¿Trajeron las estrellas la vida a la Tierra? . . . . .
Los seres humanos nos asombramos ante el mílagro de la vída: algo tan sorprendentemente sencillo como un pequeño espermatozoide traspasa la barrera del óvulo y da lugar a un nuevo ser. Podemos verlo en un microscopio. Y en el telescopio (“macroscopío”) nos ha abierto horizontes del Universo y nos ha acercado a las estrellas. Entonces, ¿por qué no pensar que en ambos casos, el del micro y el macrocosmo, se producen fenómenos simílares como respuesta a las mismas leyes? ¡Un maravilloso espectáculo, el de un cometa fecundando a un planeta! Cómo empezó
Es algo que no dista mucho de ser un hecho real. Científicos de todo el mundo –como el astrónomo británico Fred Hoyle (1915-2001), el astrofísico Chandra Wickramasinghe, o el químico sueco y nobel Svante August Arrhenius (1859-1927)– han intentado demostrar que la vida vino de las estrellas o, más concretamente, que los cometas son “espermatozoides cósmicos” responsables de la vida en nuestro planeta.
Una teoría que filosóficamente nos habla de nuestro planeta, la “Madre Tierra”, en femenino, y que con ella se llega a conclusiones realmente interesantes, porque aceptar esta relación viva entre cometas y planetas lleva, inequívocamente, a hablar del universo como una entidad biológica. Y la hoy conocida “Hipótesis Gaia” defendida por el químico James Lovelock y la bióloga Lynn Margulis –la Tierra como planeta vivo que, por ejemplo, “respira”– tendría sentido.
Con la panespermia, las fronteras que diferenciaban y separaban la biología de la astronomía se desvanecen. La posibilidad de que los ciclos de muerte de las estrellas, de renacimiento y siembra con materia orgánica de los planetas, no obedezcan a las siempre oscuras y escurridizas fuerzas del azar.
Puede tenerse en cuenta la posibilidad de que incluso las explosiones de galaxias lancen ingentes cantidades de semillas interestelares a enormes distancias cósmicas. ¿Por qué pensar en el azar? ¿Por qué no pensar, en cambio, que estos granos estelares son las semillas de la vida, o quizá los equivalentes cósmicos de la explosión de un hongo?
Todo ello supone pensar que somos parte constituyente de un organismo o ser superior, lo que nos acerca a una concepción del universo religiosa y biológicamente panteísta.
Pero antes de entrar en especulaciones, habría que preguntarse lo que dirían las partículas elementales que componen nuestros cuerpos –nuestro universo interior– si supieran que forman parte de sistemas planetarios agrupados en formaciones moleculares de complejidad creciente. ¿Qué sería para ellas el Universo?
Inteligencia en acción
¿Tienen estas posibilidades un soporte real, aunque éste se fundamente en la ignorancia de lo Absoluto, es decir, en la siempre incontestada pregunta acerca del Gran Principio?.
En las escrituras sagradas hebreas aparece un punto de partida: “Y al principio fue el Caos”.
Tenemos pues un rompecabezas total y absolutamente desorganizado. Universo, vida orgánica, inteligencia, materia, energía... son palabras fáciles de escribir, pero difíciles de explicar, tanto en su contenido como en su contexto.
Llegados a este punto, puede hablarse de dioses y hombres para continuar hilvanando datos que ayuden a explicar el origen de la vida. Cuando Hoyle menciona la acción divina, se refiere a una inteligencia exterior, a la que añade un dato importante, pues diferencia entre la concepción judeo-
cristiana de un dios que está fuera y, por tanto, por encima del Universo, de la Grecia clásica, en la que se concibe como una inteligencia dentro de éste.
