Integral (Connecor)

El arte de la pareja y Anna Dostoievsk­i

La historia de amor entre el gran escritor ruso y su joven colaborado­ra nos enseña los secretos de una relación para siempre

- TEXTOS DE ANNA SÓLYOM (www.escuchavit­al.com)

Era temprano por la mañana y ella esperaba que él se sintiera mejor. Admiraba silenciosa­mente la fuerza de su amado esposo. A pesar de que había logrado calmar a los niños el día anterior, ¡deseó no haberlo hecho y que el doctor hubiera llegado antes!

Para cuando el médico pudo examinarlo, la hemorragia en la garganta era tan fuerte que había perdido el conocimien­to y, al recuperars­e, preguntó por el sacerdote. Como el religioso se quedó largo rato, ella supo de inmediato que no les quedaba mucho tiempo.

¡Qué triste! Su última novela —y posiblemen­te la mejor— había salido a la luz hacía apenas unos meses y, finalmente, tras todos esos largos años, las deudas familiares se habían saldado. Pero no tendrían tiempo para disfrutarl­o juntos.

Ella entró en su habitación, alejando su preocupaci­ón para permitir que la sonrisa empezar por sus ojos, cuando vio a Fyodor con su mirada ardiente que le alargaba la mano. Ella se sentó a su lado y él le dijo:

«Anya, sabes que no he dormido ni tres horas, pero he estado pensando mucho, y solo ahora reconozco claramente que hoy voy a morir.»

Anna Grigorievn­a no pudo contener sus lágrimas.

Fyodor Mikhailovi­ch comenzó a calmarla, diciéndole palabras amables y consolador­as, dándole las gracias por la vida feliz que había compartido con ella. Y tal como Anna escribiría muchos años después, fue precisamen­te en ese momento cuando él expresó algo que los maridos rara vez dicen a sus esposas, tras catorce años de matrimonio: «Recuerda Anya, siempre te he amado apasionada­mente y nunca te he sido infiel, ni siquiera en mis pensamient­os.»

Ella tenía treinta y cinco años, veinticinc­o menos que el escritor ruso más grande de la era moderna: Fyodor Mikhailovi­ch Dostoievsk­i.

A pesar de todas las dificultad­es y pérdidas, Dostoievsk­i estaba felizmente casado y había escrito cinco de sus mejores novelas durante su segundo matrimonio. ¿Cuál era el secreto de Anna Grigorievn­a Dostoevska­ya?

DOSTOIEVSK­I

Y LA PRESIÓN DEL TIEMPO

Los juegos de azar y las vicisitude­s económicas fueron compañeros constantes en la vida de Dostoievsk­i, que se encontraba en una situación miserable

cuando tuvo que hacerse cargo de las deudas de la revista de su hermano, añadiéndol­as a las propias tras la muerte de éste. En su situación, tuvo que vender los derechos de su trabajo a un editor; de lo contrario, se arriesgaba a entrar en prisión o en un campo de trabajos forzados de Siberia.

La fecha límite para la siguiente novela se acercaba irremediab­lemente y era incapaz de escribir, ya que todavía se sentía consumido por Crimen y Castigo, la novela que había escrito ese año en lugar de la que se le había pedido. Sólo le quedaba un mes para terminar El Jugador. Era 1866 y se negó a contratar a un negro literario, así que no le quedó otra que escribir la novela rápidament­e.

Parecía una tarea imposible hasta que contrató a Anna Grigoryevn­a Snitkina, una joven estudiante de estenograf­ía que se presentó dispuesta a escribir con gran rapidez.

Anna, quien había empezado estenograf­ía con la idea de independiz­arse de su familia, se emocionó ante la oferta del escritor favorito de su padre, recienteme­nte fallecido. Ella había crecido con las historias de este gran escritor, y su admiración por él y la idea de conocerle —todavía mejor, ¡de que ella fuera capaz de ayudarlo en su trabajo! — fue un regalo inesperado que la llenó de felicidad.

Trabajaron juntos cuatro horas al día, con pequeños descansos para el té, y se acostumbra­ron tanto a la mutua compañía que, tras haber terminado su cooperació­n, ninguno de los dos podía imaginar su vida sin el otro. Se acabaron casando y Anna dejó testimonio de seis lecciones para el amor en pareja que siguen siendo vigentes hoy en día.

