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La dieta mediterrán­ea de un anarquista burgués

- FRANCISCO CORREAL

EN 2010 España ganó el Mundial y perdimos a Berlanga. Un rojo de la División Azul. Un “anarquista burgués”, como le llama Miguel Ángel Villena en su biografía (Tusquets, XXXIII Premio Comillas). El último austrohúng­aro que consiguió que los académicos de la Lengua introdujer­an el término berlanguia­no en el diccionari­o de la Lengua. Berlanga tenía una relación complicada con la lengua. Sus películas eran tan corales, sus personajes tan verbalment­e expresivos, que Pedro Almodóvar, uno de sus más rendidos admiradore­s, ha dicho que era imposible ponerle subtítulos y eso podía mermar su proyección internacio­nal.

Hoy, centenario del nacimiento de Luis García-Berlanga (19212010) ya se ha abierto el cajón 1034 del legado personal que el cineasta entregó al Instituto Cervantes. Un siglo con Berlanga, que era de Valencia. Un año sin Valencia, que era de Berlanga. El centenario del director de Moros y cristianos, película que vi en el cine con mis abuelos, coincide con el primer aniversari­o de la muerte del arabista Rafael Valencia (Berlanga, Badajoz, 1952-Sevilla, 2020). Muchas veces bromeé con el extremeño esa coincidenc­ia. El propio Berlanga contaba que uno de sus mejores amigos, Edgar Neville, era marqués de Berlanga, y cuando acudían a algunas recepcione­s él se presentaba como Luis García-Berlanga, conde de Neville. Trabajó con aristócrat­as de verdad: con Luis Escobar, marqués de las Marismas del Guadalquiv­ir, el coleccioni­sta de pelos de pubis de La escopeta nacional, o José Luis de Villalonga, que aparece en Patrimonio Nacional.

Al Berlanga de Valencia y al Valencia de Berlanga les unía la fascinació­n por la cultura del Mediterrán­eo. El arabista sustituyó en Bagdad a Emilio García Gómez al frente del Instituto de Cultura Hispano-Árabe en 1977 y más de una vez viajó desde su Berlanga natal en su utilitario hasta la capital iraquí en un remedo de París-Tombuctú. Le hubiera encantado desentraña­r como arabista una de las muchas polémicas en las que se metió el cineasta. Cuando rodó Moros y cristianos, los turroneros de Jijona se negaron a patrocinar la película porque, como cuenta Villena en su biografía, les molestó que en los diálogos se dijera que el famoso turrón era “de origen catalán y no árabe”. Fernando Fernán-Gómez era el patriarca de la marca de turrones Planchadel­l y Calabuig.

Berlanga y el Mediterrán­eo son inseparabl­es. Y eso que en 1929, con ocho años, sus padres lo sacaron de los jesuitas de Valencia y lo enviaron a un internado suizo donde coincidió con Blanca y Yolanda Belmonte, hijas del torero sevillano. Más de la mitad de sus 17 películas están rodadas en el Levante español: Novio a la vista, a partir de una historia de Edgar Neville, en Benicássim (Castellón), en un hotel familiar que había sido hospital republican­o en la guerra y sede de la Sección Femenina; Ca

labuch y, más de cuatro décadas después, París-Tombuctú, en Peñíscola (Castellón); Los jueves, milagro la rueda cerca del aragonés Monasterio de Piedra pero está ambientada en unas aparicione­s de la Virgen en un pueblecito de Castellón; para Plácido eligió la ciudad catalana de Manresa; El verdugo la rodó en Mallorca; ¡Vivan los novios! en Sitges; Moros y cristianos es el regreso a la tierra y las fiestas de su infancia; Todos a la cárcel, en la cárcel Modelo de Valencia donde había estado preso su padre. Como su testamento cinematogr­áfico, alentó una ciudad de la Luz en Alicante donde se hicieron numerosos rodajes, incluida la recreación del tsunami del Sudeste asiático que Juan Antonio Bayona filmó en Lo imposible.

El año que murió ganamos el Mundial. El fútbol está presente en su vida. Luis Casanova, que fue presidente del Valencia y da nombre al estadio del equipo, formaba parte de la familia que gestionaba Cifesa, la compañía que consiguió la exclusiva de las películas de Columbia en España. Berlanga contaba que perdió la virginidad en Barcelona, con ocasión de un viaje para ver jugar en esa ciudad al Valencia. Y en La boutique, primera de las películas que le produjo Cesáreo González, que rodó en Argentina, se enamoró perdidamen­te de Sonia Bruno, una joven actriz de 22 años que dejaría el cine al casarse con el futbolista Pirri.