Esta interpretación de los dioses griegos o, en todo caso, de dios como inteligencia, permite a Hoyle encajar una pieza más del rompecabezas: “en la Tierra habría reemergido una inteligencia que, en otra parte del espacio interestelar, se encontró ante una catástrofe ambiental de dimensiones cósmicas. Esta inteligencia, para salvarse, se habría dividido en elementos básicos, que dispersados a través del espacio encontraron en la Tierra un ambiente adecuado para su desarrollo”.
Biología
Una vez introducida la teoría de la transferencia de la inteligencia, ya se puede empezar a hablar de esos matices biológicos que tanto necesitan hoy las personas para construir sus certezas. “La cuestión es saber cuáles son los soportes orgánicos posibles para la vida. Es completamente coherente con lo que sabemos de astronomía el que la maquinaria básica que permite que el universo cambie con el tiempo o, lo que es lo mismo, que la estructura («hardware») en que se inscribe la inteligencia («software») sea cambiante, aunque la inteligencia básica sea la misma. Cuando decimos que la vida comenzó en la Tierra, queremos decir que la inteligencia fue transferida a una forma previa de estructura”.
Todo ello viene a decir, en términos de lógica, que la inteligencia que ensambló las enzimas no las contenía. Parece, pues, que llegamos a ese punto en que ha de hablarse de un planeta fecundado. Y esto no puede hacerse sin advertir que, para que se produzca el milagro de la fecundación, es necesario que existan simultáneamente un emisor (el que llega del exterior) y un receptor (en este caso la Madre Tierra), sin los cuales esta comunicación existencial no sería posible.
¿Sopa primordial?
La teoría del biólogo ruso Alexander Oparin conocida como la “Sopa primordial” (1924), dista bastante de ser aceptada bajo este nuevo punto de vista. Oparin mantenía que los mares prehistóricos fueron la cuna de la vida, ya que en su seno existían grandes cantidades de compuestos orgánicos muy similares a los que forman parte de los actuales organismos vivos. Estas sustancias eran tan abundantes que constituían una verdadera sopa o, en términos más científicos, un caldo de cultivo en el que, en un momento dado, llegaron a reaccionar e integrarse estructuras de mayor complejidad.
La teoría de Oparin encajaba perfectamente con la evolucionista de Darwin, pero la mantenida por Hoyle, Wickramasinghe, Jaworsky, Pflug, Crick y otros, no mucho. Hoyle no comprende cómo, al margen de las razones puramente sociológicas, el
fue aceptado, ya que la evolución no pudo dar lugar, según él, a las 200.000 cadenas de aminoácidos, precisamente ordenadas de las que depende la vida.
Espermatozoides cósmicos
Ahora, lo que cuenta es que astrónomos y biólogos empiezan a estar de acuerdo –con timidez– con las teorías de Hoyle, cuyo punto de partida se encuentra en el análisis del polvo interestelar, para posteriormente considerar esos supuestos «espermatozoides cósmicos» que son los cometas.
El físico y químico Arrhenius (nobel de Química en 1903), popularizó el término de panespermla, atribuyendo el origen de la vida a una lluvia de esporas bacterianas venidas del espacio exterior. Francis Crick (nobel de Biología en 1962), en su libro “Llfe ltself, its origin and nature”, mantiene y trata de demostrar la insólita teoría de que inteligencias extraterrestres, también en un intento de supervivencia, esparcieron por el espacio bacterias y por consiguiente información genética, ya que son los únicos organismos vivos capaces de resistir la duración y las dificultades de los viajes interestelares.
Bacterias
El protagonista de la panespermia sería una colonia de esos microorganismos que despiertan la aprensión de los profanos: las bacterias. Se han localizado bacterias en reactores nucleares y algunos tipos han resistido, impasiblemente, a los rayos X, a los gamma y a los cósmicos, y se han encontrado en la estratosfera bacterias de características muy diferentes a las que pueden encontrarse entre los 10 billones de toneladas de estos microorganismos que pueblan la Tierra.
