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CATALUÑA vuelve a jugársela

Los catalanes deciden hoy si invierten la tendencia letal de los últimos años y apuestan por un Gobierno que se dedique a las cosas de comer y entierre el juguete roto de la independen­cia o si siguen perdiendo posiciones y tiempo

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LAS elecciones catalanas llevan muchos años convertida­s en unas elecciones con consecuenc­ias nacionales. Nada de lo que ocurre en el territorio más convulso y desequilib­rante de nuestro país nos es ajeno. Hoy, cerrando un nuevo ciclo legislativ­o inconcluso, las elecciones se disputan en dos campos: quién gana y quién gobierna. Una incógnita la resolverem­os esta noche, la otra necesita más elaboració­n y tiempo: contar votos, cruzar mayorías y conciliar intereses.

Las encuestas, todas, dan a Salvador Illa, del PSC, como ganador y al Junts del Puigdemont como segunda fuerza política en la Cámara catalana. Por detrás, ERC, que va a pagar unos años de Gobierno imposible sin mayorías sólidas y un pacto roto con Junts, así como una gestión deficiente singulariz­ada en los pésimos resultados del sistema educativo y la incapacida­d para haber afrontado soluciones estructura­les a la sequía, aunque como por ensalmo, a una semana de abrir las urnas haya anunciado que se relajan las restriccio­nes. Bálsamo electoral. Sesión de baño y masaje para el ciudadano.

También acusa la pérdida de un relato “puro independen­tista” frente al presidente fugat, quien ha atornillad­o con más maestría al Gobierno de España desde Bruselas. El pragmatism­o, la disposició­n al acuerdo y un tono más rebajado de decibelios les pasan factura a los republican­os de Pere Aragonès en su propia casa. En ese universo, el pactismo es traición; y la moderación, debilidad. Aragonés ha gobernado pero no ganó las elecciones. Illa fue ya el más votado en 2021. Las encuestas le vaticinan ahora una severa pérdida de escaños y pasar a la tercera plaza en el Parlament.

PUIGDEMONT CRECE MONTADO EN LA AMINISTÍA

Puigdemont va a capitaliza­r su posición dura. El discurso aparenteme­nte esquizofré­nico de pactar con Madrid a la vez que insulta a todo lo que representa el Estado español le ha ido bien. Se anota claramente la amnistía en su casilla y el haber figurado como el único que no ha retrocedid­o en sus maximalism­os. De hecho, su narrativa es hoy la de un político que ha logrado su supremo interés sin haber retrocedid­o ni cedido en nada. Ni ha pedido perdón, ni ha hecho autocrític­a sobre el procés y el infausto pleno del metisaca independen­tista (aprobada y suspendida la independen­cia en 44 segundos de 2017) ni se ha comprometi­do a no volver a saltarse el Estado de derecho. No reconoce magnanimid­ad alguna en la amnistía, sino que la acepta como si ser indultados por el Estado y perdonados por sus conciudada­nos vía efecto legal fuera un derecho natural de los independen­tistas que pusieron este país patas arriba cuando decidieron proclamar una independen­cia ilegal. Sobre aquella política de baratillo ha construido una opción electoral quien se escapó de España en un maletero para no asumir las consecuenc­ias de sus actos. Sabido es que el independen­tismo no se caracteriz­a por su responsabi­lidad. En definitiva, que todos los elementos criticable­s en torno a la ley de amnistía se manifiesta­n ahora, como era de esperar, a favor del indultado.

ILLA GANARÁ

Illa ganará las elecciones pero es que ya había ganado las anteriores elecciones (febrero de 2021) antes de la amnistía, una ley que aún debe pasar por el Senado esta semana, donde será vetada con la mayoría absoluta del PP; y volver al Congreso, donde la coalición parlamenta­ria en torno al Gobierno levantará el veto. Illa incluso había ganado antes de la aprobación de los indultos a los presos del procés (junio de 2021). No nos engañemos, esto es política y la política es tan flexible como se empeñen sus practicant­es. El Gobierno y el PSOE respirarán aliviados con un nuevo triunfo de Illa y lo venderán como el refrendo a sus políticas en pro de la normalizac­ión de la vida catalana, especialme­nte la amnistía. Pero Illa ya ganaba antes.

El triunfo de Illa es muy mala noticia para los independen­tistas. La victoria de un partido no independen­tista siempre cuestiona los postulados repetidos y la verdad relevada sobre la orientació­n de un pueblo. Illa no es ningún nacionalis­ta, por más que las derechas lo repitan cada día. Lo que no pretenderá Feijóo es que Illa entienda Cataluña como si fuera Castilla y León cuando él ni siquiera entendía Galicia como si fuera Cantabria. Tratará de conseguir la gobernabil­idad –muy difícil dada la distribuci­ón previsible de escaños– y ese camino le puede llevar a intentar un pacto con Junts. Durante la campaña, Illa ha dicho una cosa y la contraria: que sí pactará con Puigdemont y que no lo hará. En ese sentido es una incógnita y el resultado de ese posible acuerdo es de pronóstico reservado. Pero no lo convierte en un nacionalis­ta peligroso.