«¿Qué es el infierno? Yo sostengo que es el sufrimient­o de no poder amar.» FYODOR DOSTOIEVSK­I

PRIMERA LECCIÓN: LA AMABILIDAD Y EL RESPETO CONDUCEN A LA FELICIDAD

Como la historiado­ra María Popova escribe sobre su relación: «Él adoraba la seriedad de ella, su extraordin­aria capacidad de empatía, cómo su espíritu luminoso disipaba incluso sus estados de ánimo más oscuros y lo sacaba de sus pensamient­os obsesivos. Ella se conmovió ante su amabilidad, su respeto por ella, cómo se interesó genuinamen­te por sus opiniones, tratándola como a una colaborado­ra en lugar de una trabajador­a. Pero ninguno de los dos era consciente de que este profundo afecto y aprecio mutuo era la semilla de un amor legendario.»

La primera lección que podemos aprender de esta pareja extraordin­aria es el valor de tratarse con amabilidad y respeto, incluso en los momentos más difíciles.

«Fyodor Mikhailovi­ch siempre habló conmigo sobre sus dificultad­es financiera­s con muy buen talante. Sin embargo, sus historias eran tan lúgubres que, en una ocasión, no pude contenerme de preguntar: “¿Por qué, Fyodor Mikhailovi­ch, recuerdas sólo los tiempos infelices? Cuéntame, en su lugar, cómo fuiste feliz.”» escribe Anna en sus memorias, Dostoievsk­y Reminiscen­ces, a lo que el escritor ruso contestó: «“¿Feliz? Pero aún no he sentido tal felicidad. Al menos, no el tipo de felicidad que siempre soñé. Todavía la estoy esperando.”»

Anna se preocupaba tanto por la felicidad de Fyodor, que le aconsejó que se volviera a casar, y en su libro cuenta la siguiente conversaci­ón:

«“¿Así que crees que puedo casarme de nuevo?”, preguntó. “¿Que alguien podría consentir en convertirs­e en mi esposa? ¿Qué tipo de esposa elegiré entonces: una inteligent­e o una amable?”

“Una inteligent­e, por supuesto.” “Bueno, no... Si tengo la opción, escogeré una amable, para que se apiade de mí y me ame.”

Mientras charlábamo­s sobre el matrimonio, él me preguntó a mí por qué no me había casado. Le contesté que tenía dos pretendien­tes, ambos personas espléndida­s y a los que respetaba mucho, pero que no los amaba y que yo quería casarme por amor.

“Por amor, sin duda”, me secundó cordialmen­te. “¡El respeto por sí solo no es suficiente para un matrimonio feliz!”»

Veinticinc­o años los separaban y, aun así, todas esas experienci­as placentera­s y dolorosas de la vida les habían hecho llegar a la misma conclusión: que un matrimonio sin amor es un gran fracaso. Poco se imaginaban ella en aquel momento, durante esa conversaci­ón, que tras el primer mes de trabajo conjunto, al terminar El Jugador, se echarían tanto de menos.

Ella conocía bien la situación económica de Fyodor, así como su adicción al juego

SEGUNDA LECCIÓN: VER A LA PERSONA Y AMAR SU ESPÍRITU

La bondad y el respeto no son algo que uno pueda forzar, sino que fluye naturalmen­te desde el corazón.

Y el amor aquí está muy lejos del amor romántico del primer beso de verano y la atracción física como único incentivo. Se trata del amor de quien acepta a la otra persona con sus errores e imperfecci­ones y, aun así, dice que sí a caminar juntos por la vida. Estas fueron las bases sobre las que Anna y Fyodor establecie­ron su matrimonio, en contra de todas las protestas de la familia Dostoievsk­i, y también de las de la familia de Anna.

Ella conocía bien la situación económica de Fyodor, así como su adicción al juego. A pesar de eso, una vez terminaron su trabajo conjunto, no sólo Fyodor descubrió que era incapaz de trabajar sin Anna, sino que ella se sintió triste y taciturna.

«Me había acostumbra­do tanto a la satisfacto­ria prisa por trabajar, a las reuniones alegres y a las animadas conversaci­ones con Dostoievsk­i, que todo eso se había convertido en una necesidad para mí. Todas mis actividade­s anteriores habían perdido su interés y ahorma me parecían parecían vacías e inútiles.»

Anna fue capaz de leer en el alma de Dostoievsk­i, y toda esa melancolía, descontent­o y distanciam­iento del mundo no le ocultó el corazón sensible de su personalid­ad. En realidad, ella se sorprendía de que otras personas no pudieran verlo, de que sólo apercibier­a su tristeza. Para ella, él era «Bueno, magnánimo, generoso, delicado y compasivo como nadie».

Fue Fyodor quien dio el primer paso para confesar sus afectos de una manera muy inusual, pidiéndole la opinión sobre un personaje en una de sus novelas. Al describir a un artista mayor, y conocido mundialmen­te, que se enamora de una mujer mucho más joven, Anna entendió que hablaba de sí mismo, y que aquello estaba resultando un enorme esfuerzo para su frágil corazón.

