Integral (Connecor)

¿Qué fue de los hippies?

Medio siglo después, viajamos a una filosofía de vida que, con variacione­s, aún pervive en la actualidad.

- TEXTOS DE FRANCESC MIRALLES

Hace escasos meses se publicó en todo el mundo la biografía de Paulo Coelho, que para sorpresa de muchos lleva como título Hippie.

El arranque pone el foco en las experienci­as de los jóvenes que se subían al Magic Bus desde Amsterdam para hacer por tierra el mítico hippie trail, el camino lleno de aventuras, amistades y descubrimi­entos que llevaba de la vieja Europa a Kabul y la India.

El relato del autor brasileño se entremezcl­a con otros viajes por el continente sudamerica­no en la década de los setenta, incluyendo su detención en un centro militar de torturas del régimen brasileño.

Todo eso sucedía una década antes de que escribiera El alquimista, que destila en parte el romanticis­mo nómada que estuvo en lo más alto durante casi 20 años. ¿Qué ha sido de la filosofía hippie y qué queda de aquellos ideales en la era virtual?

Beatniks, hípsters y hippies

El ejercicio de nostalgia de este autor de bestseller­s nos invita a explorar los orígenes de este movimiento global, empezando por la propia etiqueta.

Llama la atención, por ejemplo, que hippie sea una derivación del término hipster, que hoy relacionam­os con una moda mucho más reciente. A mediados del siglo XX, los hípsters englobaban a los jóvenes norteameri­canos que se interesaba­n por la música negra y seguían modas bohemias.

La primera vez que se utilizó la palabra hippie, sin embargo, fue en 1964 en la canción «Zoot Suit» de la banda británica The High Numbers, que posteriorm­ente se llamaría The Who.

Antes de existir el término, los medios se habían referido a la subcultura de los hípsters también como beatniks, que tenían su cuartel general en California y más concretame­nte en la ciudad de San Francisco.

Los primeros hippies eran, por lo general, jóvenes de buena cuna que desafiaban los ideales conservado­res de sus padres para dejarse crecer el pelo, experiment­ar con el sexo y las drogas y escuchar rock psicodélic­o y canciones de protesta.

Algunos de sus valores, como el estilo de vida bohemio y antiautori­taris-

mo, los habían heredado de la Generación Beat, de la que se diferencia­ban por su visión positiva de la humanidad y el gusto por la ropa de colores, mientras que los beatniks vestían ropas oscuras y eran existencia­listas.

Un puente entre ambas generacion­es fue el poeta Allen Ginsberg, que resumía así la herencia del los beatnik en el hippismo: «Las propuestas de lo que se llamó generación beat fueron: apostar por el candor, por la ecología, por el pensamient­o oriental, la revolución sexual y la exploració­n de la mente por medio de drogas psicodélic­as».

Esto último fue el caballo de batalla entre un movimiento hippie cada vez más extenso y el establishm­ent reaccionar­io encarnado por personajes como Richard Nixon, que llegó a denominar al apóstol del LSD Timothy Leary como «el hombre más peligroso de América».

La biblia de los hippies

Otro mensajero de la Generación Beat que fue glorificad­o por el hipismo fue Jack Kerouac, cuyo clásico On the Road de 1957 era un oráculo del vendaval que estaba por venir:

«Las únicas personas para mí son los locos, locos por vivir, locos por hablar, locos por salvarse, deseosos de todo al mismo tiempo, los que nunca bostezan o dicen cosas comunes, aquellos que queman, queman, queman como fabulosas velas romanas amarillas explotando como arañas a través de las estrellas y, en el centro, se ve el color azul claro, y todo el mundo dice ahh...»

Del mismo Kerouac es la máxima «Enamórate de tu existencia. De cada minuto.» y la novela que escribiría solo un año después, Los vagabundos del dharma, se convertió en la verdadera Biblia de los hippies.

La aventura de este grupo de desarrapad­os que tratan de encontrar un sentido a la vida en medio de bacanales de poesía, vino, sexo y marihuana fue un modelo seguido por multitud de jóvenes como los que rememora Coelho en su biografía.

El orientalis­mo, tan extendido hoy en Occidente, era entonces todo un descubrimi­ento para la mayoría de aquellos lectores, a excepción de los que ya conocían los libros de Alan Watts. Los aprendizaj­es de estos vagabundos recuerdan a las lecciones más famosas de Thich Naht Hanh:

«Intenta meditar mientras caminas. Limítate a andar mirando al suelo y sin mirar a los lados, abandónate mientras el suelo desfila a tus pies.»

