POR EL AYUNO
El ayuno es una práctica terapéutica capaz de resolver numerosas dolencias. Además, permite que el cuerpo se libere de grasas y toxinas y eche mano a su sabiduría interna para resolver tensiones y recuperar la paz. Durante el ayuno se tiene la sensación de «regresar a casa».
El ayuno bien realizado puede ser una terapia de primer orden. Artritis reumatoide, diabetes del adulto, hipertensión arterial esencial, cansancio, asma, reumatismo, alergia, dolor crónico... hay pocas «enfermedades de la civilización» que no mejoren gracias a él. Por eso existen clínicas y hospitales que ofrecen el ayuno como una vía válida tanto para restablecer la salud como para ganar claridad interior.
La esperanza de vida aumenta en los países occidentales paralelamente a la incidencia de numerosas enfermedades crónicas, que siguen un curso ascendente, a pesar de la aparición de nuevos medicamentos. La escasa eficacia real de muchos de esos fármacos o sus efectos secundarios alientan la búsqueda de alternativas terapéuticas por parte de los pacientes. Si consideramos el tratamiento farmacológico de las enfermedades crónicas, es evidente que nos hallamos en un puerto muerto en bastantes sentidos.
Para superar esas y otras dolencias existe una opción terapéutica muy personal: la antigua tradición del ayuno, avalada por las religiones, ignorada por la ciencia durante mucho tiempo y que genera desconfianza en un amplio sector de la población. Pero desde hace más de un siglo se le sigue la pista en países como Alemania o Estados Unidos, donde se profundiza por diferentes métodos de estudio y donde un número creciente de personas está adoptando la práctica de realizar ayunos periódicos.
Los investigadores indagan qué pasa en nuestras células durante la restricción calórica del ayuno. Y también: ¿mediante qué mecanismos el ayuno puede curar?, ¿en qué patologías resulta eficaz?
¿MÁS DE TRES DÍAS? LO ÚNICO DIFÍCIL ES EMPEZAR
El tratamiento parece de una simplicidad bíblica: tomar solo agua o a lo sumo un poquito de zumo, caldo o infusión durante algo más de una semana –en la práctica un ayuno suele durar entre una y tres semanas, en función de quién lo realice–. Durante el ayuno con supervisión médica o en una clínica especializada se interrumpe la ingesta de fármacos para las enfermedades crónicas de manera progresiva y se vigilan las constantes vitales de la persona a diario.
Quien lo ha experimentado sabe que lo difícil no es tanto dejar de comer -pues la sensación de hambre desaparece pasados los primeros dos días-, como el retorno a la alimentación. Entonces los hábitos que llevaron a ayunar parecen prestos a recuperar el terreno perdido en cuanto surja el primer signo de debilidad.
Un problema adicional sería la aparición de una crisis de acidosis hacia el tercer día, que se puede experimentar como una sensación de debilidad, náuseas o dolor de cabeza, debida a que el cuerpo moviliza sus depósitos grasos para vivir de sus reservas. Sin embargo, para los médicos expertos en ayuno, una crisis de ese tipo –que tanto puede darse como no– suele marcar un punto de inflexión en el proceso.
Las molestias se agravan, incluso pueden aparecer dolores intensos, como migraña o dolor articular si se padece gota o artrosis. Pero eso dura no más de un día o día y medio e indica una profunda transformación en lo más profundo del organismo.
UNA CAPACIDAD DEL CUERPO
Si nuestro cuerpo no fuera capaz de alimentarse eficazmente de sus propias reservas nuestra especie ya habría desaparecido de la Tierra. El acceso permanente a alimentos no deja de ser una novedad para el ser humano, y por desgracia no lo es aún para muchos de nuestros congéneres. Por supuesto, el cuerpo nos impele a alimentarnos a diario –¡se trata del sistema más sostenible!– pero está capacitado para conservar sus capacidades físicas y mentales hasta que surja una nueva oportunidad de obtener comida.
Ante la ausencia de alimentos primero se consume la glucosa circulante y después las reservas de glucógeno de hígado y músculos, que proporcionan energía de 24 a 48 horas. En ese proceso intervienen hormonas como el glucagón, implicado en el metabolismo del glucógeno, y el cortisol, que ejerce un efecto antiinflamatorio. Ambas son responsables de la autorregulación y de buena parte de los efectos del ayuno: disminuyen la glucosa, el colesterol, los triglicéridos y la insulina, se ralentizan el ritmo respiratorio y cardiaco y desciende la tensión arterial.
La segunda fase del ayuno se caracteriza por el consumo de grasa corporal, una de cuyas funciones es precisamente almacenar energía. La hipoglucemia pone en marcha los mecanismos que activan ese proceso. Un kilogramo de grasa suministra 9.000 kilocalorías, lo que aporta energía al cuerpo para varios días. En esta fase, que puede prolongarse dos o tres semanas (mientras haya reservas de grasas), desaparece el apetito y aumenta el nivel de serotonina, hormona que incrementa la tranquilidad y la confianza.
Se constata una mejora significativa del humor, una reducción del dolor y una mejora de la sensibilidad de los receptores celulares de la insulina. Algunas proteínas no indispensables para el organismo también son consumidas.
