A MI HIJO?
Lo que tus hijos acaban comiendo es el resultado de un complejo conglomerado de factores. Como en otros muchos aspectos de la educación, los padres somos su punto de referencia fundamental y los encargados de marcarles las pautas. Una empresa que necesita de un constante reciclaje atendiendo a lo que sabe y a lo que queda por saber.
Es durante la infancia cuando se establecen en gran medida los hábitos alimenticios y cuando la forma de alimentarse tiene más repercusiones, tanto favorables como desfavorables, respecto al futuro. La unidad familiar, sea cual sea su estructura, tiene en ello un papel protagonista.
Desde que nace, el niño come acompañado y constantemente recibe las influencias de aquéllos con quien comparte ese momento vital. Ello abarca no tan sólo a los alimentos que come, sino también al concepto que de ellos se forma, a cómo los trata, a cómo los vive, a cómo los piensa. Porque, en definitiva, comer es pensar.
Nuestros hijos, los consumidores del futuro, son esponjas que se empapan de cuanto reciben. ¿Los aceptas en la cocina? ¿comen contigo? ¿les dejas el tiempo que necesitan? ¿respetas sus ritmos de hambre y saciedad? ¿los premias con dulces? ¿los castigas sin postre? ¿predicas con el ejemplo? ¿les das libertad para construir su abanico gustativo? ¿pueden contar contigo? ¿respondes a sus inquietudes?
La construcción de su modelo alimenticio y su relación futura con el alimento dependerá en gran medida de la respuesta que des a estos y a otros muchos interrogantes. El porqué, el cómo, el cuándo, el cuánto coman tus hijos se habrá gestado con lo que haya aprendido de ti.
LO QUE LES DICES SIN HABLAR
Sería ingenuo pensar que nuestros hijos aprenden qué, cómo y cuándo comer tomando como base nuestros discursos, conceptos e ideas. La mayor parte de la información se la proporcionamos sin hablar.
La alimentación de cada cual se construye con multitud de códigos que entran... por los ojos. Veamos algunos casos:
• Predicar con el ejemplo. ¿somos coherentes? ¿hacemos lo que decimos? ¿cumplimos con lo que les exigimos? Todos los detalles tienen su significado y poseen un enorme valor. A veces tenemos un decálogo mental acerca de cuáles son las normas ideales... a las que nosotros mismos somos incapaces de atenemos: decir basta a tiempo, ingerir la comida pausadamente, no mirar la tele mientras comemos, valorar en su justa medida lo que comemos... Las incoherencias arrasarán cualquier intento de educación «académica».
• Determinados alimentos para determinadas situaciones. Alimentos de fiesta, de temporada, de mañana y de noche, de mayores y de pequeños, de hombres y de mujeres... la cultura alimenticia hace distinciones según las situaciones. Estos referentes, cuando se evitan las posiciones maniqueas, contribuyen al mantenimiento de un orden culinario.
• El prestigio social de los alimentos. No todos los alimentos son valorados por igual, y no sólo en cuanto a criterios nutricionales. En gran medida el prestigio se asocia al coste. La utilización de este absurdo baremo mutila la posibilidad de ver un panorama alimenticio global y, cuando los errores se cronifican, puede ser causa de importantes desequilibrios nutricionales. Un caso paradigmático es el de las legumbres, un alimento excelente penalizado, entre otras cosas, por ser económico. Este error puede resolverse aplicando a los alimentos aquello del «tanto tienes (nutrientes), tanto vales».
• Premios y castigos. Es generalmente lo dulce lo que se asocia al regalo o la privación. Al niño se le asocia lo nutricional y el placer oral con su conducta. Sin duda, una fórmula demasiado poderosa para el mal uso que habitualmente se le da.
INTERPRETAR LOS RECHAZOS
La cultura condiciona más de lo que pensamos nuestro modelo alimenticio. Lo que aquí es un manjar, allá es repugnante, lo que aquí es perfecto, allí es pecado... A los aspectos culturales hay que añadir la psicología individual para explicar por qué cada uno es como es en lo nutricional. En esta formación de la identidad alimenticia hay momentos difíciles:
• La neofobia. La prudencia, temor a lo desconocido o resistencia a la innovación es una característica importante del comportamiento alimenticio de los omnívoros. En el ser humano se manifiesta primero en la niñez en una edad variable aunque generalmente situada tras los dos años.
