Las leyes de la medicina
Siddharta Mukerjee es un médico especializado en cáncer e investigación que en 2011 ganó el premio Pulitzer por su libro «El Emperador de todos los males». Estudió en las universidades de Stanford, Oxford y Harvard y escribe asiduamente para los principales diarios de EEUU. Recientemente ha publicado «Las leyes de la medicina», un librito con sus reflexiones sobre la naturaleza de la medicina como ciencia, y sobre los principios que deberían regir las relaciones entre profesionales y pacientes. Destaca tres principios que gobiernan la práctica de la medicina y que todos deberían conocer para mejorar la relación con los pacientes y para lograr que todos vivamos más sanos. Éste es su relato.
Cuando leí La ciencia más joven, la transformación de la medicina había llegado todavía más lejos. Tomemos como ejemplo la insuficiencia cardíaca. En 1937, escribió Thomas, el único proceso fiable para mitigarla, aparte de estimular la actividad del corazón con oxígeno extra, era disminuir el volumen de sangre inyectando una aguja en una vena para extraer cien mililitros de fluido del cuerpo. Para un cardiólogo de finales del siglo xx, sería parecido a querer extraer un absceso con una cuchara: tal vez funcione, pero sin duda es un procedimiento medieval. Los cardiólogos pueden optar hoy en día no a una, ni dos, sino a una docena de medicinas que modifican sutilmente el volumen, la presión y el ritmo del corazón afectado, entre ellas diuréticos, mediadores de la presión sanguínea y fármacos que abren vías para que la sal y el agua lleguen a los riñones, o medicinas que mantienen bajo control el ritmo cardíaco.
Además, tienen a su disposición desfibriladores implantables que transmiten descargas eléctricas para «resetear» el corazón cuando entra en un ciclo rítmico letal. Para los casos más graves de insuficiencia cardíaca —como el de aquel joven cuyos músculos cardíacos se habían deteriorado gradualmente por una misteriosa deposición de hierro, como el Hombre de Hojalata de Oz— existen procesos aún más innovadores, como el trasplante de corazón, seguido de una gran cantidad de fármacos inmunosupresores para garantizar que el órgano trasplantado funcione y no sea rechazado por el nuevo cuerpo.
Las ciencias tienen leyes ¿y la medicina?
Pero, cuanto más leía La ciencia más joven aquel año, más frecuentemente me asaltaba una pregunta fundamental: ¿la medicina es una ciencia? Si por ciencia nos referimos a las espectaculares innovaciones tecnológicas de las últimas décadas, entonces sin duda se puede aplicar a la medicina. No obstante, las innovaciones tecnológicas no definen una ciencia, sino que demuestran que la medicina es científica, es decir, que las intervenciones terapéuticas están basadas en los preceptos racionales de la patofisiología.
Las ciencias tienen leyes: criterios de verdad que se basan en las observaciones experimentales que describen algunos atributos universales o generalizables de la naturaleza. Este tipo de leyes abundan en la física. Algunas son sólidas y generales, como la ley de
la gravedad, que describe la fuerza de atracción entre dos cuerpos con masa en cualquier lugar del universo. Otras se aplican a condiciones específicas, como las leyes de Ohm, que solo son ciertas en algunos tipos de circuitos eléctricos.
En todos los casos, no obstante, la ley constata una relación entre los fenómenos observables que es cierta en múltiples circunstancias y condiciones. Las leyes son las reglas por las que se rige la naturaleza (sobre las Leyes de la Naturaleza, ver Integral 396).
En la química hay menos leyes. Y, de las tres ciencias básicas, la biología es la que carece más de ellas: existen pocas reglas con las que empezar, y todavía menos que sean universales. Los seres vivos, por descontado, obedecen a las reglas fundamentales de la física y la química, pero la vida a menudo surge en los márgenes y los intersticios de estas leyes, doblegándolas hasta llevarlas al límite. Ni siquiera un elefante puede violar las leyes de la termodinámica, aunque su trompa, sin lugar a dudas, debe clasificarse como uno de los medios más peculiares para mover la materia usando la energía.
Ciencia y Arte
Ahora bien, ¿tiene leyes la «ciencia más joven»? Tal vez parezca una preocupación fuera de lugar ahora, pero yo me pasé gran parte de mi residencia médica buscándolas. El criterio era sencillo: una «ley» tenía que extraer de algún principio rector universal un criterio de verdad. No se podía tomar prestada de la biología ni de la química, sino que debía ser específica de la práctica de la medicina.
En 1978, en un libro mordaz y cáustico titulado La casa de Dios, el escritor Samuel Shem propuso «trece leyes de la medicina» (un ejemplo: «Ley 12: si tanto el radiólogo residente como el interno ven una lesión en la placa de rayos X, significa que la lesión no existe»). Sin embargo, las leyes que yo buscaba no eran intentos de ironizar sobre la cultura médica o poner de relieve sus perversidades, como hace Shem, sino que quería hallar reglas o principios genuinos que se pudieran aplicar en todo el ámbito de la medicina.
Por supuesto, estas leyes no podían ser como las de
la física o la química. Si la medicina es de hecho una ciencia, es una ciencia mucho más laxa. Le afecta la gravedad, aunque no se pueden aplicar las ecuaciones de Newton. Le influye la tristeza, aunque no tengamos ningún instrumento para medirla.
Las leyes de la medicina no se podían describir con ecuaciones, constantes o cifras. Mi búsqueda no tenía como objetivo codificar o reducir la disciplina a unos principios universales. En lugar de esto, me las imaginaba como unas reglas orientativas que podría aprender un joven médico a medida que ejerce su profesión, que, a primera vista, es abrumadoramente imprecisa. El proyecto empezó modestamente, pero al final ha generado algunos de los pensamientos más profundos que he tenido sobre los principios básicos de mi disciplina.
En el libro podemos leer cómo descubrió la primera ley de la medicina «por pura casualidad, lo cual es muy pertinente porque, en gran medida, tiene que ver con la casualidad». Cómo los hallazgos que desembocaron en la definición del autismo, y la explicación del movimiento retrógrado de Marte le inspiraron la segunda ley. Y cómo la oncología le mostraría aspectos de la tercera ley.
Un libro esencial para médicos, enfermeras y pacientes. Para todos los interesados en el arte y ciencia de la salud y la medicina.