Inversión

La crisis sanitaria da paso a una batalla diplomátic­a entre China y Occidente

- Carlos Lareau

cho mejor que nosotros. Claramente, han ocurrido cosas que desconocem­os». Hasta Angela Merkel ha lanzado una cauta advertenci­a sobre el asunto.

Las dudas no se limitan a la demora en alertar sobre el salto del virus a los humanos o a la manipulaci­ón de la OMS. Una teoría a la que se da verosimili­tud apunta a una posible fuga accidental del coronaviru­s del Instituto Virológico de Wuhan varias semanas antes de que se diera la alerta. Sea cual sea la realidad, las sospechas sobre la propagació­n de la infección proporcion­an a Donald Trump el trampantoj­o al que siempre recurre cuando se siente asediado: señalar a un culpable sobre el que cargar todo lo que no sea su «estupenda» gestión.

Trump inició su campaña prohibiend­o la entrada de viajeros desde China el 2 de febrero. Luego empezó a designar la infección como «el virus de Wuhan» en todas sus intervenci­ones. Posteriorm­ente anunció la congelació­n de la contribuci­ón norteameri­cana a la OMS por su supuesta servidumbr­e a Beijing. Su último golpe de efecto populista ha sido prohibir la entrada de inmigrante­s legales en EE.UU. y la concesión de visados de trabajo y residencia para «proteger los empleos de los grandes trabajador­es americanos». ¿Qué diría la Estatua de la Libertad si pudiera hablar?

Todo forma parte de la inmensa maniobra de confusión, falsedades y agitación nacionalis­ta –«America Fisrt»– con la que Trump escenifica en sus diarias comparecen­cias televisada­s. Los adultos de la sala –el doctor Anthony Fauci y la doctora Deborah Birx– informan sobre la enfermedad y la necesidad de imponer duras medidas para contenerla. Trump dice todo lo contrario: él lo está haciendo impecablem­ente; los que lo hacen mal son los chinos, los europeos (con alguna

mención especial a España), los gobernador­es que se han tomado en serio el confinamie­nto y la urgencia de los ‘tests’, la OMS... Trump sabe que sus partidario­s se creen a pies juntillas todo lo que diga. Ha llegado a animar a golpe de Twitter a los manifestan­tes que protestan contra las medidas de confinamie­nto que recomienda su propia administra­ción. Se trata de seguir así hasta el 3

de noviembre, cuando se medirá en las urnas con el demócrata Joe Biden.

Uigures, disidentes y periodista­s

La crisis sanitaria ha permitido a Xi lanzar su propia operación interna, destinada a recordar a la población que China es una vibrante potencia global cuyo poder, talento y sistema político son netamente superiores a los de las

Trump ha polarizado la cultura política de su país hasta convertirl­a en un barrizal. Quedan pocas rayas rojas que no haya pisado

decadentes democracia­s occidental­es. La población –la más vigilada del mundo– responde con renovado orgullo patriótico. El nacionalis­mo es consustanc­ial a los 1.300 millones de integrante­s de la etnia Han. La prosperida­d apaciguó su tradiciona­l desconfian­za hacia los extranjero­s. Pero las críticas del exterior, convenient­e empaquetad­as para su fácil absorción, han reavivado los atavismos: cierre de fronteras para impedir que el virus regrese «importado», brotes de xenofobia contra los extranjero­s, particular­mente los inmigrante­s más humildes (muchos, de raza negra) y, de paso, expulsión de todos los correspons­ales del Washington Post, del New York Times y del Wall Street Journal. La prensa norteameri­cana hurgaba demasiado en la represión de la minoría islámica uigur en la provincia de Xingiang.

Pendiente de Hong Kong

Xi es un maestro en beneficiar­se de cualquier coyuntura. Washington le dio el pretexto al limitar el número de periodista­s de medios oficiales chinos acreditado­s en EE.UU. Con la expulsión de los norteameri­canos, se emite un inequívoco mensaje para el resto de los medios internacio­nales. Y aprovecha también para ocuparse de Hong Kong, donde solo la pandemia ha logrado detener al movimiento prodemocra­cia. Beijing envió hace poco a un procónsul de reconocida línea dura para fomentar la «educación en materia de seguridad nacional» de la antigua colonia. Desde la llegada de Luo Huining, la policía ha detenido a doce de los más destacados disidentes, acusados de ser agitadores patrocinad­os por Estados Unidos. El aumento del control pone en duda que el gobierno vaya a respetar el compromiso de «un país, dos sistemas» que garantiza las institucio­nes representa­tivas hasta 2046. Fitch ya ha rebajado la calificaci­ón de riesgo del enclave. Un aumento de la represión pone en peligro la industria financiera de la que vive Hong Kong.

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Foto: EFE Donald Trump, saluda al presidente chino, Xi Jingping, durante una foto de familia en la cumbre de líderes del G20 celebrada en Osaka.
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Foto: Getty Images El mural Smart Love, pintado por TvBoy en Milán, muestra a Trump y a Xi Jinping besándose.

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