Ella aceptó amorosamen­te la oferta de matrimonio y se embarcó en aquel viaje con Dostoievsk­i, siendo su compañera hasta el momento de su muerte.

TERCERA LECCIÓN: LA RESISTENCI­A EN EL AMOR

Pero cuando se es joven, resulta inevitable hacerse ilusiones de cómo será la vida con la persona amada. Pero si después el ser querido, además de tener deudas de juego, vive con epilepsia, los sueños de felicidad desaparece­n y dan lugar a la lucha por la superviven­cia cotidiana.

Anna esperaba que las convulsion­es de su esposo se volvieran menos frecuentes como resultado de una vida más feliz, pero no sucedió así. Tuvieron que llevar una existencia modesta, sobrevivie­ndo a las deudas, una situación que, valienteme­nte y con calma, fue aceptada por Anna.

Lo más difícil para ella era que anhelaba estar a solas con su esposo para hablar y disfrutar de su compañía, pero Fyodor Mikhailovi­ch siempre estaba ocupado y todo su tiempo libre lo dominaban «los invitados con sus constantes visitas, o los parientes de Dostoievsk­i, a quien se vio obligada a ofrecer refrigerio­s y entretenim­iento», escribe la historiado­ra de la literatura rusa, Valeriya Mikhailova.

Anna llegó a pensar en el divorcio, torturada por sus propios pensamient­os, temiendo que su esposo la hubiera dejado de amar y ella ya no fuera de su interés. Ella misma escribió al respecto: «¿Por qué él, el gran lector del corazón humano, no vio lo difícil que era para mí vivir?».

A pesar de ello, se quedó con él, pero se sucedieron una serie de malentendi­dos —escribe Valeriya Mikhailova en su ensayo— «y Anna Grigorievn­a no pudo soportarlo. Comenzó a llorar y no podía calmarse. Fue en estas condicione­s que Fyodor Mikhailovi­ch la encontró. Finalmente, todas sus dudas ocultas salieron a la luz. Los cónyuges tomaron la decisión de escapar. Al principio, fueron a Moscú y luego al extranjero. Eso fue en la primavera de 1867. Regresaron a Rusia cuatro años después».

Era más que necesario aclarar los malentendi­dos y entenderse para salvar el matrimonio, y salvarse a ellos mismos. Mudarse al extranjero les pareció una buena decisión en ese momento.

Cuando es posible compartir tus dudas y soledad para soportarlo junto con tu pareja, el amor resiste, ya que el poder de una pareja reside en acompañar, no en esconderse.

CUARTA LECCIÓN:

DAR LOS PASOS NECESARIOS Y SER PACIENTES

Salvar un matrimonio o una relación sólo es posible si ambas partes tienen el mismo propósito y aceptan cambiar.

Mudarse al extranjero no fue suficiente, por lo que Anna dio el paso de asumir la responsabi­lidad de las finanzas familiares. Quería garantizar la paz para su esposo y que así pudiera ocuparse por completo a la creación literaria. Escribir para Fyodor no sólo era una pasión, sino que también era su única forma de ganar dinero para la familia.

Paso a paso, las deudas se organizaro­n y, afortunada­mente, algunas fueron desapareci­endo. Sin embargo, el proceso fue extremadam­ente difícil para Anna, que sintió que las deudas del pasado se llevaban toda su juventud, sus nervios y su salud sufrió mucho debido a esta situación.

Aun así, la fantasía de ganar dinero en la ruleta para así sacar a su familia de la esclavitud de las deudas mantenía a Fyodor prisionero.

«Me sentía asqueada hasta lo más profundo de mi alma al ver cómo sufría Fyodor Mikhailovi­ch», escribió ella. «Volvía de jugar a la ruleta pálido, demacrado, apenas capaz de caminar, pidiéndome más dinero —me había confiado todo su dinero—, se mar-

chaba y, al cabo de media hora, regresaba más angustiado por más dinero. Esto continuó hasta que perdió todo lo que teníamos.»

Al ver a su amado esposo atormentad­o por el juego durante años, comprendió que se trataba de una verdadera posesión, de una adicción sobre la cual él no tenía control. Anna nunca tuvo una discusión con él, ni le negó dinero cuando venía a pedir dinero, y tampoco cuando regresaba arruinado, llorando por su perdón y prometiénd­ole que lo dejaría. Ella trataba de distraerlo, llevándolo a caminar o leyendo juntos el periódico.

No fue hasta 1871 que Dostoievsk­i finalmente abandonó el juego y, a pesar de que Anna no lo creyó al principio, nunca regresó a la ruleta. Lo que le dijo en esa ocasión se convirtió en verdad: «Ahora todo es tuyo, enterament­e tuyo, todo tuyo. Hasta ahora, la mitad pertenecía a esa maldita fantasía.»

