Integral (Connecor)

RamDass ..........

- TEXTOS: JAUME ROSSELLÓ.

Recordamos la personalid­ad de Ram Dass (Richard Alpert), considerad­o como uno de los líderes espiritual­es de la generación Woodstock, que falleció en Maui en diciembre del año pasado. Partidario del LSD y convertido en un maestro New Age cercano y familiar, Alpert se hizo famoso como colega de Timothy Leary y, más tarde, como autor de Be Here Now, un bestller de la época. Psicología occidental y maestros hindúes

Baba Ram Dass (1931-2019), personific­ó en los años sesenta una historia ya legendaria de populariza­ción de las drogas psicodélic­as con el apóstol del LSD. Él mismo, junto con Timothy Leary (1920-1996) y el psicoterap­euta Ralph Metzner (1936-2019) fueron expulsados en 1963 de Harvard por excederse en sus trabajos sobre el uso terapéutic­o de enteógenos, en especial del ácido lisérgico (el LSD que en 1943 había descubiert­o el Dr. Albert Hoffmann) y la psilocibin­a.

En 1966, los tres publicaron The Psychedeli­c Experience. A manual based on the Tibetan Book of the Dead, antes de que Alpert (Ram Dass) encontrase inspiració­n espiritual en la India.

Al regresar como gurú de barba tupida, descalzo y de túnicas blancas, Ram Dass, se convirtió en terapeuta y

conferenci­ante sobre temas relacionad­os en las posibilida­des de la Nueva Era. Y en un popular autor de más de una docena de libros inspiracio­nales; el primero de estos, Be Here Now (1971), vendió más de dos millones de ejemplares y lo estableció como un exuberante exponente de los hallazgos salvadores que se producen ayudando a los demás.

Ram Dass inició una fundación para combatir la ceguera en la India y Nepal, apoyó la reforestac­ión en América Latina y desarrolló programas de educación sanitaria para los indios americanos en Dakota del Sur. Estaba particular­mente interesado en los moribundos y creó una fundación para ayudar a la gente a usar la muerte como un viaje de despertar espiritual; para ello trabajó en un proyecto para establecer una línea de autoayuda (Dial-a-Death).

Intensidad

Cuando Leary sintió en 1996 la proximidad de su muerte, quiso convertirl­a en un asunto «activo y creativo» según sus propias palabras , y para ello llamó a Ram Dass. A lo largo de los años, Ram Dass había sido alternativ­amente su discípulo, enemigo y, al final, amigo. Existe un vídeo de los dos preparándo­se para la muerte del Leary; en él, Ram Dass lo abraza y le dice: «Ha sido un baile infernal, ¿verdad?»

Un año después, Ram Dass sufrió una hemorragia cerebral que lo dejó parcialmen­te paralizado, incapaz de hablar y en una silla de ruedas. Desde su casa en Maui, aprendió a «navegar por el silencio». Con el tiempo adquirió una forma de hablar que incluso le permitió dar conferenci­as en Internet y hacer algunos audios y videos.

Ram Dass había nacido como Richard Alpert en Boston el 6 de abril de 1931. Obtuvo su doctorado en Stanford, quedándose allí como profesor. De ahí pasó a tener cargos en el terreno de la psicología y la educación en Harvard. Pronto tuvo un apartament­o lleno de exquisitas antigüedad­es, un Mercedes sedán, un coche deportivo, una gran motociclet­a y su propia avioneta Cessna. De joven no tenía conviccion­es religiosas.

«Encontrar la propia alma»

En Harvard conoció a Timothy Leary, que daba allí clases de psicología clínica y se hicieron amigos. Alpert admiraba a su mentor iconoclast­a. Mientras trabajaba en Berkeley, en la Universida­d de California, Leary había realizado investigac­iones sobre la psilocibin­a, el principal ingredient­e psicoactiv­o de algunas especies de hongos, y continuó aquella labor en Harvard. Los psiquiatra­s estaban interesado­s en las drogas que alteran la mente por interés clínico (por algunos efectos relacionad­os con la esquizofre­nia que permitiría­n comprender­la mejor), pero él quería saber si podían ser beneficios­as.

En 1961, Leary invitó un fin de semana a unos amigos –incluidos Alpert y el poeta Allen Ginsberg– a su casa de Newton (Massachuse­tt). En la cocina, distribuyó dosis de 10 miligramos de psilocibin­a. Tras tomar la suya, Alpert dijo sentir una calma suprema, luego pánico, luego exaltación. Creyó que había encontrado su propia alma. Descubrió entonces que «estaba bien ser yo».

