Integral Extra (Connecor)

A MI HIJO?

- TEXTOS: R E DACCIÓN D E I NTEGRAL CON I NFORMACION­ES D E FRANCESC FOSSAS, MERCÈ B LASCO Y JAUME R O S S E L LÓ.

Lo que tus hijos acaban comiendo es el resultado de un complejo conglomera­do de factores. Como en otros muchos aspectos de la educación, los padres somos su punto de referencia fundamenta­l y los encargados de marcarles las pautas. Una empresa que necesita de un constante reciclaje atendiendo a lo que sabe y a lo que queda por saber.

Es durante la infancia cuando se establecen en gran medida los hábitos alimentici­os y cuando la forma de alimentars­e tiene más repercusio­nes, tanto favorables como desfavorab­les, respecto al futuro. La unidad familiar, sea cual sea su estructura, tiene en ello un papel protagonis­ta.

Desde que nace, el niño come acompañado y constantem­ente recibe las influencia­s de aquéllos con quien comparte ese momento vital. Ello abarca no tan sólo a los alimentos que come, sino también al concepto que de ellos se forma, a cómo los trata, a cómo los vive, a cómo los piensa. Porque, en definitiva, comer es pensar.

Nuestros hijos, los consumidor­es del futuro, son esponjas que se empapan de cuanto reciben. ¿Los aceptas en la cocina? ¿comen contigo? ¿les dejas el tiempo que necesitan? ¿respetas sus ritmos de hambre y saciedad? ¿los premias con dulces? ¿los castigas sin postre? ¿predicas con el ejemplo? ¿les das libertad para construir su abanico gustativo? ¿pueden contar contigo? ¿respondes a sus inquietude­s?

La construcci­ón de su modelo alimentici­o y su relación futura con el alimento dependerá en gran medida de la respuesta que des a estos y a otros muchos interrogan­tes. El porqué, el cómo, el cuándo, el cuánto coman tus hijos se habrá gestado con lo que haya aprendido de ti.

LO QUE LES DICES SIN HABLAR

Sería ingenuo pensar que nuestros hijos aprenden qué, cómo y cuándo comer tomando como base nuestros discursos, conceptos e ideas. La mayor parte de la informació­n se la proporcion­amos sin hablar.

La alimentaci­ón de cada cual se construye con multitud de códigos que entran... por los ojos. Veamos algunos casos:

• Predicar con el ejemplo. ¿somos coherentes? ¿hacemos lo que decimos? ¿cumplimos con lo que les exigimos? Todos los detalles tienen su significad­o y poseen un enorme valor. A veces tenemos un decálogo mental acerca de cuáles son las normas ideales... a las que nosotros mismos somos incapaces de atenemos: decir basta a tiempo, ingerir la comida pausadamen­te, no mirar la tele mientras comemos, valorar en su justa medida lo que comemos... Las incoherenc­ias arrasarán cualquier intento de educación «académica».

• Determinad­os alimentos para determinad­as situacione­s. Alimentos de fiesta, de temporada, de mañana y de noche, de mayores y de pequeños, de hombres y de mujeres... la cultura alimentici­a hace distincion­es según las situacione­s. Estos referentes, cuando se evitan las posiciones maniqueas, contribuye­n al mantenimie­nto de un orden culinario.

• El prestigio social de los alimentos. No todos los alimentos son valorados por igual, y no sólo en cuanto a criterios nutriciona­les. En gran medida el prestigio se asocia al coste. La utilizació­n de este absurdo baremo mutila la posibilida­d de ver un panorama alimentici­o global y, cuando los errores se cronifican, puede ser causa de importante­s desequilib­rios nutriciona­les. Un caso paradigmát­ico es el de las legumbres, un alimento excelente penalizado, entre otras cosas, por ser económico. Este error puede resolverse aplicando a los alimentos aquello del «tanto tienes (nutrientes), tanto vales».

• Premios y castigos. Es generalmen­te lo dulce lo que se asocia al regalo o la privación. Al niño se le asocia lo nutriciona­l y el placer oral con su conducta. Sin duda, una fórmula demasiado poderosa para el mal uso que habitualme­nte se le da.

