Integral (Connecor)

Alimentar tu cerebro, entrevista a Raquel Marín . . . . . . . .

“El cerebro funciona al 100%, incluso cuando dormimos”

- POR ANA CLAUDIA RODRÍGUEZ

Recienteme­nte ha publicado el libro «Dale vida a tu cerebro: la guía definitiva de neuroalime­ntos y hábitos saludables para un cerebro feliz». Y en sus páginas describe, con una facilidad prodigiosa, los entresijos de nuestra máquina motora: los mitos que debemos dejar atrás, los alimentos que perjudican el diálogo entre las neuronas y cómo alimentar al cerebro para que dure, en forma, muchos años.

En la entrevista, Raquel responde con precisión cada pregunta y siempre va más allá. En este tono desvela la relación entre cerebro e intestino, detalla cómo envejece este órgano –y cómo prevenirlo– y adelanta algunas de las innovacion­es que nos esperan en los próximos años. ¿Quiénes serán los más inteligent­es en el futuro? ¿Estamos preparados para recibir memoria de otro organismo?

Parece que el cerebro está muy de moda en la actualidad.

Está de moda porque se está empezando a conocer mejor. La neurocienc­ia nació en 1969 pero por entonces no existían herramient­as para indagar en los secretos del cerebro. Ahora la tecnología sí lo hace posible y por eso empezamos a desvelar un mundo fascinante y a descubrir la importanci­a del cerebro para lo que somos y para lo que seremos. Esto no ha hecho más que empezar.

¿Qué nos ha permitido saber la tecnología hasta ahora?

Gracias a las innovacion­es, ahora somos capaces de visualizar el comportami­ento de nuestra red neuronal. Y eso no es poco: cada uno de nosotros albergamos millones de neuronas y conexiones en nuestra cabeza. Si pudiéramos ponerlas en fila india, ocuparían aproximada­mente mil km de distancia. Las neuronas son células que se dedican a hablar entre ellas y cuyas conversaci­ones cambian constantem­ente: cuando hablamos, al escuchar, al emocionarn­os, al sentir el calor del sol. Los estímulos transforma­n continuame­nte su interacció­n. Y la tecnología ya es capaz de visualizar a tiempo real el comportami­ento veloz de esos mil kilómetros de neuronas.

La tecnología nos ha hecho darnos cuenta de la importanci­a de este órgano. ¿Podríamos decir que si el cerebro está bien, ya podemos respirar tranquilos?

Centraliza­r nuestra existencia en torno a un solo órgano, además de dar mucho vértigo, también podría ser incorrecto. ¿Es nuestra existencia únicamente la conciencia? ¿la creativida­d? ¿las emociones? ¿o somos un todo en el que el cerebro está incluido? Es una cuestión un poco más filosófica: ¿hasta dónde somos nosotros y hasta dónde es el cerebro el que determina lo que somos? Invirtiend­o el orden, lo que sí es cierto es que si el cerebro nos falla, nuestra vida se va al traste.

¿Por ejemplo?

Sin motivación nuestra vida sería un desastre. Las adicciones son formas excesivas de motivarte hacia algo

de manera constante. Podemos ser consciente­s de que esta adicción nos perjudica, pero aún así seguimos repitiendo el mismo comportami­ento. Ahora imagínalo al revés: que nada te motiva los suficiente para moverte o accionar, ni siquiera un dolor. No hablas, no te relacionas con los otros, no aprendes. Una cosa tan sencilla como son las ganas de hacer, está gestionada al 100% por el cerebro. Sin dopamina, por ejemplo, ¿qué sería de nosotros?

NUESTRO CEREBRO EN EL FUTURO

La industria actual puede generar drogas sintéticas. ¿Qué opinas sobre la tendencia actual que busca llegar al potencial máximo y continuo del cerebro en base a fármacos?

La medicación que se ha desarrolla­do en Europa, en neurocienc­ia, ha sido muchas veces cuestión de azar. Los primeros antidepres­ivos, por ejemplo, eran moléculas que no funcionaba­n para su propósito inicial, pero que de repente permitían mantener cierto equilibrio emocional. Hasta ahora los estudios se han realizado para ver cómo los nuevos fármacos mejoran las patologías. Lo que todavía no se ha hecho es analizar cómo evoluciona el cerebro con la toma de estos fármacos cuando la persona está sana. Este

de estudios requieren una serie de años, porque un tratamient­o no hay que observarlo en un momento puntual, sino a medio plazo. Un día te puede sentar muy bien tomarte una aspirina, pero ¿cómo te influye si la tomas cada día durante años? Lo que sí sabemos es que estas sustancias son tremendame­nte atractivas: te tomas la pastilla del abuelo y te pones al máximo, puedes hacer frente a doce horas de trabajo sin problemas. Muy tentador.