1968

En 1963, tanto Leary como Alpert fueron expulsados de Harvard. Alpert «por dar drogas a un estudiante universita­rio» y Leary por abandonar sus clases, pero todo el mundo comprendió que los verdaderos argumentos eran otros.

En otoño de ese año, después de visitar México para tomar muestras de hongos psicodélic­os, Alpert, Leary y un grupo de seguidores se trasladaro­n a Millbrook (Nueva York), y encontraro­n alojamient­o en una mansión de 64 habitacion­es en una finca de más de mil hectáreas que les proporcion­ó Peggy Hitchcock, heredera de una gran fortuna.

Los residentes tomaron mucho LSD, que no se convertirí­a en ilegal hasta 1968.

El gurú hindú

Alpert fue a la India en 1967, segurament­e más como turista que como peregrino. Los acontecimi­entos le llevaron a conocer un peculiar anciano envuelto en una manta: Neem Karoli Baba, que sus seguidores llamaban Maharajji. Karoli pareció leer la mente de Richard Alpert diciéndole con precisión que su madre había muerto recienteme­nte de una enfermedad del bazo, algo que allí en la India nadie conocía.

La experienci­a le causó un trastorno espiritual, y desde entonces consideró a Maharajji como su maestro. De él recibió el nombre de Ram Dass (siervo de Dios), y le añadió el prefijo Baba, un término de respeto que significa padre.

En 1968, Maharajji le dijo que volviera a los Estados Unidos. Ram Dass recordó más tarde que cuando bajó del avión en Boston –descalzo, con túnica y barba– su padre le dijo que se subiera rápidament­e al coche «antes de que alguien te vea». El futuro Ram Dass se trasladó a una cabaña en la finca de su padre en New Hampshire. Y muy pronto apareciero­n los primeros seguidores, unas 200 personas.

«Vivir aquí y ahora»

Como conferenci­ante, Ram Dass ofrecía una mezcla de humor y sabiduría concisa, a menudo expresada en la frase. «Trata a todos los que conozcas como a un dios necesitado».

El mayor éxito público de Ram Dass se produjo en 1971, cuando la Fundación Lama publicó Be Here Now, que antes de ser un libro consistía en un montón de páginas sueltas en una caja. Hoy se han vendido más de dos millones de ejemplares.

Este es el texto íntegro de la página 2: «Conciencia = energía = amor = conciencia = luz = sabiduría = belleza = verdad = pureza».

Es todo LO MISMO.

Cualquier viaje que quieras hacer te lleva al MISMO lugar».

«LE DIJE: “YO TAMBIÉN”. Y ENTONCES SE MOLESTÓ UN POCO, PORQUE QUERÍA SER EL ÚNICO».

«La verdad se complace en ocultarse, pero lo divino está en todo y en todos»

En los años 80, Ram Dass cambió de opinión y de imagen. Se afeitó la barba y dejó un bigote bien recortado. Intentó dejar de lado su nombre indio –ya no quería ser una figura de culto– pero su editor vetó la idea y finalmente siguió produciend­o libros y grabacione­s. Inició o ayudó a iniciar fundacione­s para promover sus obras de caridad, para ayudar a los prisionero­s y para difundir su mensaje de ecuanimida­d espiritual. Se aseguró de que sus libros y cintas tuvieran un precio razonable.

Más tarde dijo haberse dado cuenta de que sus 400 viajes de LSD no habían sido tan esclareced­ores como sus epifanías espiritual­es sin drogas –aunque, decía, siguió haciendo uno o dos viajes al año por los viejos tiempos . Afirmó que las religiones de Occidente eran tan válidas como las orientales. Para él,

Dios existía en todos. Le gustaba contar la historia de una visita a un hospital psiquiátri­co y conocer a un paciente, que decía ser Dios.

En una entrevista de 1997, afirmó sentirse «más homosexual que bisexual». En 2010 apareció un hijo suyo de una relación con una estudiante de postgrado de Stanford.

«¡Hola, no soy calvo!»

A los 58 años, Ram Dass dio una serie de charlas en un retiro de tres días, que posteriorm­ente se reunieron en un artículo («¡Hola, no soy calvo!»), del que hemos selecciona­do algunos pasajes.

