¿Qué fue de los hippies?
Medio siglo después, viajamos a una filosofía de vida que, con variaciones, aún pervive en la actualidad.
Hace escasos meses se publicó en todo el mundo la biografía de Paulo Coelho, que para sorpresa de muchos lleva como título Hippie.
El arranque pone el foco en las experiencias de los jóvenes que se subían al Magic Bus desde Amsterdam para hacer por tierra el mítico hippie trail, el camino lleno de aventuras, amistades y descubrimientos que llevaba de la vieja Europa a Kabul y la India.
El relato del autor brasileño se entremezcla con otros viajes por el continente sudamericano en la década de los setenta, incluyendo su detención en un centro militar de torturas del régimen brasileño.
Todo eso sucedía una década antes de que escribiera El alquimista, que destila en parte el romanticismo nómada que estuvo en lo más alto durante casi 20 años. ¿Qué ha sido de la filosofía hippie y qué queda de aquellos ideales en la era virtual?
Beatniks, hípsters y hippies
El ejercicio de nostalgia de este autor de bestsellers nos invita a explorar los orígenes de este movimiento global, empezando por la propia etiqueta.
Llama la atención, por ejemplo, que hippie sea una derivación del término hipster, que hoy relacionamos con una moda mucho más reciente. A mediados del siglo XX, los hípsters englobaban a los jóvenes norteamericanos que se interesaban por la música negra y seguían modas bohemias.
La primera vez que se utilizó la palabra hippie, sin embargo, fue en 1964 en la canción «Zoot Suit» de la banda británica The High Numbers, que posteriormente se llamaría The Who.
Antes de existir el término, los medios se habían referido a la subcultura de los hípsters también como beatniks, que tenían su cuartel general en California y más concretamente en la ciudad de San Francisco.
Los primeros hippies eran, por lo general, jóvenes de buena cuna que desafiaban los ideales conservadores de sus padres para dejarse crecer el pelo, experimentar con el sexo y las drogas y escuchar rock psicodélico y canciones de protesta.
Algunos de sus valores, como el estilo de vida bohemio y antiautoritaris-
mo, los habían heredado de la Generación Beat, de la que se diferenciaban por su visión positiva de la humanidad y el gusto por la ropa de colores, mientras que los beatniks vestían ropas oscuras y eran existencialistas.
Un puente entre ambas generaciones fue el poeta Allen Ginsberg, que resumía así la herencia del los beatnik en el hippismo: «Las propuestas de lo que se llamó generación beat fueron: apostar por el candor, por la ecología, por el pensamiento oriental, la revolución sexual y la exploración de la mente por medio de drogas psicodélicas».
Esto último fue el caballo de batalla entre un movimiento hippie cada vez más extenso y el establishment reaccionario encarnado por personajes como Richard Nixon, que llegó a denominar al apóstol del LSD Timothy Leary como «el hombre más peligroso de América».
La biblia de los hippies
Otro mensajero de la Generación Beat que fue glorificado por el hipismo fue Jack Kerouac, cuyo clásico On the Road de 1957 era un oráculo del vendaval que estaba por venir:
«Las únicas personas para mí son los locos, locos por vivir, locos por hablar, locos por salvarse, deseosos de todo al mismo tiempo, los que nunca bostezan o dicen cosas comunes, aquellos que queman, queman, queman como fabulosas velas romanas amarillas explotando como arañas a través de las estrellas y, en el centro, se ve el color azul claro, y todo el mundo dice ahh...»
Del mismo Kerouac es la máxima «Enamórate de tu existencia. De cada minuto.» y la novela que escribiría solo un año después, Los vagabundos del dharma, se convertió en la verdadera Biblia de los hippies.
La aventura de este grupo de desarrapados que tratan de encontrar un sentido a la vida en medio de bacanales de poesía, vino, sexo y marihuana fue un modelo seguido por multitud de jóvenes como los que rememora Coelho en su biografía.
El orientalismo, tan extendido hoy en Occidente, era entonces todo un descubrimiento para la mayoría de aquellos lectores, a excepción de los que ya conocían los libros de Alan Watts. Los aprendizajes de estos vagabundos recuerdan a las lecciones más famosas de Thich Naht Hanh:
«Intenta meditar mientras caminas. Limítate a andar mirando al suelo y sin mirar a los lados, abandónate mientras el suelo desfila a tus pies.»
