Neko Café
La vida de Nagore ha sido una sucesión de calamidades desde que se separó de su pareja y fue despedida de su trabajo. A punto de perder su piso, una vieja amiga le encuentra un empleo insólito: camarera del Neko Café, una cafetería donde siete gatos esperan encontrar un dueño entre los clientes que vienen a pasar la tarde. Pese al pánico que le dan los felinos, Nagore firma un contrato de prueba por un mes, y, lo que al principio resulta ser un caos, con el paso de los días se torna en una experiencia transformadora.
Es este un relato muy sencillo de Anna Sólyom, publicado por editorial Catedral, para disfrutar y aprender las «leyes felinas de la vida», del que os ofrecemos un breve fragmento.
Siete vidas por estrenar
Nagore se pasó veinte minutos bajo el refrescante chorro de la ducha meditando sobre lo que le había dicho Amanda. No era que no tuviera razón, pero, al fin y al cabo, se trataba de su vida. Si ella quería revolcarse en el dolor durante años, tenía todo el derecho a hacerlo.
Perdida en sus pensamientos, la hora se le echó encima y tuvo que correr para llegar al café a tiempo. Se comió un bocadillo por el camino para no retrasarse más.
Cuando llegó, Yumi ya había alimentado a los gatos y también había limpiado sus areneros. No parecía enfadada por ello.
–He conseguido cita en el veterinario para las dos y cuarto, aunque cerraban a las dos. Tendrás que irte enseguida para llegar a tiempo. Encontrarás el transportín en el almacén.
«Transportín» era una palabra nueva en el vocabulario de Nagore, pero supuso que era la caja de plástico con asa que había visto el otro día.
Sin embargo, a Yumi se le olvidó decirle que no se le ocurriera ponerlo a la vista de los gatos. Había que operar de modo opuesto: ir a buscar al gato elegido y llevarlo al almacén para, una vez encerrado, meterlo dentro de la caja.
Con toda su ingenuidad, Nagore fue a por el transportín y con él se plantó en medio del café para recoger a Sort. Al verla llegar con eso, los gatos se dispersaron en todas las direcciones como alma que lleva el diablo. Bajo los bancos, varios pares de ojos vigilaban recelosos, dispuestos a huir donde fuera antes de dejarse atrapar.
Al verla estupefacta con el transportín en la mano, Yumi liberó una risita.
–¡Lo siento mucho, querida! He olvidado decirte que los gatos odian a los veterinarios. En cuanto sospechan
que hay una visita programada, se esconden. Veamos qué podemos hacer...
Yumi decidió adelantar parte de la cena y le pidió a Nagore que pusieran en los cuencos pequeñas porciones de aquellas latas que tanto les gustaban.
Los dispusieron en el centro de la sala, pero los gatos eran astutos y parecían saber exactamente lo que planeaban.
Los minutos transcurrieron muy despacio. El primero en aventurarse a salir de su escondrijo fue Cappuccino, que estaba totalmente obsesionado con la comida. Cuando los demás vieron que no ocurría nada, empezaron a reunirse con él, uno tras otro.
El último en aparecer fue Sort. Intentó conseguir un comedero disponible, pero parecía una misión imposible. Sobre todo, porque Cappuccino iba dando bocados compulsivos en todos los cuencos que encontraba libres.
Finalmente, Sort consiguió comer un poco, y el momento fue aprovechado por Yumi para deslizarse desde la barra, lenta y sigilosamente, hasta agarrarlo por el pescuezo.
Los otros gatos salieron despavoridos otra vez y Sort trató de liberarse, pero estaba bien sujeto.
–¡Nagore! ¡Trae el transportín, por favor! Lograron meterlo a la fuerza dentro de la caja. Una vez en ella, parecía bastante tranquilo.
–¡Qué gato más pacífico! –observó Yumi–. Normalmente, se ponen como locos cuando se ven encerrados. Ahora date prisa o la veterinaria cerrará.
Nagore no tardó en darse cuenta de que Sort pesaba lo suyo. Se concentraba en caminar a paso regular para no asustar al gato, puesto que no se sentía capaz de hacer frente a una rebelión en el transportín. Se sintió muy aliviada cuando al fin llegó. La veterinaria los esperaba con sus pantalones y su camiseta sanitarios de color verde. Era una mujer rolliza y estaba mucho más interesada en la criatura que iba dentro del transportín que en quien lo había llevado.
Mientras abría con cuidado la caja para invitar a salir a su ocupante, Nagore se fijó en que en la pared estaba enmarcada la página de un libro infantil: La vuelta al año en 365 cuentos, de Gabriel García de Oro. El cuento era del 27 de enero y nada más leer el título, Nagore supo por qué estaba allí para que lo leyeran los clientes.
Las leyes felinas para la vida
1. Sé auténtico de corazón.
2. Acéptalo todo con serenidad.
3. Tómate un respiro.
4. Presta atención y encontrarás oportunidades en todas partes.
5. Cuida tu aspecto, nunca sabes quién te está mirando.
6. Sé flexible, pero no pierdas de vista quién eres.
7. Nunca dejes de alimentar tu curiosidad.