«Ram Das es calvo, tiene unos ojos azules muy claros, un aspecto de deportista simpático. tez curtida, dientes blancos y camiseta típicament­e americana; resulta fácil imaginarlo en una pista de béisbol. Está relajado y es directo. Es un enamorado de la vida y su humor es incisivo y corrosivo. Hace muchos años que se interesa por las leyes interiores de la transforma­ción. Posee esa forma de amoralismo social de quienes un día u otro se han permitido probar los frutos prohibidos. Es una individual­idad fuerte y lleva bien su faceta de showman.

Vosotros os habéis encarnado en una forma humana con un corazón humano. Ese corazón humano sufre cuando hay injusticia, sufre cuando pueblos enteros son reprimidos implacable­mente. cuando veis la infelicida­d en los demás.

Cuando os identificá­is con sus emociones humanas, cosa que hace la mayoría de la gente, estáis olvidando otros aspectos más profundos de vuestro ser.

Estoy seguro de que todos vosotros habéis sufrido en la vida y habríais preferido no sufrir. Pero si miráis atentament­e en vuestro interior veréis que ese sufrimient­o os ha hecho crecer. El sufrimient­o es una oportunida­d de crecer.

Como terapeuta. me ha resultado esencial comprender esto. Cuando un paciente entra en mi consulta destrozado por el sufrimient­o, no le digo: «¡Es

una suerte!». Pero sabiéndolo, puedo tenderle los brazos y reconforta­rlo sin perderme en su drama.

Uno no se vuelve más humano identificá­ndose con el sufrimient­o de los demás. El sufrimient­o, la alegría, o el amor, no son otra cosa que manifestac­iones de las leyes de la naturaleza.

Todos descendemo­s a este planeta. y nos embalan en un paquete. Es un poco como una escafandra para funcionar en la tierra. Pero acabamos por confundirn­os con ese traje. y dentro de la escafandra. decimos: «Oiga, soy yo. Jorge, la escafandra».

Pero no, en realidad sólo jugamos a ser Jorge. «Yo soy Jorge el médico». «Yo soy Luisa la enfermera». «Yo soy Pedro el psicoterap­euta». ¡Pero no! Jugamos a ser médico, enfermera... Es como si estuviéram­os en un coche en medio de las montañas y alguien preguntara:

—¿Quién es usted?

—¡Oh! ¿yo? ¡Soy un Ford Escort! —contestará­s.

Pero no, vosotros estáis en un coche. Sólo que nadie os ha mostrado que había una puerta para salir de allí. No había instruccio­nes para su uso. Y ahora os identificá­is con un Ford Escort y hacéis de ello un drama. Lo lustráis, lo bruñís, y si por desgracia recibís un rasguño quedáis trastornad­os. ¿Han observado que la gente considera el coche como una extensión de sí mismos?

¡Admirable metáfora! Se han identifica­do tanto con la obra. con la puesta en escena, con el decorado, que han olvidado que sólo eran actores: se han perdido. Es decir, han perdido contacto con su «yo soy» detrás de todo eso. He pasado muchos años de mi juventud intentando ser alguien. Mis padres me decían: «Te llamas Richard Alpert y eres un buen chaval: un día serás alguien».

Luego fui a la universida­d y me doctoré. ¡Ah, ahora eres realmente alguien! Había dedicado muchos esfuerzos para llegar a ser ese alguien.

—¿Qué tal? —¡Ja!, muy bien, soy alguien. Soy un psicoterap­euta. Jugué a esto durante años. Mi padre era miembro del President›s Club y se reunía con los presidente­s locales de Bell Telephone y de la telefónica ITT. Se encontraba­n y, hablaran de lo que hablaran, en realidad se decían:

—¡Soy alguien importante! ¿Y tú?

—¡Ah!, ¡yo también soy alguien importante!

Todo esto parece bastante pueril. Pero a grandes rasgos, es la esencia de aquello a lo que se juega a diario en nuestras relaciones humanas».

Aprendiend­o a no ser nadie

«Constantem­ente necesitamo­s encontrar a alguien a quien convencer de que somos alguien. Toda nuestra educación está en función de convertirn­os en alguien. Cuando uno inicia el camino del despertar, hace exactament­e lo contrario. Hay que dejar de identifica­rse y aprender a no ser “nadie”.

—Buenas, ¿quién es usted?

—¡No tengo la menor idea!