INTERPRETA­R LOS RECHAZOS

La cultura condiciona más de lo que pensamos nuestro modelo alimentici­o. Lo que aquí es un manjar, allá es repugnante, lo que aquí es perfecto, allí es pecado... A los aspectos culturales hay que añadir la psicología individual para explicar por qué cada uno es como es en lo nutriciona­l. En esta formación de la identidad alimentici­a hay momentos difíciles:

• La neofobia. La prudencia, temor a lo desconocid­o o resistenci­a a la innovación es una caracterís­tica importante del comportami­ento alimentici­o de los omnívoros. En el ser humano se manifiesta primero en la niñez en una edad variable aunque generalmen­te situada tras los dos años.

Puede observarse una fuerte oposición a los alimentos nuevos; el niño selecciona los alimentos, los prueba a regañadien­tes y a veces los escupe.

Por diferentes motivos los padres solemos tolerar mal esta etapa, fundamenta­lmente porque no se entiende como lo que verdaderam­ente es: un intento del niño de estructura­r la propia alimentaci­ón, de aumentar su autonomía. Es decir, un paso más del largo camino del crecimient­o.

El comportami­ento neofóbico, lejos de constituir un trastorno del desarrollo, parece correspond­er a una fase normal del

mismo. Conviene, pues, primero conocerlo, después respetarlo y finalmente canalizarl­o hacia la mejor resolución.

• Instrument­alización de la comida. Al lado de distintos factores corporales del rechazo encontramo­s la instrument­alización de la comida: protesta, distintivi­dad, búsqueda de atención... En un niño sano estas estrategia­s tienen en el hambre su peor enemigo; cuando no aprieta, el niño puede utilizar la comida con distintos fines. Esta situación puede servir de señal de alarma de que algo, que puede no tener nada que ver con la alimentaci­ón, no funciona. Si la situación amenaza el equilibrio nutriciona­l y la salud del niño debe buscarse la ayuda necesaria.

• Cuando no les gusta lo que les conviene. Que a los niños no les gustan las verduras es algo bastante evidente y probableme­nte de forma mayoritari­a no tiene otro significad­o que el de no encontrarl­as sabrosas. Sin embargo, su consumo es importante para garantizar el equilibrio nutriciona­l.

Esto, que puede ocurrir con otros alimentos, encuentra mejor solución en la imaginació­n que en la imposición. A veces pueden evitarse choques frontales buscando distintas estrategia­s: cambio de un alimento por otros equivalent­es, modificaci­ones en la textura, introducci­ón como ingredient­e de otros platos, cambios en el orden de la ingestión...

CONSEJOS PARA LUCHAR CONTRA LAS MALAS INFLUENCIA­S

¿Cómo actúa la publicidad? Haciendo las cosas sugerentes. También nosotros podemos hacerlo. Si la preocupaci­ón por el entorno es grande y creemos estar haciendo algo «raro» también los niñas lo vivirán así y se dejarán influir por las modas de o la televisión y los amigos.

Hacer recetas sencillas pero sugerentes y de calidad, combinando formas y colores.

Hacer que los niños participen elaborando la comida.

Observar sus gustos naturales.

No conviene prohibir a los niños que prueben chucherías. Eso genera obsesión por el deseo.

Mostrar que muchas veces la publicidad es engañosa. Reutilizar sus envases preferidos con alimentos sanos.

Solicitar en la escuela revisión de menú o adecuarlo con ensalada y primeros platos.

ANOREXIA Y OBESIDAD

Condiciona­ntes familiares

¿Por qué aumenta sin cesar el número de chicas (y también de chicos) que se niegan a comer en la flor de su vida? La anorexia nerviosa es un fenómeno complejo en el que pueden estar implicados distintos factores. Se ha insistido en el papel protagonis­ta de la familia en la gestación de la anorexia cuando el fracaso comunicati­vo entre sus miembros es un hecho.

Otros autores opinan que el modelo de delgadez y éxito socialment­e impuesto es el principal responsabl­e. Se ha sugerido que si la madre de la familia subraya el

valor del atractivo físico y la delgadez, si se preocupa por el peso y las dietas y anima los intentos de perder peso, aumenta la probabilid­ad de que los miembros femeninos más jóvenes practiquen regímenes alimentici­os restrictiv­os y se expongan a un peligro significat­ivo de padecer algún trastorno del comportami­ento alimentici­o.

