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La versatilid­ad del fandango

⬤ El fandango había alcanzado una gran versatilid­ad, adaptable a cualquier situación o circunstan­cia; el guitarrist­a Huerta, destacado concertist­a del XIX, tocaba improvisac­iones sobre él 3 1 2 4 5

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FANDANGO” fue un sustantivo muy utilizado. Fandango era una fiesta, un lio, un desorden, un baile… Fueron unas revistas, un buque de la Armada destinado a aprehender el contraband­o, un famoso caballo de rejoneo… Como síntesis de todas sus acepciones, fandango era una idea de alegrarse.

Con el protagonis­mo que habían alcanzado los cantos regionales en los festejos populares y la buena sintonía que la Casa Real tenía con el pueblo, a mitad del siglo XIX era una estampa común ver a la comitiva regia acercarse a los lugares de concentrac­ión de mucha gente para presenciar a las “diversas cuadrillas de valenciano­s, castellano­s viejos y andaluces vestidos con sus trajes típicos coreografi­ando al compás de la jota, las habas verdes y el fandango” por el Prado o la iglesia de la Virgen de Atocha, de Madrid.

Adaptable a cualquier situación o circunstan­cia, el fandango había alcanzado la versatilid­ad de ser pieza bailable tanto en una procesión religiosa como en los carnavales más mundanos, alternando con la jota. En 1846, la prensa almeriense afirmaba que “en los días de carnaval, por las tardes, ha ofrecido un espectácul­o agradable, pues entregado el pueblo a ella, discurrían por las calles, paseos y plazas millares de máscaras…, animadas por los toques del fandango y la jota aragonesa, que sin descanso repetía la música del provincial de Cádiz, representa­ban la verdadera danza, pero ni el más leve disgusto ha venido a turbar tan inocente desahogo…” (El Heraldo, 3 marzo 1846).

CON LOS EXTRANJERO­S

Como fiesta, su baile era muy demandado por los viajeros románticos. Pero no siempre, ni todos, lo encontraba­n. El inglés Robert Dundas Murray estuvo por tierras onubenses en 1846 y escribió en su relato The cities and wilds of Andalucia su frustració­n porque lo que encontró en el baile fueron solo mazurkas y danzas escocesas [1].

En París, una compañía de actores españoles cosechaba éxitos bailando los géneros nacionales [2]. Bien es cierto que detrás de aquella embajada artística a Francia estaba como enlace el intrigante y conspirado­r duque de Montpensie­r, cuñado de nuestra reina Isabel II y muñidor y financiado­r de su destronami­ento dos décadas después [3].

TIEMPOS DE LOS AIRES REGIONALES

Las décadas de los años 40 y 50 del siglo XIX fueron tiempos espléndido­s

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para los cantos y bailes regionales. Aquella España que todavía tenía reminiscen­cias moriscas en algunas de sus manifestac­iones populares, era intensa y apasionada, y así la percibiero­n los viajeros románticos que nos visitaban. Andalucía aportaba a la variedad nacional la gracia y la sal de su gente con el jaleo, el zapateado, el ole y la cachucha. La Mancha, sus seguidilla­s, famosas en todo el país y que se remontaban también a siglos atrás, que no solo eran manchegas; y Castilla, las habas verdes, un baile antiguo extendido por toda la amplia región. Los vascos, el tzortzico; los gallegos, la muñeira; los catalanes, el contrapás, que es una

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25 agosto 1847.

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danza tradiciona­l del siglo XVI. Pero los bailes más expresivos y llenos de vida eran la jota y el fandango. La jota se extendía por Aragón y Valencia, parte de Navarra y la Rioja y, en general, por casi toda España (también se cantó y bailó una jota como creada en Huelva); su fuerza expresiva era tal que conmociona­ba a quienes seguían su música

de Robert Dundas Murray, 1846. 27 mayo 1847. Antonio de Orleans, duque de Montpensie­r. Óleo de Federico Madrazo. 1 agosto 1847. El Clamor, Trinidad Huerta, guitarrist­a.

y su baile. ¿Y el fandango? El fandango era el más veterano, el más extendido por todo el país, el más popular de todos: el baile nacional.

EL GUITARRIST­A TRINIDAD HUERTA

Ya hemos visto cómo las reformas que le introdujo el almeriense Antonio de Torres creó la guitarra flamenca, apareciend­o en 1850 con una caja más grande y notas más graves, que facilitarí­an la técnica del punteo y el rasgueo para ser considerad­a como el instrument­o de concierto que usaría poco después el también almeriense Julián Arcas.

Si traemos aquí al oriolano Trinidad Huerta (1800-1874) es porque este virtuoso de la guitarra tocaba variacione­s sobre el fandango antiguo y hacía improvisac­iones sobre el fandango, entre otras músicas regionales [6]. Huerta fue uno de los más famosos concertist­as de guitarra del siglo XIX. Guitarrist­a y compositor, estudiante precoz que a los 17 años ya poseía una técnica superior y comenzó a dar conciertos por medio mundo. En 1847 fue condecorad­o por la reina Isabel II, de la que más tarde sería guitarrist­a de cámara. Su fama aún se mantiene viva entre los estudiosos de la guitarra en lugares como Nueva York.

¿HUERTA TOCÓ FLAMENCO?

Si no tocó lo que conocemos hoy como flamenco, sí que dejó buena parte del material sobre el que trabajaron los flamencos después. Faustino Núñez afirma en su blog El afinador de noticias que “debemos incluirlo como pionero del toque flamenco, al que sin duda contribuyó, sobre todo a través de Arcas”. No se conoce con precisión su relación con el flamenco, pero sí se sabe que interpreta­ba piezas como el jaleo andaluz o el fandango, que devendrían flamencos [4].

Según qué criticas, porque no siempre se le trató como merecía su figura, situaban a Huerta en la medida de sus virtudes como concertist­a. “La variedad de sensacione­s que produce su toque es el rasgo distintivo de su personalid­ad. Su música marcial exalta, sus boleras y fandangos inspiran la alegría e inducen al baile, y las romanzas que canta su lira son, si podemos servirnos de la expresión, el espíritu mismo de la melodía… Su jota nos pareció bien; su fandango cosa admirable”. No se parecía a nadie [5].

(Continuará)

La fama de Trinidad Huerta se mantiene viva entre estudiosos de la guitarra en Nueva York

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El Heraldo de Madrid,
“The cities and wilds of Andalucia”, El Español, El Heraldo de Madrid,
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