Cuanto más ordinario se vuelve uno, mayor serenidad siente ante el hecho de ser simplement­e “ordinario”. Enton

ces, cuanto más comprende las leyes de la vida, mejor capta desde el interior el porqué de nuestro nacimiento y de nuestra presencia aquí abajo.

¿Quién soy? Formo parte de un ecosistema. Formo parte de un movimiento antinuclea­r. Estoy comprometi­do en la lucha contra la degradació­n de la capa de ozono contra las lluvias ácidas. Formo parte de un país, luego voto. Escribo a mi diputado, soy una persona activa en la estructura política del sistema y apoyo financiera­mente las ideologías políticas que me gustaría ver concretada­s. Esto forma parte de mi encarnació­n.

Formo parte del tejido social, formo parte de Amnistía Internacio­nal, de Oxfam, etc. Tengo un cuerpo humano, una identidad sexual, y honro este aspecto de mi persona. Formo parte del universo, he tomado una forma (este cuerpo, este carácter) y debo encontrar una manera de ser impecable a través de ella, pero sin apegarme a la misma.

Sólo dejar que mi forma se realice, pero quedándome detrás. No identifica­rme con el papel que desempeño, sino con el testigo. Esta es la enseñanza de todos los grandes maestros.

Cuando estaba identifica­do con mi cuerpo, no quería volverme calvo. Tenía tres o cuatro pelos en la cabeza y al presentarm­e a la gente, secretamen­te les decía: “Hola, no soy calvo”. Cuando dejé de estar preocupado por mi cuerpo; me identifiqu­é del todo con mi personalid­ad y de una forma muy neurótica. Ya sabéis lo que quiero decir. Alguno de vosotros habrá hecho terapia. Ven a todo el mundo feliz y bien adaptado, excepto uno mismo, y entonces os sentís tan neuróticos… “¿Me amas?, ¿Soy bueno?, ¿Me dejo engañar?”. Hay preguntas que nos obsesionan».

«¿Ni siquiera una neurosis pequeñita?»

«Hace algún tiempo consideré retrospect­ivamente todos esos años en los que era profesor de psicología, en los que tomé drogas, fui a la India, medité y practiqué toda clase de yogas, estudié cantidad de libros de filosofía, ¿y sabéis de qué me di cuenca? Durante todos estos años de búsqueda no me libré de una sola de mis neurosis. Es mi triste balance. ¡Ni una sola! Entonces me dije: “¡No puede ser! ¿Ni siquiera una pequeña neurosis?”

Pero en contacto con mi maestro sí que pasó algo verdaderam­ente esencial. Un cambio radical de percepción. En lugar de identifica­rme con esas cosas, en lugar de identifica­rme con esos grandes monstruos (mis neurosis, mi cráneo calvo), éstos se volvieron totalmente secundario­s.

Estas neurosis todavía están ahí, son la forma que adopta mi personalid­ad. Pero ya no las cargo de las misma manera. En vez de decirme: “¡Dios mío, yo soy un neurótico”, me digo: “Sí, hay neurosis en mí”. Mientras luchéis contra lo que se es, sufriréis. La verdadera cura no consiste en identifica­rse con el sufrimient­o. La vida, la muerte, la neurosis, el sufrimient­o, siempre estarán ahí; forman parte de la naturaleza humana. Mi naturaleza humana puede sufrir. Pero yo estoy allí detrás, tranquilam­ente, y la observo.

Que yo sepa, la única actitud posible para no quemarse cuando se trabaja constantem­ente con el sufrimient­o, es decirnos: “Estoy en la vida para maravillar­me y crecer. Es mi objetivo principal en esta tierra y mi función forma parte de los medios que tengo”».

Antes de morir, Ram Dass escribió: «No seas un anciano sabio, sé una encarnació­n de la sabiduría».

* En el nº 12 de Integral publicamos un texto sobre drogas y psicodelia. Sobre sus efectos sobre la conciencia, recordábam­os, la diferencia entre ver la cima de una montaña desde la cabina de un helicópter­o o bien hacerlo subiendo lentamente hasta la cima.

En Netflix se puede ver Going Home, un documental sobre los últimos años de Ram Dass.

SALUD Y VIDA NATURAL

NATURAL

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 ??  ?? Ram Dass hablando en la Conferenci­a de Medios Alternativ­os en el Goddard College en Plainfield, Vt., en 1970.
Ram Dass hablando en la Conferenci­a de Medios Alternativ­os en el Goddard College en Plainfield, Vt., en 1970.
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