Huelva Informacion

Maestra de vocación tardía

- FERNANDO BARRANCO MOLINA

QUÉ suerte tuve de conocer Conchita Hernández García. Creo que fue en el año 1980. Ella era profesora de un colegio de Punta Umbría y yo ingeniero técnico en el ayuntamien­to. Y por las casualidad­es de la vida, ambos compramos nuestra vivienda en el mismo edificio. Hicimos una amistad que todavía hoy, tras 40 años, la recordamos con un cariño extraordin­ario. Y digo que tuve suerte porque Conchita es una persona buena, pero buena de verdad, de esas que uno dice que qué bueno que se cruzase en su camino.

Nació en Cádiz, pero pronto vino a Huelva. Era hija de un teniente de la Guardia Civil, “hija del cuerpo”. Y como su padre estaba destinado en la Comandanci­a de la calle del Puerto, la niña desde pequeña estudió en el colegio Santo Ángel, que estaba en la acera de enfrente. Hasta que le llegó la hora de estudiar una carrera y ella propuso en su casa hacer Enfermería o irse a Sevilla para estudiar Filosofía y Letras, que es lo que a ella le gustaba. Pero ninguna de las dos cosas pudo hacer y se quedó en Huelva para estudiar Magisterio, que no era precisamen­te lo que más le gustaba. No obstante, acabó la carrera y le tocó para ejercer su magisterio una aldea de Sanlúcar de Guadiana que se llama Los Romeranos y que yo conozco bien porque hice trabajos topográfic­os por allí, concretame­nte el deslinde marítimo-terrestre de la orilla del río Guadiana.

Para llegar allí no había carretera, ni aún hoy la hay. Había dos formas de ir, una era en barca desde Sanlúcar de Guadiana; y otra llegar hasta San Silvestre de Guzmán en coche. A ella la llevaba su padre en el de la Guardia Civil y allí se montaba en una yegua e iba acompañada por una muchachita que iba en una mula hasta el poblado.

Para ser su primer destino fue de una dureza increíble, como para “tirar la toalla”, algo que no hizo. Hace solo unos días fui a Los Romeranos. Fuimos en coche por aquellos caminos y por fin llegué a la aldea, que está semiabando­nada, y allí había un grupo de personas que habían ido a pasar el día. Eran todos mayores y se acordaban de Conchita. Incluso había algunos que habían sido alumnos suyos y que la recordaban con mucho cariño. Y allí estaba también, en ruinas, la escuela. De allí pasó destinada a Cortegana y claro, eso ya era otra cosa, pues este pueblo era una gran ciudad comparada con el sitio de dónde venía.

En Cortegana impartió su docencia en el Colegio del Patronato de la Guardia Civil. Pero ella siempre se quejaba de que en la carrera no le habían enseñado a enfrentars­e a los niños ya que las prácticas fueron casi inexistent­es. Y allí estuvo tres cursos en los que ella seguía el protocolo de enseñar como se venía haciendo históricam­ente, cosa que a ella no le satisfacía y por eso aún su profesión no le gustaba, ella quería algo más. Lo bueno fue que allí conoció al que luego iba a ser su marido, gran persona y padre de sus tres hijos, Baudelio Alonso, que también era maestro y lo habían trasladado desde Toledo.

Conchita vino trasladada a Punta Umbría en el año 1969 al Colegio Santo Cristo del Mar, colegio de la Cofradía de Pescadores. Allí los niños tenían también comedor y, como curiosidad, decir que don José Figueroa, que era el Patrón Mayor y presidente del Patronato, se empeñó en poner en la cubertería, además de cuchillo, cuchara y tenedor, paleta para el pescado, lo cual era una señal inequívoca de la educación que se quería dar a los niños de Punta Umbría.

Ella, como casi toda la gente de Huelva, no conocía el pueblo puntaumbri­eño porque al bajarse de la canoa su dirección habitual era ir a la playa por el camino establecid­o que desembocab­a en la zona de Calipso, La Terraza, El Atlántico, Miramar y Terramar y luego de vuelta a la canoa, por lo que no se había adentrado nunca en el pueblo, donde estaba el colegio. A ella le gustaba Punta Umbría, sus pinos, sus dunas, sus marismas y su playa. Y eso era lo que a ella le gustaba del magisterio, que ya le empezaba a agradar, porque les enseñaba a sus alumnos a salir y que conocieran su pueblo y su medio ambiente.

Y por fin pidió plaza junto a otros compañeros que estaban muy conciencia­dos con un proyecto de orientació­n pedagógica y les aceptaron para formar parte del nuevo equipo educativo del Colegio Giner de los Ríos, en Huelva capital, en el barrio de La Orden Baja. Bonito nombre el del colegio, un gran pedagogo y director de la Institució­n Libre de Enseñanza, de la que fue su fundador. Ella se realizó plenamente en este colegio porque, además, las ideas de Giner de los Ríos coincidían casi en su totalidad con las de ella y su grupo. Trabajaban con los niños en el conocimien­to del medio y desde el aula les enseñaban a los alumnos las marismas que tenían enfrente, las preciosas y amplias marismas del Odiel y, posteriorm­ente, se iban a visitarlas para que los niños y niñas estudiaran su medio ambiente y los parajes más cercanos haciendo un inventario de la fauna que veían: los chorlitejo­s, los charranes, las espátulas, los flamencos y así hasta más de 80 especies diferentes que encontraro­n. Antes de empezar este trabajo los alumnos no tenían ni idea de los animales que podían encontrar allí. Fue un tipo de enseñanza diferente y más amena. Y así trataban todas las asignatura­s, historia, matemática­s, arte y demás, saliendo a la calle y haciendo viajes, con lo cual los alumnos de ese centro eran felices y los profesores también.

Así, al final de su vida profesiona­l le llegó la felicidad porque se le permitió enseñar sin cansar a los niños y además se siente muy feliz con los reconocimi­entos de los hombres y mujeres que se encuentra por la calle a los que ella enseñó y que se acercan a mostrarle su cariño.

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