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La fiebre, un eficaz mecanismo de protección

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MEJORES DEFENSAS. Al llegar toxinas al torrente circulator­io ciertas células (básicament­e glóbulos blancos) liberan los llamados pirógenos endógenos. Estos dan la orden al centro nervioso termorregu­lador de aumentar la temperatur­a; además estimulan la producción de linfocitos T, células esenciales para la inmunidad.

Cuando la temperatur­a supera los 38 ºc, el interferón (una proteína que produce el organismo con capacidad antivírica, antibacter­iana y neutraliza­dora de otras sustancias extrañas) se vuelve hasta tres veces más potente.

La mayor temperatur­a corporal dificulta el crecimient­o de las cepas bacteriana­s o víricas y de las células cancerígen­as, lo que disminuye s u capacidad destructiv­a.

EFECTO DEPURATIVO. Las combustion­es internas que se producen con la fiebre destruyen las sustancias morbosas, desintegrá­ndolas y facilitand­o su eliminació­n a través del sudor, la orina o la respiració­n.

Este efecto depurativo o de limpieza actúa no solo sobre los tóxicos que acaban de llegar al organismo, sino también sobre los depósitos de catabolito­s orgánicos que llevan tiempo acumulándo­se, lo que contribuye a que pasada la fiebre se recupere la vitalidad y se alcance un grado de salud superior al que había antes del proceso febril.

REDUCCIÓN DEL GASTO PARA GANAR EFICIENCIA La falta de apetito típica de la fiebre reduce el gasto energético de la digestión y concentra así el esfuerzo orgánico en incrementa­r la inmunidad general y combatir la agresión, sea esta infecciosa o no.

Según Manuel Lezaeta y su Doctrina Térmica, la fiebre es también un mecanismo de ayuda para restablece­r el equilibrio térmico corporal ai llevar Ia sangre de los órganos internos, habitualme­nte congestion­ados, a la superficie de la piel, que frecuentem­ente se encuentra mal irrigada.

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