Lavarse en exceso perjudica seriamente lapiel ...............
Contrariamente a lo que suele pensarse, la piel no necesita de tanta limpieza, ya que cuanto más se lava, más se agrede. Por tanto, ahórrese el exceso de duchas y el lavado de manos a todas horas. Esta búsqueda obsesiva de la limpieza incluso puede ser peligrosa. La higiene obsesiva nos suele hacer más vulnerables. Veámoslo. ¿Por qué sentimos ganas de tomar una ducha al día?
Casi sin darnos cuenta, hemos cambiado nuestra manera de comer. Muchas personas están comiendo, en realidad, conservas. Los horarios y desplazamientos favorecen el comer fuera de casa, y el resultado es la comida “no-preguntes-mucho” del restaurantes de menú más cercano al alcance. Sin embargo, comer en casa puede no ser extraordinariamente mejor en este sentido, porque a menudo se sacrifica el tiempo de dedicación a la cocina por la necesidad de otros alimentos, los que nos ofrecen las pantallas que nos mantienen “informados”, aunque sea sobre aspectos insustanciales e irrelevantes. El resultado son comidas en las que suelen faltar mínimos vitales, como una fresca y jugosa ensalada.
De los más de 650 kilos de comida que cada persona consume al año en España, el porcentaje de alimentos preparados o industrializados no para de crecer, con el consiguiente aumento de la presencia de sal, azúcar y grasas desaconsejables en el organismo.
La maravillosa inteligencia del cuerpo favorece la eliminación urgente de elementos nocivos, una tarea en la que la piel, él órgano mayor del cuerpo humano, es un elemento capital. ¿Cómo no sentir, pues, esa necesidad de una buena ducha al día?
De descubrir las bacterias a querer eliminarlas
¿Cómo nació esta necesidad? A partir de la Revolución Industrial millones de campesinos fueron expulsados de su medio natural para convertirse en obreros hacinados en fábricas y en casas insalubres, en donde era patente la falta de higiene. Tras el duro trabajo quedaba poco tiempo para la limpieza de las viviendas, y los espacios limitados, junto a una alimentación
“Cualquier cosa llevada al exceso se convierte en su contrario” (CICERÓN)
insuficiente o con carencias, y la falta de higiene, favorecieron la aparición de tuberculosis y otras enfermedades contagiosas.
Coincidiendo con el descubrimiento de los microbios, se extendió poco a poco la idea de que la higiene era indispensable para acabar con las enfermedades infecciosas. Ya nadie duda que esta toma de conciencia que tuvo lugar a lo largo del siglo XX supuso un gran avance y que, junto a una alimentación más rica y variada, mejoró considerablemente la salud de la población. Mucho más que los avances de la medicina,
Pero este evidente avance y progreso ha traído pereza intelectual y rutinas de comodidad, en las que, como suele decirse, “lo más y lo mejor suelen ser enemigos de lo bueno”.
Detergentes en la piel
Así ocurre con la limpieza cuando se convierte en una obsesión y la persona se convierte en maniática. Desde finales de la Segunda Guerra Mundial, junto a la mejora en el nivel de vida y los avances tecnológicos, apareció toda una gama de detergentes y otros productos de limpieza y bactericidas que las amas de casa fueron acumulando bajo el fregadero. Esta tendencia se apoyaba en una avalancha de mensajes publicitarios. Todos estos productos terminan por propagar por nuestra casa emanaciones nocivas, pero, sobre todo, su uso excesivo acaba por impregnar las sábanas y ropa blanca con parte de su composición química, que de ese modo está en contacto permanente con la piel.
La piel humana es una eficaz barrera protectora, pero no un muro infranqueable, sobre todo si la limpiamos con demasiada frecuencia con jabones o geles de baño más o menos agresivos.
La ducha diaria perjudica la salud
Nuestra piel, constituida por biomoléculas orgánicas a base de carbono, hidrógeno, oxígeno y nitrógeno en una proporción del 27%, está recubierta
de una capa invisible ligeramente grasa; una especie de armadura natural que se destruye si nos enjabonamos más de la cuenta. Muchas personas creen que es útil y beneficioso ducharse todos los días, incluso más de una vez al día, pero en realidad es catastrófico para la salud. Se estudia, por ejemplo, de la relación entre este exceso de duchas calientes y la producción de esperma. En todo caso, se sabe que durante los meses más calurosos, este exceso puede producir un resecamiento excesivo de la supericie cutánea.
Es normal que un futbolista se duche al final de un partido, o cualquier persona que haya realizado ejercicio físico con intensa sudoración. Lo mismo puede decirse de las personas con trabajos que les ensucian demasiado o que provocan una gran sudoración. Pero salvo estos casos, la ducha diaria es un disparate. Al salir de la ducha, el cuerpo necesita reconstituir con urgencia su capa protectora de la piel, para lo cual el organismo va a segregar varias sustancias acompañadas de un gran número de bacterias. Unos investigadores comprobaron que diez minutos después de salir de la ducha, ¡había más bacterias en la piel que antes de entrar!
¡Más protección para la piel!
La piel ocupa de promedio en cada persona una supericie de 1,50 m2 y contiene 2.000 millones de células en constante renovación. Contribuye un poquito también a la respiración del cuerpo, y gracias a su exposición a los rayos de sol fabrica vitamina D, que es indispensable para fijar el calcio a los huesos y dientes.
En resumen, la piel protege al organismo, por lo que también hemos de protegerla manteniéndola limpia… pero no en exceso. Una ducha ligeramente jabonosa a la semana es suiciente, dos si acaso, pero no más. Y para aquellos que pongan estas recomendaciones en duda, decir que han sido conirmadas por numerosos expertos de la Academia Española de Dermatología y Venereología. Además, hace años se publicó un estudio de la Universidad de California en el que se explicaban los motivos por los que no era bueno continuar con esta práctica de higiene diaria.
Algunas personas temen que esta práctica provoque olores corporales demasiado fuertes, pero en realidad tales olores suelen ser imaginarios (es decir, se perciben precisamente por culpa de la obsesión por la limpieza) o estar causados por un mal estado de salud interna, del que entonces habría que preocuparse.
Dejar de hacer la guerra a las bacterias
En cualquier caso, conviene desterrar el uso de desodorantes y de antitranspirantes industriales, pues son productos que afectan a la actividad natural de la piel y casi todos pueden ser cancerígenos a largo plazo. La limpieza de las manos, evidentemente, es más necesaria que la de cualquier otra parte del cuerpo, y lavárselas antes de sentarse a la mesa sigue siendo un hábito que hay que inculcar en los niños, ya que al jugar tienden a tocar todo y poner las manos en cualquier sitio.
Esta falta de higiene supone especialmente un problema en los hospitales y clínicas, donde circula un gran número de microbios patógenos debido a la cantidad de personas enfermas que hay en su interior. Se recomienda por ello que el personal sanitario se enjabone las manos con frecuencia o que utilice lociones bactericidas. Y cuando estos profesionales vuelvan a casa no deben olvidar, después de una última limpieza, aplicarse en las manos crema nutritiva para evitar que se les agrieten las manos por un exceso de higiene. En el día a día, el contacto con diversas bacterias es realmente un estimulador del sistema inmunitario, por lo que la higiene excesiva puede volvernos más vulnerables.