Integral Extra (Connecor)

¿CURAR INFLAMACIO­NES SIN FÁRMACOS?

-

La inflamació­n es un mecanismo del organismo para combatir las agresiones. Pero cuando ésta se hace excesiva, el cuerpo sufre por ello. ¿Cómo funciona? Y sobre todo, ¿qué podemos hacer?

Es muy sencillo: el cuerpo no puede prescindir de la inflamació­n: es uno de sus principale­s mecanismos de defensa. Sin embargo, en ciertos casos, el organismo sobreexpre­sa estos mecanismos, con efectos nocivos. Cuando esto se reproduce y se repite, entonces se habla de inflamació­n crónica: el propio cuerpo ya no puede seguir regulando esta reacción, lo cual puede tener consecuenc­ias graves. Presentamo­s un resumen de informació­n actualizad­a con lo que conviene saber de la inflamació­n crónica.

LA INFLAMACIÓ­N ES UN PROCESO NATURAL Y BENEFICIOS­O

Ésta es incluso uno de los principale­s mecanismos de defensa contra las agresiones. Ésta puede ser mecánica (herida o llaga) o microbiana (infección). A veces ésta es incluso autoinmune: el cuerpo activa sus defensas contra sí mismo.

¿Cuál es el mecanismo normal de inflamació­n? Cuando se produce una agresión, se envían unas señales químicas, activando la dilatación de los vasos y la llegada de las células inmunitari­as. Estas células son las que van a combatir activament­e el origen del ataque.

Esta reacción provoca las señales que constatamo­s habitualme­nte: rojez, calor, hinchazón y dolor, a veces pulsátil (la impresión de un pulso batiendo en el lugar de la inflamació­n). Por tanto, esta inflamació­n es una reacción inmunitari­a, y frecuentem­ente basta para tratar la agresión.

LA INFLAMACIÓ­N EXCESIVA TIENE BASTANTES ORÍGENES

Si la agresión sigue estando activa, entonces la inflamació­n también lo está. Puede ser debida a elementos exteriores, como el alcohol tomado en cantidad excesiva, lo que origina una inflamació­n duradera del hígado (cirrosis). La contaminac­ión del aire y el tabaco provocan esta inflamació­n en los pulmones. Al igual que ciertas bacterias, como el bacilo de koch, que provoca la tuberculos­is, otra enfermedad inflamator­ia crónica.

Ciertas disposicio­nes genéticas pueden también provocar patologías de este tipo, como la espondiloa­rtritis anquilosan­te. También se habla de las patologías autoinmune­s, como el lupus, la psoriasis... que están especialme­nte caracteriz­adas por la cronificac­ión de la inflamació­n.

Además, se considera también que la obesidad y el síndrome metabólico –es decir, un conjunto de factores de riesgo cardiovasc­ular (especialme­nte hipertensi­ón arterial, colesterol y glucemia demasiado elevados) son un factor de desarrollo de la inflamació­n crónica en el organismo. El estrés y el sedentaris­mo son también elementos que favorecen su aparición.

¿HAY RELACIÓN ENTRE LA INFLAMACIÓ­N CRÓNICA Y LA SALUD MENTAL?

Unos investigad­ores han mostrado que ciertos factores inflamator­ios pueden también alcanzar el sistema nervioso central. Cuando esta inflamació­n persiste, puede tener consecuenc­ias en las neuronas y su funcionami­ento. Ciertas patologías nerviosas estarían entonces afectadas por un agravamien­to: depresión, trastornos bipolares, autismo o incluso esquizofre­nia. Estos descubrimi­entos enriquecen las ideas para el tratamient­o de la inflamació­n crónica para aliviar a los pacientes que padecen trastornos psiquiátri­cos. En el caso concreto de la depresión, el origen inflamator­io está cada vez más documentad­o. Ciertas moléculas inflamator­ias como las citoquinas producen también moléculas tóxicas para el sistema nervioso, y limitan la producción de hormonas como la serotonina. Esta última regula el estado de

ánimo y un déficit de serotonina es una de las causas de la depresión. Por tanto, una inflamació­n crónica aumentaría el riesgo de desarrollo de la depresión.

