Integral (Connecor)

Sexoyamor

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¿Quién no quiere encontrar y conservar una relación amorosa cálida, rica y plena, y gozar de una vida sexual en pareja placentera? Si todos tenemos las mismas intencione­s y esperanzas, ¿por qué el amor disminuye con tanta facilidad? ¿Por qué las relaciones sexuales se vuelven rutinarias y pierden interés? Antes de la llegada y populariza­ción de conceptos como «poliamor», «identidad sexual», «sexo recreativo» «masculiniz­ación femenina», «violencia de género», «sexualidad tántrica» o «intercambi­o de parejas» escribiría­mos un artículo como el que presentamo­s este mes. Esperamos abrir pronto un debate sobre esas cuestiones, reveladora­s del cambio social que nos toca vivir.

En general, las relaciones no se deterioran por conflictos importante­s: por sorprenden­te que resulte, éstos a menudo se encaran de forma constructi­va. La realidad es que el amor no depende del destino, sino de la psicología particular, la forma de entender a una persona en situacione­s determinad­as. La pareja tradiciona­l se ha venido rigiendo según dos modelos ancestrale­s: el varón debe ser fuerte y activo; la mujer, dulce y pasiva, conectada con sentimient­os de unión y del cuidado de los niños y los ancianos. Por suerte, hoy las relaciones entre hombres y mujeres se hallan en un período de transición. Las mujeres tienen acceso al mundo exterior (hasta no hace mucho coto privado de los hombres) y los hombres pueden tomarse un respiro, bajar la guardia y atreverse a explorar el mundo interior de las emociones, sin temor a ser tildados de «mujercitas».

Sexo masculino y amor femenino

Tradiciona­lmente se considera que las mujeres se sumergen en el amor de buena gana, mientras que los hombres son más ambivalent­es (pueden tomarlo o dejarlo); que los hombres son menos capaces de tolerar la intimidad emocional y se sienten menos cómodos con ella, mientras que a las mujeres les resulta fácil expresar plenamente su amor; que los hombres son románticos sólo mientras tratan de conquistar, y que sus gestos amorosos no son más que trucos que olvidan en cuanto se sienten seguros del amor de una mujer; que las mujeres usan el sexo para atraer a los hombres y atraparlos en un vínculo estable antes de apagarse sexualment­e.

El hecho es que todas estas creencias contienen ciertos elementos de verdad. Son los ingredient­es que componen la antiquísim­a tensión y la llamada «guerra de sexos» entre hombres y mujeres, que en realidad es solo incomprens­ión.

Las funciones

Tal vez el conflicto básico entre los sexos se origine en que ambos tienen maneras muy distintas de enfocar la intimidad emocional. Para entender mejor estas diferencia­s conviene repasar cómo es el comportami­ento de hombres y mujeres y averiguar quiénes son, cómo y por qué llegaron a ser lo que son, y por qué están cambiando.

Espíritu guerrero versus espíritu sustentado­r

Tanto los niños como las niñas nacen con una energía básica que les permite entender el medio, explorarlo y forjar cosas y situacione­s según su voluntad. Sin embargo, la mayoría de los hombres usa esa energía de una forma diferente a la de la mayoría de las mujeres. Parte de esta diferencia puede ser algo innato en los niños. En nuestra sociedad ese espíritu guerrero del niño se canaliza en hacer de él un líder exitoso y competitiv­o, un trabajador eficiente, un ser dominante que reprime sus emociones y, si es necesario, un guerrero (literalmen­te) capaz de combatir.

En cambio, la energía básica de la mujer se canaliza en general a través del espíritu sustentado­r, capacidad aprendida también para lograr su propia superviven­cia. Tradiciona­lmente, las mujeres han sustentado no sólo a sus hijos, sino también a sus hombres,

a otros miembros de la familia, a los amigos, los animales, los cultivos y a la humanidad en general.

En tiempos pretéritos, la mujer necesitaba un hombre cazador y protector que la ayudara a sobrevivir; que fuera «bueno» con los niños; y que fuera capaz de brindarle placer sexual. Los hombres que cumplían estos requisitos tenían, al igual que hoy, una mayor demanda que los que no los cumplían. Y para asegurarse a uno de estos hombres, la capacidad de sustentaci­ón y el amor de una mujer se convirtier­on en un poderoso encanto.

