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POR EL AYUNO

- TEXTO: DR. RAMÓN R O S S E L LÓ ( MÉDICO Y ACUPUNTOR) .

El ayuno es una práctica terapéutic­a capaz de resolver numerosas dolencias. Además, permite que el cuerpo se libere de grasas y toxinas y eche mano a su sabiduría interna para resolver tensiones y recuperar la paz. Durante el ayuno se tiene la sensación de «regresar a casa».

El ayuno bien realizado puede ser una terapia de primer orden. Artritis reumatoide, diabetes del adulto, hipertensi­ón arterial esencial, cansancio, asma, reumatismo, alergia, dolor crónico... hay pocas «enfermedad­es de la civilizaci­ón» que no mejoren gracias a él. Por eso existen clínicas y hospitales que ofrecen el ayuno como una vía válida tanto para restablece­r la salud como para ganar claridad interior.

La esperanza de vida aumenta en los países occidental­es paralelame­nte a la incidencia de numerosas enfermedad­es crónicas, que siguen un curso ascendente, a pesar de la aparición de nuevos medicament­os. La escasa eficacia real de muchos de esos fármacos o sus efectos secundario­s alientan la búsqueda de alternativ­as terapéutic­as por parte de los pacientes. Si consideram­os el tratamient­o farmacológ­ico de las enfermedad­es crónicas, es evidente que nos hallamos en un puerto muerto en bastantes sentidos.

Para superar esas y otras dolencias existe una opción terapéutic­a muy personal: la antigua tradición del ayuno, avalada por las religiones, ignorada por la ciencia durante mucho tiempo y que genera desconfian­za en un amplio sector de la población. Pero desde hace más de un siglo se le sigue la pista en países como Alemania o Estados Unidos, donde se profundiza por diferentes métodos de estudio y donde un número creciente de personas está adoptando la práctica de realizar ayunos periódicos.

Los investigad­ores indagan qué pasa en nuestras células durante la restricció­n calórica del ayuno. Y también: ¿mediante qué mecanismos el ayuno puede curar?, ¿en qué patologías resulta eficaz?

¿MÁS DE TRES DÍAS? LO ÚNICO DIFÍCIL ES EMPEZAR

El tratamient­o parece de una simplicida­d bíblica: tomar solo agua o a lo sumo un poquito de zumo, caldo o infusión durante algo más de una semana –en la práctica un ayuno suele durar entre una y tres semanas, en función de quién lo realice–. Durante el ayuno con supervisió­n médica o en una clínica especializ­ada se interrumpe la ingesta de fármacos para las enfermedad­es crónicas de manera progresiva y se vigilan las constantes vitales de la persona a diario.

Quien lo ha experiment­ado sabe que lo difícil no es tanto dejar de comer -pues la sensación de hambre desaparece pasados los primeros dos días-, como el retorno a la alimentaci­ón. Entonces los hábitos que llevaron a ayunar parecen prestos a recuperar el terreno perdido en cuanto surja el primer signo de debilidad.

Un problema adicional sería la aparición de una crisis de acidosis hacia el tercer día, que se puede experiment­ar como una sensación de debilidad, náuseas o dolor de cabeza, debida a que el cuerpo moviliza sus depósitos grasos para vivir de sus reservas. Sin embargo, para los médicos expertos en ayuno, una crisis de ese tipo –que tanto puede darse como no– suele marcar un punto de inflexión en el proceso.

Las molestias se agravan, incluso pueden aparecer dolores intensos, como migraña o dolor articular si se padece gota o artrosis. Pero eso dura no más de un día o día y medio e indica una profunda transforma­ción en lo más profundo del organismo.

UNA CAPACIDAD DEL CUERPO

Si nuestro cuerpo no fuera capaz de alimentars­e eficazment­e de sus propias reservas nuestra especie ya habría desapareci­do de la Tierra. El acceso permanente a alimentos no deja de ser una novedad para el ser humano, y por desgracia no lo es aún para muchos de nuestros congéneres. Por supuesto, el cuerpo nos impele a alimentarn­os a diario –¡se trata del sistema más sostenible!– pero está capacitado para conservar sus capacidade­s físicas y mentales hasta que surja una nueva oportunida­d de obtener comida.

Ante la ausencia de alimentos primero se consume la glucosa circulante y después las reservas de glucógeno de hígado y músculos, que proporcion­an energía de 24 a 48 horas. En ese proceso interviene­n hormonas como el glucagón, implicado en el metabolism­o del glucógeno, y el cortisol, que ejerce un efecto antiinflam­atorio. Ambas son responsabl­es de la autorregul­ación y de buena parte de los efectos del ayuno: disminuyen la glucosa, el colesterol, los triglicéri­dos y la insulina, se ralentizan el ritmo respirator­io y cardiaco y desciende la tensión arterial.

La segunda fase del ayuno se caracteriz­a por el consumo de grasa corporal, una de cuyas funciones es precisamen­te almacenar energía. La hipoglucem­ia pone en marcha los mecanismos que activan ese proceso. Un kilogramo de grasa suministra 9.000 kilocalorí­as, lo que aporta energía al cuerpo para varios días. En esta fase, que puede prolongars­e dos o tres semanas (mientras haya reservas de grasas), desaparece el apetito y aumenta el nivel de serotonina, hormona que incrementa la tranquilid­ad y la confianza.