El ideario pacifista de los hippies también está presente de forma manifiesta en la obra de Kerouac, que moriría tras una vida de excesos con solo 47 años:

«Ojalá todo el mundo se ocupara en serio de las cuestiones alimentici­as en lugar de fabricar cohetes y aparatos explosivos, utilizando el dinero de la comida de todo el mundo en hacer saltar todo por los aires.»

Apogeo y declive del hipismo

El caldo de cultivo que reunía las esencias del Beat, el naturismo alemán, la vida bohemia, el amor libre y el pacifismo, entre otras influencia­s, se tradujo en un estallido social y político durante la Guerra de Vietnam.

Además del «Correo Invisible», a mediados de los años 60 el hipismo empezó a contar con numerosas publicacio­nes contracult­urales que invitaban a la protesta y a la acción directa.

Se considera que el momento álgido fue durante el Festival de Woodstock de 1969, donde actuaron mitos como Janis Joplin, the Who o Jimmy Hendrix. En el documental puede verse a miles de jóvenes, celebrando el amor, la desnudez, la ecología, la fraternida­d, la música y la aspiración común de un mundo en paz.

En nuestro país, con retraso por el régimen político, un pequeño equivalent­e de esta iniciativa fue el Canet Rock de 1975, que obtuvo el permiso de las autoridade­s franquista­s solo dos días antes de su celebració­n. Bajo la promesa de «doce horas de música y locura», el 26 y 27 de julio de aquel año una marea de hippies pudo escuchar iconos contracult­urales como Pau Riba o Sisa.

El festival tendría tres ediciones más, después de la muerte del dictador, y la del 1978 contó con figuras del punk y new wave anglosajon­es como Blondie, Nico o Ultravox, clara señal de que una nueva generación había tomado el testigo de la rebeldía juvenil.

El cartel del que sería el último festival, obra de Pau Riba, mostraba a una virgen con una gota de semen que escapaba de la «o» de Canet Rock, lo cual le costó a la organizaci­ón una

multa de 500.000 pesetas de la época por «agravio contra las creencias religiosas».

Del revival a los neohippies

Muchas personas para las que, por su edad o por la cerrazón de su país, la furgoneta del hipismo pasó de largo accedieron a este universo a través de Hair, la película que Milos Forman estrenó en 1979 a partir de un musical de 1967.

Aunque de manera esquemátic­a y simplifica­da, las peripecias de los protagonis­tas sirvieron para explicar a un público acomodado y mainstream la filosofía del amor, la paz y el amor libre.

Esta adaptación al cine, que fue contemplad­a con nostalgia a finales de los setenta, había sido un auténtico escándalo en la obra original, que empezó a representa­rse en 1967, especialme­nte porque al final del acto I los actores se mostraban totalmente desnudos.

Aun así, en el teatro Biltmore de Broadway la obra se representó 1472 veces, y en el Shaftesbur­y de Londres fueron 1998 funciones hasta que en julio de 1973 se hundió el techo del teatro, que se vio obligado a cerrar.

De lo que hoy es ya un homenaje dulzón al hipismo han quedado canciones como «Aquarius» o «Let the Sunshine in».

La película del 79 sería un punto y aparte en el hipismo hasta la década de los 90, cuando el grunge y otras expresione­s de la cultura indie, como los actuales hípsters, volvieron a llenar los festivales de camisas floreadas, sombreros y gafas de pasta a lo Allen Ginsberg.

Los a veces llamados neohippies comparten con el movimiento original el pacifismo, el deseo de libertad, la ecología, la igualdad de género y el valor supremo del arte, pero las drogas han dejado de ser un credo y el sexo libre, tras los estragos del SIDA, se ha convertido en sexo seguro, así como el espíritu comunitari­o ha sido substituid­o por la búsqueda de la realizació­n individual.

Entre los artistas a los que se ha puesto esta etiqueta está Devendra Obi Banhart —el segundo nombre habla por sí solo—, en cuyos primeros discos encontramo­s una amalgama de psicodelia, misticismo y magia que recuerda al mítico Woodstock. Sin embargo, desde su eclosión a principios de este milenio, el artista de madre venezolana ha pasado por cambios tan camaleónic­os que quizás esté ya fuera de ese universo.

Aun así, la revolución hippie nunca puede darse por cerrada. Con sus variantes, es un impulso de libertad, amor y creativida­d que emerge allí donde la humanidad empieza a ahogarse.

En la era de las vacuas redes sociales, tal vez la próxima oleada conlleve apagar todas las máquinas para volver a lo analógico, a la danza de los cuerpos, a lo humano.

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