El ideario pacifista de los hippies también está presente de forma manifiesta en la obra de Kerouac, que moriría tras una vida de excesos con solo 47 años:
«Ojalá todo el mundo se ocupara en serio de las cuestiones alimenticias en lugar de fabricar cohetes y aparatos explosivos, utilizando el dinero de la comida de todo el mundo en hacer saltar todo por los aires.»
Apogeo y declive del hipismo
El caldo de cultivo que reunía las esencias del Beat, el naturismo alemán, la vida bohemia, el amor libre y el pacifismo, entre otras influencias, se tradujo en un estallido social y político durante la Guerra de Vietnam.
Además del «Correo Invisible», a mediados de los años 60 el hipismo empezó a contar con numerosas publicaciones contraculturales que invitaban a la protesta y a la acción directa.
Se considera que el momento álgido fue durante el Festival de Woodstock de 1969, donde actuaron mitos como Janis Joplin, the Who o Jimmy Hendrix. En el documental puede verse a miles de jóvenes, celebrando el amor, la desnudez, la ecología, la fraternidad, la música y la aspiración común de un mundo en paz.
En nuestro país, con retraso por el régimen político, un pequeño equivalente de esta iniciativa fue el Canet Rock de 1975, que obtuvo el permiso de las autoridades franquistas solo dos días antes de su celebración. Bajo la promesa de «doce horas de música y locura», el 26 y 27 de julio de aquel año una marea de hippies pudo escuchar iconos contraculturales como Pau Riba o Sisa.
El festival tendría tres ediciones más, después de la muerte del dictador, y la del 1978 contó con figuras del punk y new wave anglosajones como Blondie, Nico o Ultravox, clara señal de que una nueva generación había tomado el testigo de la rebeldía juvenil.
El cartel del que sería el último festival, obra de Pau Riba, mostraba a una virgen con una gota de semen que escapaba de la «o» de Canet Rock, lo cual le costó a la organización una
multa de 500.000 pesetas de la época por «agravio contra las creencias religiosas».
Del revival a los neohippies
Muchas personas para las que, por su edad o por la cerrazón de su país, la furgoneta del hipismo pasó de largo accedieron a este universo a través de Hair, la película que Milos Forman estrenó en 1979 a partir de un musical de 1967.
Aunque de manera esquemática y simplificada, las peripecias de los protagonistas sirvieron para explicar a un público acomodado y mainstream la filosofía del amor, la paz y el amor libre.
Esta adaptación al cine, que fue contemplada con nostalgia a finales de los setenta, había sido un auténtico escándalo en la obra original, que empezó a representarse en 1967, especialmente porque al final del acto I los actores se mostraban totalmente desnudos.
Aun así, en el teatro Biltmore de Broadway la obra se representó 1472 veces, y en el Shaftesbury de Londres fueron 1998 funciones hasta que en julio de 1973 se hundió el techo del teatro, que se vio obligado a cerrar.
De lo que hoy es ya un homenaje dulzón al hipismo han quedado canciones como «Aquarius» o «Let the Sunshine in».
La película del 79 sería un punto y aparte en el hipismo hasta la década de los 90, cuando el grunge y otras expresiones de la cultura indie, como los actuales hípsters, volvieron a llenar los festivales de camisas floreadas, sombreros y gafas de pasta a lo Allen Ginsberg.
Los a veces llamados neohippies comparten con el movimiento original el pacifismo, el deseo de libertad, la ecología, la igualdad de género y el valor supremo del arte, pero las drogas han dejado de ser un credo y el sexo libre, tras los estragos del SIDA, se ha convertido en sexo seguro, así como el espíritu comunitario ha sido substituido por la búsqueda de la realización individual.
Entre los artistas a los que se ha puesto esta etiqueta está Devendra Obi Banhart —el segundo nombre habla por sí solo—, en cuyos primeros discos encontramos una amalgama de psicodelia, misticismo y magia que recuerda al mítico Woodstock. Sin embargo, desde su eclosión a principios de este milenio, el artista de madre venezolana ha pasado por cambios tan camaleónicos que quizás esté ya fuera de ese universo.
Aun así, la revolución hippie nunca puede darse por cerrada. Con sus variantes, es un impulso de libertad, amor y creatividad que emerge allí donde la humanidad empieza a ahogarse.
En la era de las vacuas redes sociales, tal vez la próxima oleada conlleve apagar todas las máquinas para volver a lo analógico, a la danza de los cuerpos, a lo humano.