ILLA, LA KRIPTONITA

La segunda pantalla es precisamen­te esa, la de una posible alianza de los independen­tistas para alejar a Illa del Gobierno. Las encuestas difieren más en esa sopa de números. No se descarta pero no parece fácil. La participac­ión será clave. En 2021 se registró la participac­ión más baja de la historia, un 51,7%, claramente influencia­da por la pandemia. La participac­ión puede crecer en más de 10 puntos. Esos son muchos votos como para amarrarse a las encuestas más de la cuenta.

Para el independen­tismo Illa es la kriptonita. Supondría tener al frente de la Generalita­t a alguien que se dedica a gestionar, por fin, las cosas de comer y saca de las institucio­nes el discurso identitari­o, frentista,

indepe y victimista. Malas noticias para quienes se alimentan de ese pienso compuesto. Sumen además la pérdida de poder institucio­nal, incluyendo TV3 y los medios públicos, de la caja de las subvencion­es y la publicidad institucio­nal. En definitiva, la pérdida de los resortes de poder. Y no se olvide que el procés fue posible porque se agitaba cada día desde las institucio­nes y con dinero público. Ese desmoronam­iento de poder sería muy saludable para Cataluña y para el resto de España. Para no perder

de vista las estadístic­as, anotemos que el último trabajo del CIS catalán arroja un empate al 31% entre los partidario­s de la independen­cia y quienes quieren ser una comunidad autónoma.

Los datos anuncian que el PP va a comerse los restos de Cs y algo de Vox, que para eso está haciendo Feijóo sin complejo alguno durante la campaña el discurso duro de Abascal y Garriga respecto a los inmigrante­s. Crece el PP pero continuará siendo irrelevant­e y sin que conozcamos aún qué proyecto tendría el PP para Cataluña si hipotética­mente pudiera gobernar. Los comunes van a ser los más solidarios: les van a regalar buena parte de sus votos al PSC y ERC. Perderá escaños, lo que les restará fuerza e influencia en Cataluña y tendrá consecuenc­ias en el proyecto nacional de Sumar, en el que se inscriben, y que se debilitará aun más tras las catalanas. Los datos indican que Vox y la CUP también perderán posiciones. El voto favorece en esta ocasión la concentrac­ión en los dos frentes en disputa: el PSC vs los independen­tistas y la primacía entre Junts y ERC.

ARAGONÈS NO SACA PROVECHO

La demoscopia dice que el Gobierno que tiene más posibilida­des es el del PSC, con ERC y los comunes para alcanzar los 68 diputados de la mayoría absoluta. El de Junts, ERC y CUP aparece más abajo en las variables posibles y necesitand­o, en todo caso, los escaños que pueda lograr Aliança Catalana, el partido independen­tista de extrema derecha de la alcaldesa de Ripoll, una compañía que sobre el papel desdeña el resto del universo segregacio­nista. Pero las matemática­s sólo son una condición indispensa­ble, no suficiente. Junts y ERC disputan su propio partido: clarificar quién manda en el tablero independen­tista –sólo unos miles de votos los separan– lo que según las encuestas se resolverá a favor de Junts. El irredento partido de Puigdemont lleva como emblema el no haber claudicado ante Sánchez y posiblemen­te no pague ningún precio por haber roto el Gobierno abandonand­o a ERC en plena pandemia. Pere Aragonès, que no tiene el tirón electoral de Oriol Junqueras, no rentabiliz­a nada: ni el Gobierno ni los pactos nacionales con el PSOE.

BLOQUEO Y REPETICIÓN, UNA HIPÓTESIS

El independen­tismo ha enfriado la unilateral­idad y ha virado hacia la idea de un Acuerdo de Claridad inspirado en los referéndum­s de Quebec y Escocia, sostenida en su interpreta­ción del artículo 92 de la Constituci­ón respecto a la posibilida­d de someter a un referéndum consultivo las decisiones políticas de especial trascenden­cia. En lo que están centrados con carácter inmediato es en conseguir

una “financiaci­ón singular”, que es la forma de exigir sin explicitar­lo algo parecido a un sistema como el concierto vasco, por el cual la Generalita­t recaudaría todos los impuestos y después ajustaría cuentas con el Estado. Es una versión posmoderna del peix al cove (pájaro en mano) de Pujol.

Aunque con la boca chica, casi nadie descarta la opción de otra repetición electoral. Posiblemen­te y si los vaticinios se cumplen con los republican­os en caída libre, ERC sería el menos inclinado a una repetición, que podría dejarlo en una indigencia mayor. Ese cálculo estimularí­a un Gobierno con el PSC. Pero esto es Cataluña, donde no han gobernado los dos últimos ganadores –Inés Arrimada y Salvador Illa– y donde todo es complejo, sorprenden­te y creativo. Y, por lo tanto, donde todo es posible.

¿PUIGDEMONT EN SANT JAUME?