Puede observarse una fuerte oposición a los alimentos nuevos; el niño selecciona los alimentos, los prueba a regañadientes y a veces los escupe.
Por diferentes motivos los padres solemos tolerar mal esta etapa, fundamentalmente porque no se entiende como lo que verdaderamente es: un intento del niño de estructurar la propia alimentación, de aumentar su autonomía. Es decir, un paso más del largo camino del crecimiento.
El comportamiento neofóbico, lejos de constituir un trastorno del desarrollo, parece corresponder a una fase normal del
mismo. Conviene, pues, primero conocerlo, después respetarlo y finalmente canalizarlo hacia la mejor resolución.
• Instrumentalización de la comida. Al lado de distintos factores corporales del rechazo encontramos la instrumentalización de la comida: protesta, distintividad, búsqueda de atención... En un niño sano estas estrategias tienen en el hambre su peor enemigo; cuando no aprieta, el niño puede utilizar la comida con distintos fines. Esta situación puede servir de señal de alarma de que algo, que puede no tener nada que ver con la alimentación, no funciona. Si la situación amenaza el equilibrio nutricional y la salud del niño debe buscarse la ayuda necesaria.
• Cuando no les gusta lo que les conviene. Que a los niños no les gustan las verduras es algo bastante evidente y probablemente de forma mayoritaria no tiene otro significado que el de no encontrarlas sabrosas. Sin embargo, su consumo es importante para garantizar el equilibrio nutricional.
Esto, que puede ocurrir con otros alimentos, encuentra mejor solución en la imaginación que en la imposición. A veces pueden evitarse choques frontales buscando distintas estrategias: cambio de un alimento por otros equivalentes, modificaciones en la textura, introducción como ingrediente de otros platos, cambios en el orden de la ingestión...
CONSEJOS PARA LUCHAR CONTRA LAS MALAS INFLUENCIAS
¿Cómo actúa la publicidad? Haciendo las cosas sugerentes. También nosotros podemos hacerlo. Si la preocupación por el entorno es grande y creemos estar haciendo algo «raro» también los niñas lo vivirán así y se dejarán influir por las modas de o la televisión y los amigos.
Hacer recetas sencillas pero sugerentes y de calidad, combinando formas y colores.
Hacer que los niños participen elaborando la comida.
Observar sus gustos naturales.
No conviene prohibir a los niños que prueben chucherías. Eso genera obsesión por el deseo.
Mostrar que muchas veces la publicidad es engañosa. Reutilizar sus envases preferidos con alimentos sanos.
Solicitar en la escuela revisión de menú o adecuarlo con ensalada y primeros platos.
ANOREXIA Y OBESIDAD
Condicionantes familiares
¿Por qué aumenta sin cesar el número de chicas (y también de chicos) que se niegan a comer en la flor de su vida? La anorexia nerviosa es un fenómeno complejo en el que pueden estar implicados distintos factores. Se ha insistido en el papel protagonista de la familia en la gestación de la anorexia cuando el fracaso comunicativo entre sus miembros es un hecho.
Otros autores opinan que el modelo de delgadez y éxito socialmente impuesto es el principal responsable. Se ha sugerido que si la madre de la familia subraya el
valor del atractivo físico y la delgadez, si se preocupa por el peso y las dietas y anima los intentos de perder peso, aumenta la probabilidad de que los miembros femeninos más jóvenes practiquen regímenes alimenticios restrictivos y se expongan a un peligro significativo de padecer algún trastorno del comportamiento alimenticio.