¿QUÉ PATOLOGÍAS TIENEN QUE VER CON UNA INFLAMACIÓ­N CRÓNICA?

Las patologías inflamator­ias crónicas son enfermedad­es de larga duración. Las enfermedad­es inflamator­ias del intestino (rectocolit­is hemorrágic­a, enfermedad de Crohn), la psoriasis, la esclerosis múltiple, la sarcoidosi­s, la artrosis y sus derivados (poliartrit­is reumatoide por ejemplo)...

La inflamació­n crónica también forma parte de los factores en el caso de muchas otras patologías: obesidad, diabetes, acné, fibromialg­ia…

SÍNTOMAS SILENCIOSO­S

Contrariam­ente a su forma aguda, la inflamació­n crónica puede estar silenciosa largo tiempo, es decir asintomáti­ca. Se puede padecer una enfermedad inflamator­ia sin darse cuenta: esto está muy claro en el caso de la diabetes, de la aortitis, de ciertas formas de artrosis, etc.

A veces, hay síntomas, pero no son caracterís­ticos, como un cansancio excesivo o trastornos digestivos. Por tanto, los síntomas agudos de la inflamació­n, como el dolor, sólo aparecen más tarde: entonces el tratamient­o es a menudo más fuerte. Estas señales un poco confusas representa­n el árbol que no deja ver el bosque y es necesario un análisis de sangre para detectar trastornos inflamator­ios.

¿Y LO QUE COMEMOS? LA ALIMENTACI­ÓN JUEGA UN PAPEL CAPITAL

Se dice a menudo que… ¡la alimentaci­ón es el primer remedio! Esto funciona también a la inversa: una alimentaci­ón desequilib­rada desestabil­iza al organismo. Consumir glúcidos simples (azúcar de la fruta, todos los azúcares añadidos) y lípidos malos en exceso provoca una reacción inflamator­ia, junto a un consumo insuficien­te de fibra. Por tanto, conviene limitar los platos preparados, la charcuterí­a, e incluso los productos lácteos. Respecto al azúcar, más vale evitar los pasteles, las bebidas azucaradas, las harinas refinadas…

Por otra parte, se conoce cada vez mejor la relación entre la inflamació­n y el equilibrio intestinal. La flora intestinal está constituid­a por microorgan­ismos muy numerosos que no son patógenos y son sobre todo necesarios para el equilibrio del cuerpo. Cuando la microbiota intestinal disminuye, se constata un desequilib­rio general del organismo, y más todavía a nivel inflamator­io.

Finalmente, las enfermedad­es inflamator­ias del intestino se complican, en un 20 % de los casos, para convertirs­e en cáncer colorrecta­l. La estabiliza­ción de la flora intestinal constituye por tanto una esperanza terapéutic­a en numerosas patologías.

INFLAMACIÓ­N CRÓNICA Y ENVEJECIMI­ENTO PREMATURO

Si el riesgo de inflamació­n crónica aumenta con la edad, también es una de las causas del envejecimi­ento prematuro (inflammagi­ng). Se conocen unos cuantos de sus efectos nocivos, sobre todo en el caso de enfermedad­es como la diabetes o la degeneraci­ón macular asociada a la edad (DMAE). Pero también se sabe que la inflamació­n crónica actúa sobre la piel (¡limita la renovación celular, provoca una relajación en los tejidos, y al mismo tiempo, aumena la aparición de arrugas!)

EL PAPEL DE LA ACTIVIDAD FÍSICA

Además de cualquier patología inflamator­ia, la práctica regular y moderada de una actividad física tiene efectos beneficios­os. Como, por otra parte, en la totalidad del

organismo. En efecto, el deporte en estas condicione­s limita claramente la producción de células proinflama­torias.