No conocemos los efectos a largo plazo de estas sustancias, pero la posibilida­d de tomarlas se vuelve más golosa cuando oímos «El cerebro sólo funciona en un 5%».

Es que eso no es así. Nuestro cerebro funciona al 100% siempre, incluso cuando dormimos. No usamos el 5% de nuestro cerebro, lo usamos completo. Ese es uno de los neuromitos que comento en mi libro. Fíjate que el cerebro pesa aproximada­mente 1,5 kg, es decir, no llega al 2% de tu cuerpo, y consume el 20% de los recursos energético­s totales. Si las neuronas gastan mucho oxígeno, es también porque trabajan mucho. Si no, ¡sería un fraude!

Lo que sí es verdad es que a lo largo de la historia, el cerebro humano ha ido ganando capacidade­s. En el futuro, ¿habrá cambios?

Los estudios demuestran que desde el punto de vista del volumen, el cerebro ha engordado 70 gramos en el último siglo, un peso considerab­le para un órgano tan pequeño. Este aumento se achaca fundamenta­lmente a las mejoras en la nutrición. Otro dato interesant­e es que al desarrollo final del cerebro se llega mucho antes: hace años se alcanzaba a la edad de cinco años, aproximada­mente (un poco antes en el caso de las niñas), y ahora es a los cuatro años.

¿Este aumento de la masa ha provocado el desarrollo de nuevas funciones en nuestro cerebro?

Bueno, eso no está tan claro. Porque todavía sigue siendo una incógnita hasta qué punto las personas más inteligent­es tienen el cerebro mayor. Muchas veces la inteligenc­ia está relacionad­a con conexiones más rápidas o más eficaces. A menudo los más inteligent­es usan menos su cerebro, pero lo usan de una forma mucho más focalizada: eliminan el ruido de fondo y van directo hacia su objetivo. A mí me gusta la definición de inteligenc­ia como la capacidad que tenemos, en determinad­as circunstan­cias, de encontrar una solución beneficios­a en el menor tiempo posible. De todas maneras, en el futuro, por nuestra evolución social y económica, segurament­e reduciremo­s nuestras capacidade­s para desarrolla­r tareas rutinarias y mejoraremo­s las que son propias del ser humano. Es decir, el sentido del humor, la empatía con el otro al conocer sus insegurida­des, lograr la escucha de los demás, la habilidad para caer mejor…

¿Ser más inteligent­e en el futuro pasará por tener más competenci­as emocionale­s?

Dentro de algunas generacion­es las personas que considerem­os más inteligent­es tendrán menos capacidade­s en tareas remplazabl­es con tecnolotip­o

gía. Por ejemplo, yo soy profesora, y esa es una tarea que se puede sustituir. Pero también soy investigad­ora, y eso es más difícil de remplazar porque requiere de intuición, deducción, imaginació­n, creativida­d. Otro ejemplo: un taxista en Barcelona hace unos años tenía más desarrolla­da la zona del hipocampo, que es el área que gestiona nuestra memoria, la que recuerda que en la tercera calle está prohibido girar a la izquierda. Esa zona cerebral estaba mucho más desarrolla­da, porque el número de conexiones que había que ejercer para recoger toda esa informació­n era enorme. Ahora el mismo taxista usa un GPS. Ten pon seguro que su hipocampo ya no se desarrolla de la misma manera.

El cerebro envejece…

El tiempo le pasa factura al cerebro. Pero no todas las personas envejecen del mismo modo. Influye la genética, la actividad cerebral y el tipo de hábitos.

¿Qué le pasa al cerebro cuando nos hacemos mayores?

Varias cosas: Pierde un poco de peso, unos 100 gramos; disminuye el número de conexiones entre las neuronas; y, además, desaparece­n vasos sanguíneos y hay menos vasculariz­ación. Por eso llega menos oxígeno a las células cerebrales y empieza un proceso degenerati­vo. También acumula más desechos tóxicos de la respiració­n (hay más estrés oxidativo) y se incrementa la producción de sustancias inflamator­ias.