Hoyle pensaba que no existe un origen único de la vida y que las bacterias no han podido evolucionar hacia formas más complejas, pero ello no parece disminuir o minimizar la su importancia. Y Francis Crick esgrime, para apoyar sus conclusiones, que el código genético de todos los seres vivos, sin excluir las especies ya desaparecidas, es el mismo.
Según Hoyle y Wickramasinghe, la mitad de la información genética se encontraba en la Tierra desde el comienzo, y en este proceso de «fecundación cósmica» del espacio vino la otra mitad.
Cometas
Las teorías panespérmicas ponen sus esperanzas en las bacterias procedentes del Cosmos, que viven en las frias temperaturas de los cometas, en cuyo núcleo comienzan a desarrollarse durante la aproximación a cualquier estrella.
Hoyle ha probado que las moléculas orgánicas complejas precursoras de la vida pueden desarrollarse en nubes de gas y polvo situadas en el espacio. Los radioastrónomos, en su paciente e interminable exploración del Universo, han encontrado en las nubes interestelares moléculas orgánicas complejas tales como el formaldehído y el alcohol. Este hallazgo ha tranquilizado notablemente los alterados ánimos de los biólogos, ya que albergaban ciertas dudas acerca de la explicación de cómo moléculas simples como el agua y el dióxido de carbono podían ser organizadas para producir moléculas vivas (DNA), pues tal cosa sería mucho más sencilla si las materias primas fuesen el formaldehído y el alcohol.
La panespermia ofrece, pues, una imagen del espacio exterior llena de células vivas en estado de latencia entre las galaxias. Cuando se forman nuevos planetas, éstos se infectan de vida al descongelarse las bacterias. Lo mismo sucedería cuando explotan viejas estrellas: se desparraman las semidarwinismo
de vida a través de las espirales de las galaxias.
La crítica a esta teoría se realiza en el sentido de que estas bacterias deberían poder detectarse en el espectro electromagnético, es decir, por su absorción de la luz estelar o la «sombra» que producen. Pero Hoyle afirma que la extinción de la luz observada en las nubes interestelares constituye el mismo fenómeno que se produce al pasar la luz a través de las bacterias. Chandra Wickramasinghe, que lleva veinte años tratando de encontrar una forma de polvo que explique esta absorción de luz de las estrellas distantes, dice, no sin maravillarse, que la teoría bacteriana ha resultado mejor que cualquier otra para explicar el espectro de absorción que daba el polvo interestelar.
Meteoritos
AI descubrimiento en la estratosfera de tipos de bacterias distintos a los existerites en la Tierra, hay que añadir el del científico alemán Pflug, que ha encontrado células fósiles en los meteoritos caídos en la superficie de nuestro planeta.
Estos descubrimientos cobran gran importancia cuando se unen al estudio de los cometas, ya que éstos contienen una materia que se supone ha permanecido invariable desde el nacimiento de los planetas; lo que, presumiblemente, permitirá obtener indicios acerca del principio de la vida.
Los asteroides son simples pedruscos carentes de atmósfera y que sólo transitan por la eclíptica entre Marte y Júpiter. Los cometas aparecen esporádicamente bajo la apariencia de grandes atmósferas que envuelven un núcleo sólido, sus trayectorias son extremadamente variables y llegan a cruzar todo el sistema solar.
A caballo de los cometas, unos auténticos nómadas del espacio, pudieron llegar a la Tierra esas bacterias o unidades portadoras de inteligencia, que fecundaron y dieron vida a nuestro planeta. Cuando un cometa se encuentra a una distancia del Sol superior a diez unidades astronómicas (una unidad astronómica es la distancia del Sol a la Tierra), el cometa no recibe la energía necesaria para elevar la tempe- ratura del núcleo por encima de –200 ºC. con lo que permanece inactivo.