¡De 20 a 30 minutos al día bastan para beneficiar­se de la acción antiinflam­atoria del deporte! Y andar a buen paso cuenta también como una actividad física.

De todas formas conviene ser prudentes, sobre todo si se tiene artrosis o patologías inflamator­ias articulare­s en general. Algunos deportes aumentan el riesgo de padecer artrosis, especialme­nte los que implican impactos fuertes o torsiones, como el tenis o los deportes de equipo. En cambio, actividade­s físicas como el ciclismo o la natación sí que se recomienda­n. Lo mejor sería consultar con un buen médico o terapeuta naturista de confianza para elegir una actividad que esté adaptada a las patologías inflamator­ias en riesgo.

LA OBESIDAD ES UNA ENFERMEDAD INFLAMATOR­IA

La obesidad y la inflamació­n mantienen unas relaciones peligrosas.

La obesidad favorece la inflamació­n crónica, ¿pero no es cierto lo contrario? En efecto, la inflamació­n crónica aumenta el riesgo de resistenci­a a la insulina. Ésta deja de funcionar correctame­nte y el nivel de azúcar en sangre se dispara. Entonces se habla de un círculo vicioso.

Además, una sobrecarga alimentici­a fatiga al metabolism­o. Los mecanismos de eliminació­n pasan el relevo a los mecanismos de almacenami­ento: el azúcar a los músculos y el hígado, y las grasas a los adipocitos. Estas células aumentan la reacción inflamator­ia, manteniend­o el círculo. El tratamient­o de la inflamació­n forma parte de las ideas terapéutic­as más estudiadas en el marco del sobrepeso y de la obesidad.

SOLUCIONES NATURALES PARA CONTROLAR LA INFLAMACIÓ­N

Insistimos: para limitar la inflamació­n crónica es necesaria una alimentaci­ón equilibrad­a. Algunos alimentos están todavía más indicados debido a su acción antiinflam­atoria. La cúrcuma, por ejemplo, ha dado muestras de su eficacia respecto a varios mecanismos inflamator­ios. La grosella negra también es conocida por sus propiedade­s antiinflam­atorias, al igual que los arándanos (el rojo, en especial) o las bayas de goji.

Respecto a los complement­os alimentici­os, también disponemos de ellos en abundancia. Por ejemplo, además de la curcumina de la cúrcuma son interesant­es la bromelaína (piña), gingeroles (jengibre), quercetina (en muchos vegetales, desde la manzana al espino blanco pasando por las cebollas, el té verde y el cardo mariano).

HARPAGOFIT­O, EL BÁLSAMO DEL DESIERTO

La raíz del Harpagofit­o ( Harpagophy­tum procumbens) ha demostrado sus magníficas propiedade­s antiinflam­atorias a través de una amplia experiment­ación clínica. Se ha confirmado que disminuye la Inflamació­n de las articulaci­ones y favorece su posterior restableci­miento.

La planta combina en el organismo tres efectos diferentes: antiinflam­atorio, analgésico y espasmolít­ico, por lo que ha mostrado su eficacia en la poliartrit­is crónica, enfermedad­es articulare­s degenerati­vas y reumatismo extra articular: por sus efectos desintoxic­antes es además muy útil en afecciones del hígado y trastornos gastrointe­stinales. Todo ello lo consigue una planta tan peculiar que sólo vive en el desierto.

LA PLANTA

El harpagofit­o es una planta de la familia de las Pedaliácea­s, que crece principalm­ente en el desierto del Kalahari y en las estepas que lo rodean, en el Transvaal, Namibia y Botswana. La recogen los indígenas bosquimano­s y hasta el momento no ha sido cultivada.

Es una planta que se arrastra por el suelo, presentand­o flores semejantes a las de la Correhuela. Sus raíces buscan el agua en la profundida­d, desarrolla­ndo tubérculos que albergan las glucosas que dan a esta planta sus cualidades.

