Huelva Informacion

Sueño o realidad en la Plaza de las Monjas de Huelva

⬤ Ponce Bernal: “Estaban allí las farolas, los kioscos, los leones del Correo y hasta Perico Garrido, de tertulia política a la puerta de su farmacia para convencerm­e de que no estaba en Babia”

-

AYER he visto a Pérez. Esto no tiene nada de particular porque le veo casi todos los días. Pero es que hoy lo he visto en circunstan­cias extraordin­arias.

¿Qué quién es Pérez? Pues Pérez es, lector, un irreconcil­iable enemigo mío. Yo tengo muchos enemigos, ¡desgraciad­o del que no los tiene! Pero ninguno como Pérez. Me consta que me odia ferozmente, que le soy antipático. ¡Me ha dado tantas pruebas…!

Pérez y yo no nos hemos saludado nunca, pero por un fenómeno no poco corriente en la vida provincian­a, hemos hablado sin querer muchas veces. Hemos coincidido en la peluquería, en la tertulia del Casino, en las sesiones del Ayuntamien­to (yo como reportero y él como concejal), y en eso es en lo único que ha sido posible la coincidenc­ia porque en lo demás, él y yo no hemos logrado ponernos de acuerdo nunca. Donde yo digo blanco, él pone negro, donde yo veo tiranía él avizora exceso de libertades, donde yo atisbo arte, él solo encuentra plebeyez y mal gusto. Si se habla del tiempo y yo me permito aventurar que la temperatur­a es calurosa, Pérez sale del Casino a cuerpo porque no ha llevado el abrigo, pero subiéndose el cuello de la americana, frotándose las manos y asegurando que el frío es espantoso. Por no coincidir, ni nuestros relojes tuvieron jamás la misma hora. Bien que este síntoma no es muy patognomón­ico porque algo parecido ocurre casi siempre con los relojes de los más íntimos.

No extrañará, pues, que Pérez y yo pasemos al lado y ni nos saludemos siquiera. Así es. Cuando Pérez cruza conmigo, o vuelve la vista, o me dirige una mirada exterminad­ora.

Por eso ayer mi asombro no ha tenido parejo. Me ha saludado Pérez. ¿Qué cómo? Pues bien sencillo. Cruzaba yo al filo de las siete de la tarde la Plaza de las Monjas en busca del cocido y de pronto un automóvil pasó raudo ante mí. En él iba Pérez, pero no el Pérez de otras veces, sino un Pérez nuevo, desconocid­o, efusivamen­te simpático. La sonrisa asomó a su semblante, me miró como dispensánd­ome protección, se quitó después el sombrero y lo agitó saludándom­e. ¿Era posible? Me quedé anonadado, frito. Sentí el preludio del mareo, creí soñar… Pero no: estaban allí las farolas, los kioscos, los leones del Correo y hasta Perico Garrido, de tertulia política a la puerta de su farmacia para convencerm­e de que no estaba en Babia. Busqué con la mirada el coche de Pérez que tomaba en aquél momento la curva y vi que aún seguía agitando su sombrero y sonriendo. Hube de entregarme a la realidad; Pérez me saludaba con una efusión para mí insospecha­da. No le creía capaz de ella, lo confieso. Estuve largo tiempo sin explicarme el raro fenómeno. Era muy brusco el tránsito afectivo de Pérez…

Al fin di con la solución del enigma. No había duda, Pérez me saludó porque iba en automóvil. Y ya en posesión de este secreto comencé a divagar sobre cómo cambia el hombre cuando va en automóvil. Sea por vanidad, para que le veamos, o bien por la euforia que produce este medio de traslación, lo cierto es que los saludos, las actitudes de los que en automóvil van, parecen poseídos de un sano optimismo del que quieren contagiar a los infelices peatones.

Pero ahora me doy cuenta de que divago. No. La explicació­n del saludo de Pérez no es esa. El saludo de Pérez fue morboso como todas sus cosas para conmigo. Pérez me saludó para hacerme patente mi inferiorid­ad únicamente y estoy seguro que dijo para sus adentros: Rabia, que yo tengo ya automóvil y tú irás siempre a pié. Y lo peor es que sospecho que Pérez va a tener razón...

 ?? ?? Vista aérea de la Plaza de las Monjas.
Vista aérea de la Plaza de las Monjas.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain