Entrevista a Massimo Vacchetta . . . .
«Mi sueño es transmitir un mensaje de amor a la mayor cantidad posible de personas.»
Partiendo del tema de tu libro sobre Ninna, el erizo de 25 gramos, me gustaría preguntarte si desde pequeño ya tenías ese amor por los animales. ¿Tuviste alguna mascota de pequeño?
Sí. Desde pequeño siempre me gustaron mucho los animales. De hecho, fue gracias a mis abuelos, que tenían una granja donde yo me dedicaba a perseguir pollitos. Ahí empezó todo y, especialmente, mi inclinación por la veterinaria y mi interés por los animales discapacitados. En la granja había un pollito raquítico, que mis abuelos querían sacrificar para evitarle sufrimientos. Yo tenía 6 o 7 años y me dediqué un mes a cuidarlo hasta que se recuperó. También por aquel entonces, daba de comer a las palomas desnutridas que veía al salir de la escuela. Comprendí que alimentarlos era otra forma de afecto hacia los animales.
Pasemos a la época en que estudiaste Veterinaria. Antes de la aventura que cuentas en el libro, eras especialista en ganado bovino. ¿Qué opinas de la vida que tienen las vacas, los cerdos y las gallinas en las granjas? Muchos ecologistas afirman que son esclavos, que sufren de forma cruel.
Efectivamente. Tras estudiar veterinaria, en los primeros años que trabajé con vacas tenía un punto de vista egoísta hacia los animales. Me gustaban la naturaleza, los animales, pero no me daba cuenta del sufrimiento que había detrás. Estaba acostumbrado a ver a mi abuelo matar a los animales y aquello no me despertaba ningún sentimiento. Supongo que me había creado una especie de coraza que me protegía de ese dolor y me impedía sentir empatía o compasión por ellos. Sin embargo, a raíz de mi divorcio, que coincidió con la llegada de Ninna, el erizo, mi vida y mi forma de pensar cambiaron radicalmente. Percibí que mis sentimientos emergían. Además, durante un tiempo trabajé en el matadero y fue una experiencia terrible. Entonces entendí cómo vivían y cómo eran sacrificados de una forma muy cruel: recibían descargas eléctricas en un recipiente.
¿Fue en ese momento cuando dejaste de comer carne?
Sí. Inevitablemente, llegó un momento en que no pude soportarlo más. Asumí que todos los animales son seres con sentimientos, necesidades y miedos, igual que los humanos. Me hice vegano y no solo por temas de salud. No comer carne me hizo sentirme mejor. Además, el exceso de proteína animal tampoco es saludable para los seres humanos, por mucho que se hable tanto de la crianza ecológica. Incluso ese caso, los piensos para alimentar a esos animales tampoco son sanos al 100%. Por encima de todo, creo que deberíamos sentir compasión y ahorrar todo el dolor posible a los animales, porque está en nuestra mano hacerlo. Ecológico o no, los matamos fríamente para nuestro consumo y deberíamos tomar consciencia de esta realidad.
¿Qué cambios físicos, psicológicos y vitales has notado desde que eres vegetariano?
Habitualmente, creo que la gente que come carne se siente superior a la gente que es vegetariana o vegana. Y no tiene ningún fundamento. Físicamente me siento mucho mejor desde que dejé la carne, además respetar mucho más a los animales. De algún modo, comprendí que la carne alimentaba la violencia que había dentro de mí. Por eso, desde que no la como, siento que mi agresividad ha disminuido. Además, me he sacado de encima la responsabilidad por la muerte de otros animales solo para alimentarme de ellos.
Supongo que a eso se suma tu actual labor con ellos, especialmente en tu centro.
Sí. Ahora me dedico a la que es mi misión: cuidar y salvar animales heridos, algo que me da mucha fuerza y la voluntad de convencer a más gente para que opten por reducir en la medida de lo posible el consumo de carne, o incluso al 100%. Aunque es una impresión mía, aún no hay una demostración científica que lo respalde, pienso que cuando un animal muere de for-