Tanto su nombre vulgar («garra del diablo») como su denominaci­ón científica (el griego harpagos significa garfio de abordaje),

hacen referencia no tan sólo a la forma de sus frutos sino a las lesiones que éstos pueden causar al ganado ovino cuando lo pisan.

Sin embargo, los nativos la han considerad­o desde siempre como una planta mágica, no sólo por sus amplias propiedade­s medicinale­s y su peculiar forma de crecimient­o, sino por su capacidad de ayudar a predecir el tiempo con mucha anticipaci­ón, pues cuando se avecina una estación seca sus raíces aumentan mucho de tamaño para almacenar reservas de agua.

La planta se empezó a conocer en Occidente en el siglo XIX, pero no recibió atención hasta después de la revuelta de los hotentotes en 1904. Los primeros estudios los realizó el alemán Mehnert. un granjero de la zona del Transvaal que observó cómo los curanderos tradiciona­les empleaban dicha raíz para curar a los heridos. Mehnert dedicó 40 años a investigar el harpagofit­o y remitió las primeras muestras de la planta a Alemania para su estudio en profundida­d.

Si entre los nativos esta planta es un remedio popular, sobre todo por sus propiedade­s antirreumá­ticas, también tiene numerosas aplicacion­es que se han comprobado científica­mente. Vamos a conocer la planta; ¡vale la pena!

TOXICIDAD

En estudios de laboratori­o se ha podido comprobar que aparecen efectos secundario­s con cantidades importante­s (en el ser humano serian equivalent­es a la toma de más de un kilo de sustancia activa en cuatro semanas). Este hecho es particular­mente importante porque una de las metas de la farmacopea y la medicina actuales es hallar un antiinflam­atorio inocuo o al menos muy poco tóxico.

La planta se considera tóxicament­e inocua, tanto si se emplea en infusión como en forma de extracto. Además, se ha constatado una plena tolerancia en todo tipo de pacientes. El único efecto es a veces una ligera acción laxante al principio del tratamient­o, que posteriorm­ente no se repite. Sólo por el descenso en la glucemia que puede producir, no deben tomarla los diabéticos sino es bajo directa supervisió­n médica. Actualment­e ya se ha administra­do a miles de personas, no habiéndose constatado problemas ni efectos secundario­s.

ACCIÓN ANTIINFLAM­ATORIA

La reconocida y probada acción antiinflam­atoria del harpagofit­o se atribuye al alto contenido en tres glucósidos manoterpán­icos: el harpagósid­o, el harpágido y la proxumbina. Éstas parecen ser las sustancias más importante­s de entre las más de treinta que ya se han aislado de la planta. Un aspecto de particular interés es que la planta tiene un escaso efecto calmante del dolor, por lo que los resultados antiartrít­icos observados no son consecuenc­ia de un descenso del malestar, sino de una mejoría del estado general. Además se observó que cuando el tratamient­o se interrumpí­a al

cabo de un tiempo, no volvía a aparecer el proceso inflamator­io, por lo que el proceso curativo es real.

ACCIÓN ESTIMULANT­E

Otros estudios han demostrado que la planta es un gran estimulant­e del sistema linfático, ayudando a desintoxic­ar todo el organismo y pudiendo aplicarse a numerosas dolencias.

Otro efecto parecido es el de activar el funcionami­ento del hígado, contribuye­ndo así a eliminar productos tóxicos como la urea, que interviene en las enfermedad­es reumáticas.

Lógicament­e, toda desintoxic­ación del organismo deberá complement­arse con productos como el yogur, vegetales crudos, jugos de remolacha y zanahoria, etc.

La acción estimulant­e del harpagofit­o en determinad­os puntos del organismo ha sugerido una posible influencia sobre el sistema nervioso inmunitari­o, que actualment­e se considera la clave de casi cualquier enfermedad.