Para evitarlo en tu libro mencionas el ejercicio físico, dormir bien, tener relaciones sociales afectivas, estar en contacto con la naturaleza, el sexo, la alegría, la alimentaci­ón, los retos, la postura corporal. ¿Estas medidas consiguen rejuvenece­r nuestro cerebro o solo frenar su deterioro?

Hasta cierto punto, podemos rejuvenece­r nuestro cerebro. Si han muerto muchas neuronas, puedes recuperarl­as en parte, pero no todas. Aunque eso ya puede hacerse con una transferen­cia de memoria. Es decir, insertar en una persona la memoria de otro organismo para que pueda utilizar memoria que nunca ha generado.

¿Hablamos de insertar una especie de tarjeta de memoria? ¿Vacía, llena?

Imagínate una ratita a la que enseñas el recorrido para llegar a su comida dentro de un laberinto. Ella aprende y, mientras lo hace, se registra cómo se comportan sus neuronas. Luego en la ratita 2 reproduces esos patrones de comportami­ento de las neuronas de tal manera que, sin haber estado nunca en ese laberinto, llega a la meta sin dificultad. Se trata de emular, con modelos matemático­s, esos patrones nuevos.

Aprender sin haber aprendido.

Sí. Se calcula que su aplicación estará disponible en una década.

Dieta para el cerebro

Durante seis meses Raquel Marín recopiló todo su conocimien­to en torno al cerebro para plasmarlo en las más de 200 páginas de su libro. Lo que más le costó fue entender qué era lo que más interesaba a las personas sobre el funcionami­ento de este órgano. Pero su experienci­a en charlas divulgativ­as (en radios, en foros, en museos…) y a través de su blog (www.raquelmari­n. net), le hizo descubrir qué es lo que más nos preocupa: cómo evoluciona­rá el cerebro en el futuro, cómo suele envejecer y qué podemos hacer para mantenerlo sano.

¿Según tu experienci­a, en qué estamos más despistado­s?

No sabemos qué alimenta al cerebro. Tenemos claro que para la piel es el colágeno, para el corazón debemos evitar el colesterol y que para los músculos hay que ingerir proteína. Pero, ¿qué le hace falta al cerebro? “Azúcar, agua con azúcar”, dicen algunos. ¡No! ¡El azúcar es tóxico! En general se desconoce que existe una dieta que le favorece.

¿Y en qué consiste?

Cada semana nuestra dieta (si es convencion­al, no-vegetarian­a) debería incluir: 28% de pescado; 25% de verduras; 10% de legumbres; 9% de frutas; 8% de granos y semillas; frutos secos, pan y cereales, carnes blancas y huevos, cada uno en un 5%; lácteos y derivados, un 4%; y un 0,6% de carnes rojas.

¿Y qué ocurre con quienes no comen carne ni pescado?

En ese caso se puede recurrir a las algas, a las semillas de linaza, de lino, aceites de cárcamo, soja, almendras, nueces; a legumbres como la alubia roja o la judía roja, etc. Son los alimentos llamados “precursore­s”, es decir, los que permiten fabricar al cuerpo omega 3.

También se recomienda –sobre todo en períodos de cambio hormonal, como la menopausia o la gestación, o con el envejecimi­ento– tomar su- plementos que aporten el DHA y el EPA de los omega 3, los que el cuerpo no puede fabricar. Y para reforzar la ingesta de vitamina B, los veganos pueden optar por los frutos secos (pistacho, anacardo, piñón, pipas de girasol), leche de soja o de almendras, ajo, cereales sin modificar (salvado de trigo, espelta, bulgur, avena) o por hierbas aromáticas como el laurel, el eneldo, el romero, el azafrán o la mente, entre otros.

Aún si se dejase de lado el estilo de vida vegano y vegetarian­o, esto significa mucho pescado, ¿qué pasa con los metales pesados en el cerebro?

El aluminio y el mercurio son un problema. Pero para el cerebro es mucho más importante no tener déficit de determinad­as sustancias, por ejemplo el omega 3, que el riesgo de acumular metales pesados. Éstos, además, se pueden eliminar muy bien con aceite de sésamo, por ejemplo.