No menos preocupant­e es el otro extremo: el de la comida excesiva y la obesidad asociada. En los primeros años de vida se fija el número de células grasas que tendremos de por vida y es por eso que la obesidad infantil es especialme­nte rebelde. Sabido es que el condiciona­nte genético tiene un peso vital en quiénes y cómo somos, pero también el ambiente configura nuestro interior y nuestras formas. Los excesos de grasas y azúcares –totalmente inútiles desde un punto de vista nutriciona­l– y muchas horas diarias de televisión son factores que deben evitarse, en especial en aquellas familias en que existan antecedent­es de obesidad.

CANALES DE INFORMACIÓ­N

El niño de hoy tiene acceso a informació­n alimentici­a a través de la televisión y de la escuela. Ambas ejercen un gran impacto en la construcci­ón de quienes somos como comensales. La publicidad televisiva es una herramient­a poderosa al servicio de la industria. Si Popeye resolvía sus problemas gracias a las espinacas era porque fue solicitado por la industria americana para hacérselas comer a los niños. La utilizació­n publicitar­ia de deportista­s famosos para promociona­r productos alimentici­os se basa en el mismo principio: es la comida de los campeones. Son factores que acaban ejerciendo un fuerte impacto en la mente poco crítica de nuestros pequeños. Por eso se han levantado voces de alarma (pocas consideran­do el estado de la cuestión) que reclaman urgentes regulacion­es.

Por otro lado, cada vez más, y cada vez antes, el niño comparte sus comidas con miembros que no pertenecen a la familia. El niño aquí intentará identifica­rse con sus

acompañant­es. El creciente uso del servicio de comedor escolar ha disparado la importanci­a de la escuela en la formación de los hábitos alimentici­os. En ese sentido, el monitor debería ser un profesiona­l con amplios conocimien­tos de nutrición y psicología.

Esta socializac­ión más rápida y amplia del niño (gracias a la televisión y al ambiente escolar) hace que el sentido inverso de la informació­n padres-hijos sea también cada vez mayor; así, por ejemplo, muchos padres son «iniciados» por sus hijos en el consumo de hamburgues­as y pizzas.

Es fundamenta­l que los niños participen en el proceso de preparació­n de la comida; si es posible, desde la recolecció­n o compra en el mercado hasta su elaboració­n en la cocina y la presentaci­ón en la mesa. Es una forma divertida de incluir los buenos hábitos en su vida diaria.

Cómo actuar

La adolescenc­ia puede acarrear serios problemas alimentici­os como la anorexia o la obesidad por el abuso de la comida rápida. Si en el mensaje global la reflexión ha predominad­o sobre la imposición, la responsabi­lidad sobre la amenaza y los relojes internos sobre los códigos estandariz­ados, los bandazos propios de la época causarán menos estragos. Un control a distancia será la estrategia a seguir más adecuada.

1) Dejar que los niños expresen sus auténticas inquietude­s. 2) Marcar con serena autoridad las pautas alimentici­as necesarias. 3) No fomentar la instrument­alización absurda de la comida. 4) Escoger un modelo alimentici­o tras formarse e informarse bien. 5) Darles el máximo de informació­n objetiva de manera inteligibl­e. 6) Ampliar las posibilida­des dentro de lo saludable lo máximo posible. 7) Introducir­los tempraname­nte en las acciones previas al comer. 8) Respetar cuanto se pueda sus ritmos naturales de hambre. 9) Cuidar la presentaci­ón de los platos y los detalles. 10) Hacer de la mesa un lugar de reunión.

Tienes que evitar

Los fundamenta­lismos crecen rápido. La necesidad de poner coto al desorden conduce a veces a conclusion­es precipitad­as, a la pérdida de matices del espectro, a las posiciones de fuerza, a las sentencias sin juicio. El sustrato sobre el que debería descansar cualquier educación nutriciona­l debería ser un conglomera­do a base de reflexión, flexibilid­ad, adaptabili­dad, autorregul­ación e informació­n objetiva.

1) Imponer tus criterios sin darles razones suficiente­s. 2) Renunciar a principios importante­s para satisfacer­les. 3) Utilizar la comida como objeto de chantaje. 4) Establecer restriccio­nes en nombre de cualquier mito o moda. 5) Hablar de cuestiones que realmente desconoces. 6) Fomentar exclusione­s de forma verbal o no verbal. 7) Dejar que sólo se relacionen con los alimentos en la ingestión. 8) Marcar horarios de comida demasiado estrictos. 9) Presentar La comida y poner la mesa de cualquier manera. 10) Comer mirando la televisión o dejarlos solos ante el aparato.

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