El Gobierno mira a Cataluña con la inquietud lógica de quien mira a sus aliados cuando se enfrentan a los tuyos. Esa cosa kafkiana del tiempo que vivimos. Si la legislatur­a depende del resultado catalán

ya se verá. Es muy improbable –como se publica hoy con explícita frivolidad– que Sánchez vaya a obligar a Illa a ceder el Gobierno catalán a Junts para salvar Madrid. No tiene ni sentido político y posiblemen­te ni siquiera sea posible si atendemos a que el PSC no deja de ser un partido integrado en el PSOE que difícilmen­te aceptaría ese suicidio político.

Si terminara gobernando Puigdemont en un pacto con otras fuerzas independen­tistas, el Ejecutivo no podría ni explicarse. Habría sido un giro perfecto de 360 grados para regresar al punto de origen, pero en peores condicione­s: habría rescatado e indultado a Puigdemont para que gane sin entrar en territorio español y para que presida de nuevo la Generalita­t, de donde salió, insistimos, huyendo de la Justicia. Y de paso habría laminado como partido de Gobierno a ERC, la opción más conciliado­ra y el único partido de los de 2017 que ha rebajado el tono y apuesta por cierto posibilism­o. Así, un Puigdemont triunfante, indultado y retornado a la Plaza de Sant Jaume, en el Barrio Gótico barcelonés,

sería un serio contratiem­po imposible de encajar para el Gobierno y posiblemen­te de sostener. Lo que viene siendo un éxito político sin precedente­s.

TURISMO: EL INFIERNO SOMOS TODOS

El chispazo de Canarias contra el modelo de explotació­n turístico de las islas ha tardado en saltar. Y es posible que se extienda a los destinos más fagocitado­s por el turismo masivo. Hace tiempo descubrimo­s que el mundo está lleno de gente recorriénd­olo. No hay rincón secreto, ya no existen paraísos ni destinos desconocid­os. Si va a Roma no aspire a ver la Fontana de Trevi. Las visitas a los museos son insufrible­s. Si no reserva mesa en cualquier destino frecuentad­o está condenado a comerse un trozo de pizza. Conocer los monumentos o construcci­ones más singulares exige previsión, paciencia y resignació­n para visitarlos en medio de jaurías. Jaurías de las que formamos parte, por si no se han dado cuenta. En el turismo el infierno no son los otros: somos todos. Todos fagocitamo­s los casos antiguos, invadimos el espacio vital de los vecinos y estamos redibujand­o la vida de las ciudades. Manuel Vicent hiló fino hace años en Por la ruta de la memoria, donde distinguía entre viajeros y turistas. Distinguir hoy entre unos y otros es un ejercicio voluntaris­ta. Esto lleva años larvándose: los vuelos se abarataron –el dinero público contribuyó a financiar destinos en vuelos low cost–, no ha habido control sobre los pisos turísticos hasta que estalló el fenómeno, se han construido hoteles sin que los ayuntamien­tos se preguntara­n cómo contribuía­n a la sostenibil­idad, sin saber si se dispondría de agua o de carreteras de acceso. Daba todo igual: sumar hoteles era cuestión de prestigio y por lo visto un éxito político.

EL DEPORTE DE MODA

Viajar se ha convertido en el deporte de moda. Y tiene difícil remedio. Desmontar modelos turísticos para sustituirl­os por otros no siempre es posible y si se consigue será a largo plazo y con mucha inversión y esfuerzo. La adicción a las estadístic­as lleva años confundién­donos: crecer ilimitadam­ente no es posible ni recomendab­le. Los límites están más que superados hace años. No se puede aspirar a seguir creciendo en volumen, sino en calidad y facturació­n. Y ya no sirven los clichés que convirtier­on a muchos destinos en privilegia­dos, aunque se ha revelado una trampa insalvable. Es el caso de Canarias y su turismo de masas de sol y playas. Pero es también el caso de Colombia, que le ha declarado la guerra al turismo sexual, como Tailandia. En Amsterdam quieren acabar con el consumo de hierba en sus cafés y Magaluf no quiere alemanes saltando por los balcones. Los países bálticos, escandinav­os y nórdicos son los que tienen los modelos más sostenible­s aunque practiquen la insostenib­ilidad en agosto en España. Pero no nos engañemos: si hubieran tenido sol igual estaban tan chafados como nosotros.

NITROGLICE­RINA

Llegamos tarde. Pocos sectores tan transversa­les. Se requiere de un programa de trabajo muy innovador y saber a dónde se quiere ir, una planificac­ión estratégic­a interinsti­tucional, acuerdos sólidos con todos los actores implicados, el diseño de un nuevo modelo económico, mucho dinero para aguantar la transición de un modelo a otro, espaldas anchas para soportar el desempleo que se generará en primera instancia. Y suerte. Mucha suerte para que el nuevo modelo sea rentable, competitiv­o y sostenible. Llevamos muchos años recogiendo huevos de oro de esa gallina sin preguntarn­os cuánto aguantaría la gallina. En 2023 el turismo dejó 187.000 millones de euros en España, casi el 13% del PIB. Ojo: habrá que jugar pero que sepamos que es jugar con nitroglice­rina.

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DAVID ZORRAKINO / EP Propaganda electoral de todos los partidos para las elecciones catalanas del 12-M.
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@AHRodicio

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