La Moncloa hace aguas
El modelo de centro de gobierno diseñado por Iván Redondo queda muy tocado tras el choque entre Iglesias y Calvo, y la criticable gestión de la crisis del coronavirus
En dos semanas de marzo, el gobierno de Pedro Sánchez descubrió que no estaba tan bien diseñado ni para lo previsto ni para lo imprevisto. En muy pocos días, y con la manifestación feminista del 8-M convertida en el vórtice que dispara tensiones políticas e induce a errores de juicio, el «ilusionante» gobierno amplio y representativo de la izquierda, plagado de tics adolescentes por su ala morada, se transformó en un Ejecutivo incapaz de ver el precipicio de una crisis que se abría ante sus propias narices.
«Dime de qué presumes y te diré de qué careces», dice el refranero español de quien alardea de algo precisamente porque no lo tiene. Cuando le preguntaron en RNE si se sentía cuestionada tras la crisis entre Podemos y el PSOE a cuenta de la ley de libertad sexual, la vicepresidenta Carmen Calvo no titubeó: «Para nada. Soy la ministra de la Presidencia y Relaciones con las Cortes, por decreto, con mis competencias intactas, y lo más importanWH WHQJR OD FRQÀDQ]D DEVROXWD GHO SUHVLGHQWH del Gobierno. ¡Absoluta!».
Calvo es consciente de que se dejó algunas plumas en ese enfrentamiento con Pablo Iglesias que implicó al ministro de Justicia, Juan Carlos Campo. El episodio molestó a Pedro Sánchez, que desde el primer momento había valorado el oportunismo y la coherencia política que suponía para «el gobierno más feminista de la historia» el ímpetu de Irene Montero por llegar al 8 de marzo con ese anteproyecto redactado.
Lo que más disgustó al presidente fue la ÀOWUDFLyQ GHO WH[WR FRQ ORV FRPHQWDULRV WpFQL
cos del Ministerio de Justicia que dejaban en ridículo a Montero y su equipo. Esa súbita comparecencia ante los focos del ‘Deep State’ -nombre que el trumpismo asigna a los funcionarios de Washington DC que no se pliegan a sus deseos-, le pareció un exceso de juego sucio al presidente.
Pero el asunto de fondo más grave fue constatar que el rediseño del centro de gobierno que había elaborado con mimo Iván Redondo para la nueva Moncloa de Sánchez, con el fin de mantener coordinado y alineado un gobierno amplio y complejo con culturas políticas distintas, comenzaba a descoserse con extrema facilidad. Como cuando se ponía a hervir leche, cuando menos te lo esperabas se desbordaba y dejaba todo perdido.
El sistema de mando y control de Redondo para gestionar un gobierno extremadamente amplio que pretende representar a todas las sensibilidades que conviven en la coalición gobernante, discurre por tres niveles: el primero es el de los ministros, el segundo el de los jefes de gabinete y el tercero el de los jefes de prensa. El primero es asunto del presidente del Gobierno que habla o wasapea a diario con sus ministros. Ahí hay mucha política, estrategia de altos vuelos y poca cocina. La cocina diaria de la que presumía Alfonso Guerra hace 35 años, se prepara en gran parte en el circuito de los jefes de gabinete. Ahí Redondo hace y deshace. El jefe de gabinete, en realidad, es el encargado de convencer al ministro de que las ideas de Sánchez y Redondo se le han ocurrido a él y de conocer al detalle los puntos de apoyo que existen en el aparato técnico de cada ministerio.
Por último, los jefes de comunicación despachan con Miguel Ángel Oliver, secretario de Estado de Comunicación, que es el encarga