Sin embargo, a medida que se aproxima al Sol, la temperatura del núcleo comienza a elevarse hasta alcanzar la requerida para la sublimación de los compuestos más volátiles. En este momento, dichos compuestos se desprenden del cometa, disociándose y posteriormente ionizándose. Esta es la cola del cometa: una pérdida de masa en forma de gases y granos de polvo, en la que se forman iones, átomos y moléculas.
Agua
Se ha encontrado agua y grandes cantidades de carbono en las investigaciones llevadas a cabo sobre los cometas. El agua es la molécula principal y la que controla la evaporación de las demás moléculas, ya que tiene el calor latente de evaporación más elevado. Los componentes de la cola del comellas
ta que contienen carbono constituyen el 20% del total y algunos son similares a las primitivas moléculas, que, según Oparin, se cree que condujeron a la existencia de vida en la Tierra.
No es descabellada, por tanto, la afirmación del doctor Jaworsky en el sentido de que los cometas son «espermatozoides cósmicos» que han diseminado las nubes de polvo interestelar o, dicho de otro modo, que han inseminado la Tierra como resultado de su desintegración al entrar en contacto con la atmósfera terrestre. Una teoría que ha sido reafirmada por investigadores japoneses: consideran que los meteoritos continúan trayendo a nuestro planeta aminoácidos y que éstos dan lugar a nuevas formas vivas.
Virus
Los virus son considerados como microorganismos vivos, pero también como moléculas inertes. Por un lado, los virus requieren la maquinaria reproductora de células de organismos superiores, ya que no pueden replicarse por sí mismos. Por otro, su composición molecular ofrece similitudes asombrosas con el material genético de las células que invade.
Si, por una vez, se evita la peligrosa costumbre de pretender demostrar las teorías partiendo de que son ciertas, y se intenta lo que Hoyle llama la «tendencia a la evidencia», es posible que se llegue a conclusiones calificables de asombrosas. Así, se están publicando algunas teorías que mantienen que los virus no son organismos vivos, sino restos de información genética de seres vivos, que los desechan a tenor de sus necesidades orgánicas, tanto circunstanciales como evolutivas.
Así pues, el darwinismo tendría, al final, algo de cierto; incluso en lo que se refiere a la procedencia o el origen extraterrestre de la vida en la Tierra. Los fagos, los virus más infectivos, poseen una forma similar a algunos satélites artificiales u otras naves lanzadas o procedentes del espacio. Tienen una cápsula geométrica que transporta material genético simple; unos garfios de anclaje similares a los mecanismos de aterrizaje de estas naves, y una escotilla situada en la zona inferior central de la cápsula, por donde es inyectado el material genético a las células animales o vegetales.
¿Casualidad? Es posible, pero, además de ser un dató más que curioso, enlaza muy bien con una teoría del origen cósmico de la vida y con la concepción del Universo como una entidad biológica.
El instante en que todo empezó
La teoría no deja de ser atractiva. Sin embargo, no llega tampoco a ese instante en que todo empezó. Lo absoluto está lejos, y siempre lo estará, de la corta mano del hombre. Éste podrá elaborar teorías como la de la Gran Explosión, pero siempre habrá un instante anterior u otro origen del origen. No basta, pues, con explicar nuestro principio. Habría que encontrar también el principio del principio y así sucesivamente. Es la serpiente que se muerde la cola, la Gran Rueda en la que gira la historia de la creación.
No podemos pasar por alto que nuestro Universo está sujeto a las coordenadas espacio-temporales, a las que el ser humano refiere todo lo que es capaz de percibir. ¿Cómo sería ese mismo universo, lejos de estas coordenadas? Posiblemente, ese punto inicial al que se refiere el escritor Italo Calvino, anterior a la Gran Explosión, un punto en el que no existían ni el tiempo ni las dimensiones espaciales, donde todo era consciente de Todo, donde, quizá, no había que preguntarse nada porque se tenían todas las respuestas.
Hoy, en nuestro tiempo y en nuestro espacio, podemos pensar que la vida vino de las estrellas. Pero, ¿cómo llegó a ellas?