EL LÍMITE QUE NO SE DEBE CRUZAR
En el ayuno la glucosa, principal combustible de organismo y del cerebro, se obtiene prioritariamente a partir de las grasas corporales y muy secundariamente a partir de las proteínas que, al formar las estructuras del organismo, desempeñan funciones mucho más vitales. Por eso, en la tercera fase del ayuno, cuando el organismo ya ha metabolizado sus grasas y empieza a consumir sus propias proteínas, el proceso debe interrumpirse a fin de evitar la inanición. En ese periodo sí que se experimenta verdadero cansancio y debilidad, pero es un extremo al que no descritas anteriormente para el ayuno del ser humano. El Dr. Ivon Le Maho, investigador del CNRS de Estrasburgo, ha estudiado el porcentaje de consumo de proteína en el metabolismo del pingüino durante su ayuno: supone solo el 4% del aporte energético, el 96% restante procede de los grasas.
TAN NATURAL COMO EL SUEÑO
Quien realiza un ayuno debe superar sobre todo el escollo de los primeros días, al variar de hábitos. Más tarde sorprende la claridad mental y la estabilidad de ánimo que se experimenta. La razón es que, para garantizar el funcionamiento del cerebro sin altibajos, este obtiene su energía de los cuerpos cetónicos y no de la glucosa.
Digerir alimentos consume una buena cantidad de energía, que en este caso se ahorra, e implica un notable trabajo del sistema inmunitario, encargado de iden
Lo difícil en el ayuno no es tanto dejar de comer –el hambre desaparece pasados los primeros dos días–, como el retomo a la alimentación.
tificar los elementos útiles y eliminar los patógenos. Esto libera al cuerpo de tareas derivadas del intercambio con el mundo exterior y le permite centrar sus energías en reequilibrarse internamente.
La inapetencia que causan ciertas enfermedades posee por ello a menudo una finalidad curativa y debería respetarse dentro de ciertos límites. Como en el sueño, nuestro ser está en reposo y se potencia la capacidad autocurativa del organismo.
Quien ayuna evoca -en cierto sentido- a una persona que limpia a fondo su casa, saneando la despensa o el trastero, dirimiendo entre aquello de lo que es factible desprenderse y aquello que es preciso valorar y conservar. Lo notable es que en el ayuno descubrimos que podemos confiar plenamente en el cuerpo. Posee una sabiduría y unos recursos que quizá no habríamos imaginado. ese proceso físico tiene su correlato a nivel mental e incluso espiritual. Tras el ayuno las personas quieren adoptar una vida más sana y tienen más claro qué desean hacer y qué no.
CONFIAR EN EL PODER INTERIOR
Es importante cuidarse y tratarse bien durante el ayuno. Los lavados intestinales, las compresas en la zona hepática, la sauna, el masaje, la acupuntura, y de dos a tres horas de ejercicio físico cada día son excelentes recursos. Todo converge hacia un mismo objetivo: ayudar a los órganos de eliminación. Al riñón, los intestinos, el hígado, el pulmón y la piel se les permite que eliminen todo lo que tengan que eliminar.
A partir del cuarto día la negatividad y muchos desequilibrios emocionales se desvanecen, pues el ayuno es antidepresivo, calmante y ansiolítico. Por eso María Buchinger, creadora de diversas clínicas de ayuno, solía decir que el ayuno cura hasta el carácter.
Durante el ayuno descubrimos que podemos confiar plenamente en nuestro cuerpo. Hay una sabiduría y unos recursos en él que nunca habríamos imaginado. Puede vivir de sus reservas y generar sustancias que mantienen alta la moral mejor que muchos agentes externos. El cerebro funciona y decide con notoria lucidez, pues la supervivencia podría depender de eso.
Como se trata de una abstención voluntaria de comida, no forzada, podemos revertir esas asombrosas facultades del organismo para dos procesos a menudo aplazados: limpiar nuestros tejidos corporales y comprender mejor quiénes somos y cuáles son nuestras prioridades vitales.
PARA SABER MÁS:
REJUVENECE CON EL AYUNO. Hellmut Lützner. Ed. RBA.
EL AYUNO TERAPÉUTICO BUCHINGER. Françoise Wilhelmi de Toledo. Ed. Herder.
AYUNO TERAPÉUTUCO. Pablo Saz. Univ. Zaragoza..
PRECAUCIONES
El ayuno está contraindicado en casos de mala nutrición o desnutrición, anorexia, enfermedades con pérdida de reservas, como el cáncer activo y la tuberculosis, insuficiencias renales y hepáticas (incluida la hepatitis crónica), la diabetes insulinodependiente y las tromboflebitis.
EL FIN DEL AYUNO
La vuelta a la alimentación debe ser suave y gradual. Ejemplos de alimentos recomendables son: papilla de avena o espelta con compota de frutas, hortalizas crudas o hervidas, mijo o arroz integral, patatas con piel, legumbres o huevo. Hay que concentrarse en comer despacio. Sabores muy simples pueden resultar extraordinarios.