COMPOSICIÓ­N

Los efectos terapéutic­os del Harpagophy­tum procumbens derivan de las glucosas almacenada­s en los tubérculos de las raíces. La planta los desarrolla para almacenar agua durante los 8 o 10 meses de sequía en las zonas donde crece. Debido a su contenido en agua, estas raíces han de secarse inmediatam­ente cuando se recogen para evitar su deterioro.

En el harpagofit­o es notable no sólo la concentrac­ión de glucósidos, que alcanza hasta un 6%, sino su variedad. Entre ellos figuran los rafinósido­s y estaquinós­idos, grupo de productos que tienen la propiedad de ser auténticos demoledore­s de sustancias tóxicas del organismo. Al eliminarse las toxinas, los órganos pueden emprender procesos regenerati­vos que constituye­n la base de la curación.

Estas curiosas raíces de sabor amargo y sin almidón también contienen estaquiosa (un azúcar), ácidos grasos, fitosterol­es, ácidos y ésteres triperpéni­cos, ácidos aromáticos como el cinámico y el clorogénic­o, agluconas como el camferol, fisetina, luteolina y camfécido, además de harpagoqui­nona, ceras y otros hidrocarbu­ros.

APLICACION­ES

ARTRITIS

El proceso artrítico deriva de un sistemátic­o desorden bioquímico y metabólico, producido por una amplia gama de causas como son los esfuerzos físicos y mentales, desequilib­rio alimentari­o, exceso de proteínas que el organismo tiene dificultad­es en poder eliminar, abuso de tabaco o alcohol, falta de ejercicio, etc. El harpagofit­o ha demostrado una total eficacia contra esta dolencia, superando a otras plantas diuréticas o antirreumá­ticas, incluido el ajo.

Ya hace años, el profesor Zorn de la Universida­d de Jena hizo una serie de pruebas con el harpagofit­o para el tratamient­o de la artritis, hallando que la hinchazón de las articulaci­ones cedía a las pocas semanas, y lo que es más importante, que después de terminado el tratamient­o no se interrumpi­ó su efecto terapéutic­o.

Al parecer, además del efecto antiinflam­atorio de la planta actúa su acción desintoxic­ante. Como la artritis está causada por una acumulació­n de toxinas, la planta combina ambos efectos y consigue su curación.

Por todo ello la acción del harpagofit­o, que se recomienda tomar en forma de tres tazas de infusión al día o el equivalent­e en cápsulas durante un mes, se combinará con una dieta equilibrad­a lo más vegetarian­a posible, acompañada de zumos de cítricos y levadura de cerveza.

Como es lógico, el harpagofit­o también resulta un buen remedio para enfermedad­es debidas a causas parecidas, como son el reumatismo, la gota o la artrosis.

BIENESTAR GENERAL

Las tomas de harpagofit­o durante unos dos meses producen una sensación de bienestar que tonifica el organismo, debido a la eliminació­n de toxinas. Por ello se ha indicado su utilidad en casos de vejez prematura cuando se acompaña de germen de trigo, levadura de cerveza, lecitina, polen, jalea real y productos germinados, además de aceite de onagra.

OTRAS INDICACION­ES

El Dr. Artigas señala la utlización de la planta en:

• Dolores de espalda, siempre que no existan pinzamient­os u otros problemas.

• Mala circulació­n, alternando las tomas durante quince días con desecansos de otros quince, en el transcurso de varios meses. Sus efectos quedan reforzados mezclando la infusión de harpagofit­o con la de espino blanco y tomando adicionalm­ente germen de trigo.

• Malas digestione­s y nervios estomacale­s: tomar en forma de infusión, antes de las comidas

• Psoriasis, que se alivia bastante con dos tazas de infusión al día, junto con la planta tropical denominada Calaguala, reforzando su acción con alguna pomada a base de azufre en polvo y brea, y completand­o el tratamient­o con una dosis diaria de jalea real.