No menos preocupante es el otro extremo: el de la comida excesiva y la obesidad asociada. En los primeros años de vida se fija el número de células grasas que tendremos de por vida y es por eso que la obesidad infantil es especialmente rebelde. Sabido es que el condicionante genético tiene un peso vital en quiénes y cómo somos, pero también el ambiente configura nuestro interior y nuestras formas. Los excesos de grasas y azúcares –totalmente inútiles desde un punto de vista nutricional– y muchas horas diarias de televisión son factores que deben evitarse, en especial en aquellas familias en que existan antecedentes de obesidad.
CANALES DE INFORMACIÓN
El niño de hoy tiene acceso a información alimenticia a través de la televisión y de la escuela. Ambas ejercen un gran impacto en la construcción de quienes somos como comensales. La publicidad televisiva es una herramienta poderosa al servicio de la industria. Si Popeye resolvía sus problemas gracias a las espinacas era porque fue solicitado por la industria americana para hacérselas comer a los niños. La utilización publicitaria de deportistas famosos para promocionar productos alimenticios se basa en el mismo principio: es la comida de los campeones. Son factores que acaban ejerciendo un fuerte impacto en la mente poco crítica de nuestros pequeños. Por eso se han levantado voces de alarma (pocas considerando el estado de la cuestión) que reclaman urgentes regulaciones.
Por otro lado, cada vez más, y cada vez antes, el niño comparte sus comidas con miembros que no pertenecen a la familia. El niño aquí intentará identificarse con sus
acompañantes. El creciente uso del servicio de comedor escolar ha disparado la importancia de la escuela en la formación de los hábitos alimenticios. En ese sentido, el monitor debería ser un profesional con amplios conocimientos de nutrición y psicología.
Esta socialización más rápida y amplia del niño (gracias a la televisión y al ambiente escolar) hace que el sentido inverso de la información padres-hijos sea también cada vez mayor; así, por ejemplo, muchos padres son «iniciados» por sus hijos en el consumo de hamburguesas y pizzas.
Es fundamental que los niños participen en el proceso de preparación de la comida; si es posible, desde la recolección o compra en el mercado hasta su elaboración en la cocina y la presentación en la mesa. Es una forma divertida de incluir los buenos hábitos en su vida diaria.
Cómo actuar
La adolescencia puede acarrear serios problemas alimenticios como la anorexia o la obesidad por el abuso de la comida rápida. Si en el mensaje global la reflexión ha predominado sobre la imposición, la responsabilidad sobre la amenaza y los relojes internos sobre los códigos estandarizados, los bandazos propios de la época causarán menos estragos. Un control a distancia será la estrategia a seguir más adecuada.
1) Dejar que los niños expresen sus auténticas inquietudes. 2) Marcar con serena autoridad las pautas alimenticias necesarias. 3) No fomentar la instrumentalización absurda de la comida. 4) Escoger un modelo alimenticio tras formarse e informarse bien. 5) Darles el máximo de información objetiva de manera inteligible. 6) Ampliar las posibilidades dentro de lo saludable lo máximo posible. 7) Introducirlos tempranamente en las acciones previas al comer. 8) Respetar cuanto se pueda sus ritmos naturales de hambre. 9) Cuidar la presentación de los platos y los detalles. 10) Hacer de la mesa un lugar de reunión.
Tienes que evitar
Los fundamentalismos crecen rápido. La necesidad de poner coto al desorden conduce a veces a conclusiones precipitadas, a la pérdida de matices del espectro, a las posiciones de fuerza, a las sentencias sin juicio. El sustrato sobre el que debería descansar cualquier educación nutricional debería ser un conglomerado a base de reflexión, flexibilidad, adaptabilidad, autorregulación e información objetiva.
1) Imponer tus criterios sin darles razones suficientes. 2) Renunciar a principios importantes para satisfacerles. 3) Utilizar la comida como objeto de chantaje. 4) Establecer restricciones en nombre de cualquier mito o moda. 5) Hablar de cuestiones que realmente desconoces. 6) Fomentar exclusiones de forma verbal o no verbal. 7) Dejar que sólo se relacionen con los alimentos en la ingestión. 8) Marcar horarios de comida demasiado estrictos. 9) Presentar La comida y poner la mesa de cualquier manera. 10) Comer mirando la televisión o dejarlos solos ante el aparato.