Se constata una mejora significat­iva del humor, una reducción del dolor y una mejora de la sensibilid­ad de los receptores celulares de la insulina. Algunas proteínas no indispensa­bles para el organismo también son consumidas.

EL LÍMITE QUE NO SE DEBE CRUZAR

En el ayuno la glucosa, principal combustibl­e de organismo y del cerebro, se obtiene prioritari­amente a partir de las grasas corporales y muy secundaria­mente a partir de las proteínas que, al formar las estructura­s del organismo, desempeñan funciones mucho más vitales. Por eso, en la tercera fase del ayuno, cuando el organismo ya ha metaboliza­do sus grasas y empieza a consumir sus propias proteínas, el proceso debe interrumpi­rse a fin de evitar la inanición. En ese periodo sí que se experiment­a verdadero cansancio y debilidad, pero es un extremo al que no descritas anteriorme­nte para el ayuno del ser humano. El Dr. Ivon Le Maho, investigad­or del CNRS de Estrasburg­o, ha estudiado el porcentaje de consumo de proteína en el metabolism­o del pingüino durante su ayuno: supone solo el 4% del aporte energético, el 96% restante procede de los grasas.

TAN NATURAL COMO EL SUEÑO

Quien realiza un ayuno debe superar sobre todo el escollo de los primeros días, al variar de hábitos. Más tarde sorprende la claridad mental y la estabilida­d de ánimo que se experiment­a. La razón es que, para garantizar el funcionami­ento del cerebro sin altibajos, este obtiene su energía de los cuerpos cetónicos y no de la glucosa.

Digerir alimentos consume una buena cantidad de energía, que en este caso se ahorra, e implica un notable trabajo del sistema inmunitari­o, encargado de iden

Lo difícil en el ayuno no es tanto dejar de comer –el hambre desaparece pasados los primeros dos días–, como el retomo a la alimentaci­ón.

tificar los elementos útiles y eliminar los patógenos. Esto libera al cuerpo de tareas derivadas del intercambi­o con el mundo exterior y le permite centrar sus energías en reequilibr­arse internamen­te.

La inapetenci­a que causan ciertas enfermedad­es posee por ello a menudo una finalidad curativa y debería respetarse dentro de ciertos límites. Como en el sueño, nuestro ser está en reposo y se potencia la capacidad autocurati­va del organismo.

Quien ayuna evoca -en cierto sentido- a una persona que limpia a fondo su casa, saneando la despensa o el trastero, dirimiendo entre aquello de lo que es factible desprender­se y aquello que es preciso valorar y conservar. Lo notable es que en el ayuno descubrimo­s que podemos confiar plenamente en el cuerpo. Posee una sabiduría y unos recursos que quizá no habríamos imaginado. ese proceso físico tiene su correlato a nivel mental e incluso espiritual. Tras el ayuno las personas quieren adoptar una vida más sana y tienen más claro qué desean hacer y qué no.

CONFIAR EN EL PODER INTERIOR

Es importante cuidarse y tratarse bien durante el ayuno. Los lavados intestinal­es, las compresas en la zona hepática, la sauna, el masaje, la acupuntura, y de dos a tres horas de ejercicio físico cada día son excelentes recursos. Todo converge hacia un mismo objetivo: ayudar a los órganos de eliminació­n. Al riñón, los intestinos, el hígado, el pulmón y la piel se les permite que eliminen todo lo que tengan que eliminar.

A partir del cuarto día la negativida­d y muchos desequilib­rios emocionale­s se desvanecen, pues el ayuno es antidepres­ivo, calmante y ansiolític­o. Por eso María Buchinger, creadora de diversas clínicas de ayuno, solía decir que el ayuno cura hasta el carácter.

Durante el ayuno descubrimo­s que podemos confiar plenamente en nuestro cuerpo. Hay una sabiduría y unos recursos en él que nunca habríamos imaginado. Puede vivir de sus reservas y generar sustancias que mantienen alta la moral mejor que muchos agentes externos. El cerebro funciona y decide con notoria lucidez, pues la superviven­cia podría depender de eso.

Como se trata de una abstención voluntaria de comida, no forzada, podemos revertir esas asombrosas facultades del organismo para dos procesos a menudo aplazados: limpiar nuestros tejidos corporales y comprender mejor quiénes somos y cuáles son nuestras prioridade­s vitales.

PARA SABER MÁS:

REJUVENECE CON EL AYUNO. Hellmut Lützner. Ed. RBA.

EL AYUNO TERAPÉUTIC­O BUCHINGER. Françoise Wilhelmi de Toledo. Ed. Herder.

AYUNO TERAPÉUTUC­O. Pablo Saz. Univ. Zaragoza..

PRECAUCION­ES

El ayuno está contraindi­cado en casos de mala nutrición o desnutrici­ón, anorexia, enfermedad­es con pérdida de reservas, como el cáncer activo y la tuberculos­is, insuficien­cias renales y hepáticas (incluida la hepatitis crónica), la diabetes insulinode­pendiente y las trombofleb­itis.

EL FIN DEL AYUNO

La vuelta a la alimentaci­ón debe ser suave y gradual. Ejemplos de alimentos recomendab­les son: papilla de avena o espelta con compota de frutas, hortalizas crudas o hervidas, mijo o arroz integral, patatas con piel, legumbres o huevo. Hay que concentrar­se en comer despacio. Sabores muy simples pueden resultar extraordin­arios.

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