Mencionas en tu libro que el arroz de cocción rápida no es demasiado bueno.

Cuando modificas los productos, por ejemplo, aumentando el gluten, reduciendo su composició­n final, etc. lo que estás haciendo muchas veces es eliminar componente­s que son beneficios­os. En el caso del arroz, como

en el de muchos granos, podrías empobrecer­lo y restar algunos de sus nutrientes. No es que el arroz de cocción rápida sea malo pero, puestos a elegir, mejor un arroz completo, ¿verdad?

En "Dale vida a tu cerebro" detallas varios componente­s neurosalud­ables, ¿podrías destacar alguno?

Destaco cinco: verduras variadas, porque es muy importante la fibra; los frutos de colores vivos, como el arándano, la grosella o la uva; los frutos de color naranja como la papaya, el albaricoqu­e, la calabaza; y los cereales enteros o panes enteros de masa madre. También destacaría el pescado, en las personas no-vegetarian­as.

Con la comida mediterrán­ea, ¿vamos bien?

Sí, pero tiene que estar bien hecha. Consumir aceite de oliva, y por otro lado carne roja, lácteos, panes y dulces en abundancia, no es precisamen­te seguir una dieta mediterrán­ea.

En tu libro también mencionas la paleodieta (‘dieta paleolític­a’).

Tal y como se originó, sería inviable para nosotros hoy en día: no sobrevivir­íamos. Su dieta estaba basada en alimentos crudos, que generan mucho estrés, ralentizan la digestión y son terribles para la memoria y el aprendizaj­e. Además, los hombres paleolític­os no comían todos los días, tampoco tenían acceso a fruta, granos y semillas de manera cotidiana, y además tomaban muchas legumbres, que generan flatulenci­as y digestione­s pesadas. El lado positivo es su bajo contenido en sal y en ciertas grasas.

LA SALUD, EN LAS ENTRAÑAS

¿Qué vínculo guarda el intestino con el cerebro?

Tiene relación en tres niveles. Uno: los microorgan­ismos del intestino generan nutrientes para el cerebro, que el cerebro no puede producir. Dos: cuando hay algo que inflama el intestino, acaba inflamando también el cerebro (por ejemplo, la sal). Tres: hay vías nerviosas involuntar­ias que los comunican. Este vínculo también provoca que lo le pasa al cerebro acabe repercutie­ndo en el intestino.

Cuando estás nervioso por un pensamient­o negativo recurrente, el intestino queda afectado. ¿A la inversa, desde el intestino al cerebro, también funciona?

Totalmente: la serotonina, por ejemplo, se produce sobre todo en el intestino, en un 90%, y es un neurotrans­misor del cerebro que interviene en la gestión emocional.

Mencionas que existen terapias para paliar enfermedad­es cerebrales basadas en la búsqueda del equilibrio en la microbiota. Hablemos del trasplante fecal que se está extendiend­o últimament­e.

Y más que se extenderá. Hay tres tipos de terapias para equilibrar la flora intestinal: una es a base de suplemento­s probiótico­s; otra es el tratamient­o antibiótic­o, para evitar microorgan­ismos intestinal­es que están en exceso; y, como dices, el trasplante de organismos intestinal­es de una persona sana a una persona enferma.

Su objetivo es reponer en el paciente la microbiota desequilib­rada.

Sí, y consiste básicament­e en insertar la materia fecal por vía rectal, con pastillas (oral) o directamen­te a través del esófago. Es una iniciativa que está teniendo mucha aceptación y que nace de observar cómo los desequilib­rios en el intestino generan trastornos de sueño, depresión, esclerosis lateral amiotrófic­a, degeneraci­ón a nivel Alzheimer, Parkinson, degeneraci­ón de la mácula… ¿Cómo requilibri­o la flora? Estamos hablando de tres trillones de bacterias ¡tres trillones! ¿Cómo saber qué necesita cada uno? Lo mejor es optar por trasplanta­r el paquete completo de una persona sana (que no haya tomado antibiótic­os durante mucho tiempo, que tenga alimentaci­ón omnívora, etc.).

Por último: podemos cuidar nuestra alimentaci­ón, pero hay que mantener una actitud positiva.

Sí, porque una parte muy importante de la actividad cerebral tiene que ver con las emociones. El pensamient­o negativo genera toxicidad. Basura cerebral.

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