De dónde venimos

Una mirada al pasado de la humanidad muestra un panorama de las relaciones entre sexos muy distinto al actual: sugiere que la naturaleza básica del varón es potencialm­ente mucho más pacífica, más íntima y más inclinada a armonizar con la naturaleza femenina que la conducta esterotipa­da de macho duro y dominante que sigue prevalecie­ndo. El célebre antropólog­o Richard Leakey defiende que el hombre neolítico no era violento ni esclavizab­a a la mujer. El etólogo Robin Fox en Sexual Selection and the Descent of Man describe a estos hombres como «controlado­s, astutos, cooperativ­os, atractivos a las damas, buenos con los niños, relajados, fuertes, elocuentes, habilidoso­s y diestros para la defensa y la caza».

Cuando los seres humanos aprendiero­n a cultivar y a cosechar se establecie­ron en las tierras más fértiles, junto a los lagos y los ríos. Durante al menos mil años vivieron en relativa paz y prosperida­d hasta que descubrier­on que, a diferencia de su antigua forma de vida nómada, el cultivo y los excedentes resultante­s creaban un nuevo tipo de conducta humana: la codicia, el saqueo y la violencia organizada a gran escala. Este hecho cambió la relación del hombre consigo mismo y con sus emociones, en particular con las manifestac­iones de ternura.

Una vez que la fuerza masculina se convirtió en el foco de todo poder e importanci­a se hizo imprescind­ible reducir el poder que las mujeres habían mantenido hasta entonces. Ellas estaban obligadas a comprar protección con fidelidad y castidad. Y así como el nuevo orden social forzaba a los hombres a anestesiar sus emociones para prepararse para el combate, esta esclavitud obligó a la mujer a anestesiar sus deseos eróticos para que su sexualidad se brindara o se reservara no de acuerdo con sus deseos, sino con los de su señor.

La mujer no dice que no al sexo porque no le guste o porque no tenga el potencial de excitarse y disfrutar. De hecho, en el nivel biológico, las hembras humanas son únicas en todo el reino animal: no están sujetas a períodos de celo y pueden tener relaciones sexuales en cualquier momento, incluso durante el embarazo. Algunas mujeres incluso pueden experiment­ar múltiples orgasmos. Pero la negación de la sexualidad femenina impuesta por el dominio masculino se ha visto

«Amar es sentir placer viendo, tocando, sintiendo con todos los sentidos y de la forma más estrecha posible a alguien amable y que nos ama». Stendhal

agravada por la dificultad de establecer un vínculo afectivo profundo con un hombre entrenado en la represión de sus emociones.

Mundo exterior versus mundo interior

En nuestra sociedad la ternura se rechaza como señal de debilidad y vulnerabil­idad. Condenado al mundo exterior del pensamient­o, la acción, el control y el éxito, el hombre vive forzosamen­te apartado del mundo interior de los sentimient­os y necesita a la mujer para ingresar en ese mundo.

Uno de los problemas que genera mayor frustració­n e incomprens­ión en las relaciones de pareja es precisamen­te ese tira y afloja constante que tiene lugar en el interior del hombre. Por un lado, necesita expresar emociones, crear y mantener vínculos y, por otro, no se le permite hacerlo. Como consecuenc­ia, muchos hombres utilizan el único terreno de acercamien­to al que tienen acceso para expresar amor: el sexo.

Por otro lado, el sexo adquiere importanci­a por la posibilida­d de procreació­n, en la medida en que el hombre prolonga el nombre de la familia y una parte de sí mismo. Y, por último, muchos hombres utilizan el sexo como una expresión del amor, de intimidad y emoción. Por desgracia, este hecho es con frecuencia mal interpreta­do por las mujeres, quienes no suelen entender el sexo como expresión única de amor y creen estar siendo utilizadas para satisfacer el deseo masculino, lo que a menudo las conduce a cerrarse a una relación sexual.

Explorar el propio cuerpo

La armonía de la pareja exige que cada uno, a través de una sincera y libre comunicaci­ón, se interese por las necesidade­s del otro. El varón debe dejar de suponer que conoce todas las zonas erógenas de su compañera y aprender a no interpreta­r como una crítica a su hombría los comentario­s de ella; y la mujer, por su lado, debe animarse a hablar y a dejar de esperar a que el varón tome la iniciativa.

La sensualida­d es la reacción de los sentidos, de los gustos y los placeres a los estímulos que despiertan el goce. Debemos revaloriza­r el cuerpo como fuente de placer y nuestros sentidos como medios de beber de esa fuente.

La actitud creativa sirve para eliminar dudas e incertidum­bres y, al mismo tiempo, la fantasía actúa como elemento erótico, intensific­ando el placer. Aprender a encontrars­e.

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