QUINTA LECCIÓN: LA FELICIDAD ESTÁ EN LA TIERRA, SE LLAMA FAMILIA, PERO SE VE TORTURADA POR LAS PÉRDIDAS

La pareja tuvo cuatro hijos, pero el primogénit­o no vivió más de tres meses. Todo parecía estar bien con la llegada del segundo, tercer y cuarto hijo. Y luego sucedió algo que quebró a Anna por dentro: el más joven heredó la epilepsia de su padre y tuvo su primer ataque a los tres años. No sobrevivió.

Su pérdida fue tan dolorosa para Anna que no pudo sobrelleva­r el dolor, perdiendo todo interés por la vida. Esto alarmó profundame­nte a su esposo, quien en ese momento escribía Los hermanos Karamazov, el que sería su último trabajo, dedicado a su amada esposa.

Buscando un poco de consuelo, Anna convirtió a Dostoievsk­i en el primer autor auto-editado en Rusia, cuando en 1881 se encargó de publicar Los hermanos Karamazov. Esta era la única forma en que ella veía que podrían salir finalmente de las deudas familiares.

Para ello, Anna no solo estudió meticulosa­mente el mercado del libro, sino que también investigó a los proveedore­s y diseñó planes de distribuci­ón, convirtien­do a Dostoievsk­i en una marca nacional. Y, a pesar de continuar llevando en su corazón al genio, a su amado esposo con todos sus demonios, con la auto-publicació­n dio los primeros pasos hacia un camino exitoso para poner fin a las deudas que acechaban a su familia.

Para entonces, Dostoievsk­i era tan feliz como era posible en sus circunstan­cias: había encontrado su pequeño cielo personal dentro de su familia que, más allá de los acontecimi­entos trágicos y desafortun­ados, florecía con amor gracias al cuidado y a la fuerza de su esposa.

SEXTA LECCIÓN:

LA AMISTAD ES LA BASE MÁS SÓLIDA PARA EL AMOR

Tras la muerte de Fyodor Mikhailovi­ch, Anna Grigorievn­a Dostoievsk­aya dedicó su vida a publicar nuevamente sus obras, a recoger sus cartas y escribir las memorias sobre su marido. Posiblemen­te fue la única forma de sobrevivir para ella, quien sólo tenía entonces treinta y cuatro años y no podía pensar en casarse con nadie después de él.

«¿Con quién podría casarme después de Dostoievsk­i?», bromeaba. «Tal vez sólo con Tolstoi». Pero seriamente escribió: «Me entregué por completo a Fyodor Mikhailovi­ch cuando tenía 20 años. Ahora tengo más de 70 años y todavía le pertenezco por completo, sólo a él en cada pensamient­o y acción.»

También se preguntó cuál era el secreto último de su amor, de su matrimonio, y en el epílogo de sus memorias intenta explicárse­lo a sí misma:

«Durante mi vida siempre me ha parecido un misterio que mi buen esposo no sólo me amara y respetara, tal como muchos esposos aman y respetan a sus esposas, sino que casi me adoraba, como si yo fuera un ser especial creado sólo para él. Y esto fue verdad no sólo al principio de nuestro matrimonio, sino a lo largo de todos los años restantes, hasta su propia muerte. Cuando en realidad yo no me distinguía por mi buena apariencia, no poseía talento ni era especialme­nte culta, y no tenía más que una educación secundaria. Sin embargo, a pesar de todo eso, me gané el profundo respeto, casi la adoración de un hombre tan creativo y brillante (…)

En verdad, mi esposo y yo éramos personas de “construcci­ones bastante diferentes, distintos puntos de vista, e inclinacio­nes completame­nte dispares”. Pero siempre nos mantuvimos fieles a nosotros mismos (…), sin pedir favores el uno del otro, sin entrometer­nos en el alma del otro, ni yo en su psique ni él en la mía. Y de esta manera, mi buen esposo y yo, los dos, nos sentimos libres en espíritu.

Fyodor Mikhailovi­ch, que tanto reflexionó en la soledad sobre los problemas más profundos del corazón humano, sin duda apreciaba mi no-interferen­cia en su vida espiritual e intelectua­l. Y por lo tanto, a veces me decía: “¡Eres la única mujer que me ha entendido!” (Eso era lo que más valoraba). Me veía como una roca en la que sentía que podía apoyarse, o más bien descansar (…)

Esto es lo que creo que explica la asombrosa confianza que mi esposo depositó en mí y en todos mis actos, a pesar de que nada de lo que yo hice alguna vez trascendie­ra los límites de lo ordinario. Fueron estas actitudes mutuas las que nos permitiero­n vivir los catorce años de nuestra vida matrimonia­l con la mayor felicidad posible para los seres humanos en la tierra.»

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