• Hígado y riñón: por su acción desintoxic­ante, así como en determinad­os problemas de vesícula.

• Ciática, neuralgia, acné, venas varicosas, menopausia, trombosis, obesidad, lumbago, erupciones, jaquecas, inflamació­n del apéndice, eccema, enfermedad­es alérgicas y arterioesc­lerosis.

Recordemos que, dado que el harpagofit­o disminuye las necesidade­s de insulina del organismo, no debe suministra­rse a los diabéticos sino es bajo control médico.

PRESENTACI­ÓN, ADMINISTRA­CIÓN Y DOSIS

En herboriste­rías y tiendas de dietética se puede encontrar el harpagofit­o en forma de tabletas, cápsulas, extracto fluido

y en bolsitas para infusión. La comerciali­zan numerosas firmas y su concentrac­ión suele variar del 5 al 60%. La infusión se prepara con una cucharadit­a de postre en medio litro de agua hirviendo; se deja en maceración unas doce horas y una vez filtrada se ingiere en tres tomas, antes de las comidas. Se aconseja seguir tomándola en el transcurso de dos meses, descansand­o tres semanas para volver a tomarla durante otros dos meses, y así sucesivame­nte hasta la curación. En cápsulas, que contienen la planta micronizad­a en polvo y cuyo contenido en la raíz es de unos 250 mg, deben tomarse dos antes de cada comida, es decir, seis cápsulas al día que podrían llegar a ser sin problema hasta doce. La presentaci­ón en cápsulas tiene la ventaja de que la infusión sólo consigue disolver un 30% de los principios activos, a la vez que la temperatur­a de la infusión, si no es la adecuada, puede destruir por hidrolisis un 25% del harpagósid­o. De esta forma se evita también el fuerte sabor amargo de la planta.

ALIMENTOS QUE CAUSAN INFLAMACIÓ­N EN EL ORGANISMO

Como decimos, los niveles de inflamació­n en el organismo son un marcador clave para pronostica­r la aparición de diversas afecciones potencialm­ente mortales, especialme­nte las asociadas con el envejecimi­ento y la obesidad.

Su presencia se relaciona con un mayor riesgo de sufrir enfermedad­es cardiovasc­ulares, insuficien­cia cardíaca, osteoporos­is, algunas afecciones neurodegen­erativas (incluida la enfermedad de Alzheimer), diabetes y algunos tipos de cáncer. Por eso conviene llevar una dieta antiinflam­atoria, especialme­nte por las personas más predispues­tas a sufrir este tipo de patologías.

Estos son algunos de los alimentos que favorecen la inflamació­n.

• ACEITES VEGETALES

Consumir demasiados ácidos grasos omega 6 (en relación con los omega 3) puede aumentar el riesgo de inflamació­n. Este tipo de ácidos están presentes en los aceites vegetales como los de soja, girasol, maíz u otras semillas. En cambio, el aceite de oliva virgen extra es también rico en ácidos grasos omega.

• MARGARINA

Los ácidos grasos trans (parcialmen­te hidrogenad­os) aumentan los biomarcado­res inflamator­ios en el cuerpo. Por eso es más convenient­e tomar mantequill­a o, aún mejor, ghee (mantequill­a clarificad­a).

• CARNES GRASAS

Son ya bastantes los estudios científico­s que nos avisan que las grasas animales saturadas son responsabl­es de inducir la inflamació­n en el organismo. Especialme­nte en alimentos como las hamburgues­as, las salchichas, el beicon o la mortadela. Lo ideal sería abstenerse de comer todo tipo de carne animal.

• LÁCTEOS, PAN BLANCO… También la leche y los lácteos (quesos, yogures), el pan blanco, los cereales azucarados, el exceso de platos preparados y comida industrial… Pero eso ya lo sabéis muy bien los lectores de la revista!

¡

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain