asociadas, sentirlas sin bloqueos, escuchar su mensaje y hacer algo con esas sensacione­s para sentirnos mejor. Aunque no tengamos ganas. Porque, te lo aseguro Ana, no hay ganas de no tenerte al otro lado del WhatsApp, del teléfono o de una copa de vino.

CADA CUAL A SU RITMO

No son iguales, no pueden serlo, las consecuenc­ias emocionale­s de los distintos tipos de pérdida. En este caso, inf luye que eres tú lo que perdemos y lo mucho que te queremos. También inf luyen las circunstan­cias: esta puñetera pandemia que nos impidió tantas cosas. Y lo inesperado de tu partida, a pesar de todo. Cada pérdida tiene su propia personalid­ad e intensidad, pero todas implican desorden, tristeza y dolor. La tuya, mi fea, mucho más.

Ante su pérdida, cada persona busca desarrolla­r sus propios mecanismos para recuperar el equilibrio emocional arrebatado por ese suceso acaecido fuera de su control. Eso es lo malo de las pérdidas más dolorosas, que no las podemos evitar. Sin embargo, es necesario el duelo emocional para aceptar y avanzar por un camino a veces largo, otras veces más corto, siempre lleno de altibajos. Porque hay que avanzar aunque no haya ganas.

LA TRAMPA DEL PENSAMIENT­O

Ya sabes, porque lo hablamos muchas veces, del poder de los pensamient­os. Tú, mi querida Ana, eres una prueba de ese poder, con tu actitud inquebrant­able, que sólo las cabezas mejor amuebladas son capaces de crear a partir de pensamient­os limpios, y con las prioridade­s perfectame­nte ordenadas y ancladas en valores con una solidez sólo reservada a las grandes personas.

Tus asombrosas conductas de vida, tu entereza, tu extraordin­aria sensibilid­ad para mirar y contar la realidad con esos ojos infinitos, tu sonrisa siempre, hasta en los peores momentos… Todo eso es hoy el motor de quienes nos hemos quedado huérfanos de ti. Y justo por eso, para traerte un poquito de vuelta, copiar tus maneras es la primera sugerencia del artículo de hoy para avanzar en un duelo. Por más que nos hubiera gustado no tener que hacerlo.

CÓMO VIVIR SIN TI

Emulándote, lo primero que procuro hacer cada día es gestionar mis pensamient­os. Y cada vez que me atrapo pensando que no fui a verte más, que no pude despedirme, que qué injusta es la vida llevándose a seres mágicos como tú, los cambio por los muchos ratos vividos, las charlas en la cocina, los vinos compartido­s, y aquella tarde de fotos que tú sabes, con la puesta de sol en nuestra adorada Punta Umbría. Cambiar la rabia por amor, esa es la estrategia para no enganchars­e a la tristeza.

También derramo lágrimas. Cada vez que tengo ganas. Y te leo, y te veo, y no evito que la tristeza me embargue. Para llorarte. Porque sentir la tristeza y expresarla es sanador, a nuestro propio ritmo, sin prisas, sin impacienci­a por dejar de sentirse mal.

Busco el calor de mi gente, la que te conoció y la que no, porque familiares y amistades son la mejor red de apoyo para resolver la confusión y el desorden que acompaña a las pérdidas. Y hablo de ti, que así parece que te tengo cerca. Aunque procuro hacerlo con distintas personas, por no saturar. Tú sabes…

Y me programo también momentos de bienestar, aunque no de todos tenga ganas, para reír, para vivir, que es lo que mejor se te daba.

Además –ya la habrás recibido–, te he escrito una carta. Ha sido la forma de resarcir ese pegajoso vacío que me dejó no poder despedirme. Sé que la magnífica luna rosa del pasado lunes, en la que, seguro, tuviste algo que ver, te entregó mis letras. No te rías de mí, mi Anita...

Y que sepas, que ya siempre, cada vez que pasee por tu playa de Punta Umbría, lanzaré una concha al agua para que esa mar que tantas veces miraste no se olvide de recordarte que te estamos echando de menos. Siempre serás de esa gente inteligent­e que mejora el mundo. Hasta que nos volvamos a encontrar.

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