Uno de sus iconos fue Brigitte Bardot, que tiene una triple presencia en su biografía. Cuando Berlanga fue a Cannes para presentar Bienvenido, Mr. Marshall, conoció a la actriz francesa, que estaba empezando. La convenció para que protagoniz­ara su tercera película, Novio a la vista, pero el productor Benito Perojo se impacientó y apostó por una desconocid­a Josette Arno. Cuando rodó Tamaño natural con Michel Piccoli, 18 profesiona­les (ingenieros, escultores, expertos en efectos especiales) trabajaron en hacer la muñeca de poliuretan­o que costó diez millones de pesetas. Los productore­s bromeaban diciendo que con ese presupuest­o podían haber contratado a Brigitte Bardot. A la actriz francesa y a Marilyn Monroe las nombró en su discurso de ingreso en la Academia de Bellas Artes.

No se sabe muy bien por qué se enroló con veinte años en la División Azul. Si lo hizo para conmutar la pena de muerte de su padre, para impresiona­r a una chica que después se hizo novia de su mejor amigo o llevado de sus veleidades falangista­s. Su padre fue diputado y encarna las paradojas políticas de su hijo: amenazado de muerte por los anarquista­s de la comarca Utiel-Requena, huyó de España, fue detenido en Tánger y fue hecho preso por el régimen de Franco. Berlanga no ha dejado títere con cabeza en sus películas. La izquierda no lo trató demasiado bien: Pilar Miró lo cesó en la Filmoteca Nacional, cese que rubricó la firma del ministro de Cultura Javier Solana. Y la derecha lo agasajó: Leopoldo Calvo-Sotelo le entregó el premio Nacional de Cinematogr­afía; Francisco Camps, consejero de Cultura de la Generalita­t valenciana, presidió el acto de su investidur­a como doctor honoris causa de la Universida­d Politécnic­a; Esperanza Aguirre le entregó la medalla internacio­nal de Arte de la Comunidad de Madrid y la alcaldesa Rita Barberá el título de hijo predilecto de Valencia.

Nació el mismo año que su amigo Fernando Fernán-Gómez, con quien trabajó mucho menos de lo que quisiera. Encabezaba el reparto de su primera película, Esa pareja feliz, que dirigió al alimón con Juan Antonio Bardem antes de que se enfriaran las relaciones entre ambos. Al protagonis­ta de Calabuch le puso Langosta pensando en la cabellera pelirroja de Fernán-Gómez, pero al final el papel lo hizo el italiano Franco Fabrizi. No volvieron a trabajar juntos hasta Moros y cristianos.

Muy de Valencia y amigo de valenciano­s como el escritor y abogado Fernando Vizcaíno Casas o el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, nacido en Burriana, muy cerca de los lugares donde rodó Berlanga. La actualidad le jugó más de una broma pesada. El inicio del rodaje de Esa pareja feliz coincidió con una huelga de tranvías en Barcelona. Cinco días después de empezar a rodar El verdugo, fue fusilado el dirigente comunista Julián Grimau, y el Gobierno español intentó sin éxito que fuera retirada del festival de Venecia. Patrimonio Nacional se estrenó un mes después del 23-F. En televisión dirigió una serie sobre su paisano Vicente Blasco Ibáñez. Javier Bardem, sobrino del cineasta, le dio plantón para encarnar al político y escritor que triunfó en Hollywood con algunas de sus novelas. Berlanga viajó con Plácido (la censura vetó el título Siente un pobre a su mesa), nominada a la mejor película en habla no inglesa, pero se llevó la estatuilla Ingmar Bergman.

Estaba obsesionad­o con los dentistas. Tamaño natural lo rueda en interiores de París y de Madrid, éstos en la consulta de su amigo el dentista Juan Canut, padre de Nacho Canut, compañero de Alaska en tantos proyectos musicales de los que también formó parte Carlos Berlanga, hijo del cineasta. En París-Tombuctú, su testamento cinematogr­áfico, de nuevo Piccoli, que interpreta a un dentista.

Sus cuatro hijos varones (José Luis, Jorge, Carlos, Fernando) siguieron sus pasos en diferentes vehículos artísticos. Los Berlanga Manrique. Carlos murió demasiado joven. Colaboró con Almodóvar en el cartel de Matador y el diseño del vestuario de Laberinto de pasiones. Las chicas Almodóvar y las chicas Berlanga: Esperanza Aguirre y Rita Barberá. Patrimonio Nacional.

Esa pareja feliz fue su primera película y con el guionista Rafael Azcona (1926-2008) formó una pareja perfecta, su hermano siamés. Una colaboraci­ón de un cuarto de siglo con joyas como Plácido, La vaquilla o La escopeta nacional.

La impacienci­a de Benito Perojo le privó de dirigir a una joven Brigitte Bardot

Los turroneros de

Jijona le negaron el patrocinio en su película ‘Moros y cristianos’

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ESTEBAN COBO / EFE

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