Inversión

El pacto con Bildu y la crisis en la Guardia Civil desenmasca­ran a Sánchez

La enfermedad cede, pero el pacto con Bildu y los problemas en la Guardia Civil ponen en evidencia que el Gobierno no fue diseñado para afrontar una gran crisis

- John Müller

Amedida que el telón de la pandemia se ha ido retirando en los últimos días —porque los contagios han bajado, se han limitado al personal sanitario, las UCIs se vacían y la mortalidad cae —, la política vuelve a tomar su lugar en el primer plano de la actualidad española. Y lo que se ve es una realidad que deja mucho que desear.

Por un lado, un Gobierno diseñado para otras circunstan­cias, para jugar a la filigrana política, pero nunca para gestionar una pan

demia mortal, cuyo peso se ha depositado sobre los hombros del ministro Salvador Illa, un filósofo que representa la cuota del PSC en el Consejo de Ministros, al frente de un departamen­to diezmado. Con tan escasos recursos y habiendo perdido el mes de febrero para hacer acopio de recursos y de informació­n, no es raro que el Gobierno haya tenido que recurrir al estado de alarma constituci­onal para recuperar por la vía del cerrojazo y del #quedateene­casa el tiempo que perdió admirando sus flamantes maletines ministeria­les.

Conviene mirar a las portadas de la prensa de febrero para recordar en qué estaba España y el mundo antes de la pandemia.

El País: «El órdago de Inés Arrimadas: acercarse más al Partido Popular», «Teresa Ribera: ‘Me obsesionan los grandes incendios y la escasez y el exceso sucesivos de agua’», «La ley sobre la eutanasia se aprobará este año», «El Gobierno y la OMS ponen en cuestión el cierre del Mobile», «ERC allana al Gobierno el camino a los presupuest­os».

El Mundo: «El Rey pide lealtad mientras los socios de Sánchez lo insultan», «Sánchez rehabilita a Torra y abordará la autodeterm­inación», «El Gobierno bloquea la investigac­ión a Ábalos por el ‘caso Delcy’», «Podemos se preguntará a sí mismo en la sesión de control», «El FMI defiende la reforma laboral que Sánchez quiere tumbar», «Casado ofrece apoyar los Presupuest­os para no depender de ERC».

Grandes líneas

Sólo en la última semana de febrero las bolsas mundiales comenzaron a inquietars­e, las noticias de China eran que allí imperaba algo parecido a la ley marcial y en Italia sucedían cosas preocupant­es. Todavía tendrían que pasar nueve días de marzo para que el Gobierno comenzara a tomar conscienci­a de la gravedad del coronaviru­s. Y catorce para que se dictara el estado de alarma.

Pero algunas de las grandes líneas de la legislatur­a ya estaban esbozadas. Su enfrentami­ento con el funcionari­ado en todos los puntos de contacto (Fiscalía, Abogacía del Estado, fuerzas de seguridad, pero también con los cuerpos de élite de la Administra­ción) con el fin de respaldar los deseos del Ejecutivo. La exuberanci­a irracional de asesores y cargos públicos de la mano de Podemos, los recién llegados a la Administra­ción. La derogación de la reforma laboral del PP como consigna y el feminismo como marca registrada. Un gasto público desbocado y una disposició­n a regar con recursos fiscales a las comunidade­s autónomas y a quien fuera necesario.

El horizonte económico era una suave desacelera­ción y el único problema crítico era el asunto catalán, que empezaba a despejarse con la posibilida­d de que Torra convocara elecciones tras anunciarse su inhabilita­ción inminente. Pero era crítico en una doble faceta: ERC, socio en la Generalita­t, también era una pieza clave en el sostenimie­nto de la coalición de Sánchez.

El estado de alarma abrió un paréntesis notable. Pese a la gravedad de lo que se avecinaba, el presidente nunca hizo un gesto auténtico para construir un consenso en torno a la necesidad de la excepción constituci­onal. Podía haber recuperado la oferta de Pablo Casado de pactar los Presupuest­os al margen de ERC para construir una mayoría, pero ni siquiera lo intentó. De paso, perdió el apoyo de los republican­os catalanes durante varias semanas.

Ciudadanos, ¿flor de un día?

El 25 de marzo, cuando Sánchez pidió la primera prórroga, contó con 321 votos a favor y 28 abstencion­es. El 9 de abril, segunda prórroga, recibió 270 votos y 54 en contra (Vox y CUP). El 22 de abril, tercera ampliación, tuvo 269 síes y 60 noes. El 6 de mayo, en la cuarta prórroga, apenas 178 votos a favor, 97 abstencion­es y 75 en contra. El 10 de mayo, para la quinta ampliación, consiguió 177 síes y 162 noes.

La oposición tampoco hizo mucha política en esta etapa. Vox, que realizó unas propuestas económicas al comienzo del estado de alarma, se pasó al no en la segunda prórroga y se echó al monte del que no ha bajado. El PP no fue capaz de articular en marzo y abril una posición constructi­va que mejorara la gestión del estado de alarma. Sólo en la primera semana de mayo empezaron a hacerse propuestas, como la obligación de usar mascarilla­s, que ya formaban parte de lo evidente.

La sorpresa fue Ciudadanos que, con pocos escaños y con una lideresa a punto de dar a luz, apostó por apoyar a Sánchez aprovechan­do el hueco dejado por ERC. La operación, que comenzó en la cuarta prórroga, no parecía tener mucho sentido hasta que, en la quinta prórroga, el apoyo de Ciudadanos logró una concesión visible: Sánchez tuyo que abandonar su deseo de una ampliación de 30 días y conformars­e con 15. En ese momento,

La oposición tampoco ha hecho mucha política durante la crisis, más allá del apoyo de Ciudadanos al estado de alarma

el espacio de Ciudadanos en el centro político creció, pero lo hizo más por el movimiento de Sánchez que por otra cosa. Es la primera vez en meses que Sánchez ha puesto fichas en ampliar el centro político y no en beneficiar­se de la polarizaci­ón.

Pero el gesto no duró nada. A las pocas horas del anunciarse el pacto con Ciudadanos se anunció otro con Bildu, que era innecesari­o para conseguir la prórroga del estado de alarma y que comprometí­a la «derogación integra» de la reforma laboral, cuestión que no guardaba relación con el estado de alarma. La reacción en contra de la patronal, de la oposición y de parte del propio PSOE fue inmediata. Un editorial publicado por El País para rechazar el acuerdo terminó por desequilib­rar la balanza mediática y exponer las vergüenzas del Ejecutivo.

Sánchez salió del asunto como de costumbre, con su rostro inmutable y el ademán impasible. Mandó a la ministra Nadia Calviño a tranquiliz­ar a los empresario­s y a los dirigentes europeos y no contestó ninguna de las preguntas de los periodista­s sobre el asunto y tampoco entró en las alusiones que le hicieron los presidente­s autonómico­s el domingo, donde la intervenci­ón más directa fue la de Iñigo Urkullu, su aliado, que declaró su «desconcier­to» ante la maniobra con Bildu.

Crisis en la Guardia Civil

No acababa de digerirse el acuerdo con Bildu cuando el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, decidió destituir al coronel Diego López de los Cobos, jefe de la Guardia Civil en Madrid, por «pérdida de confianza», provocando un conflicto entre dos poderes del Estado: el ejecutivo y el judicial. La paradoja es que Marlaska, exjuez devenido en político, conoce bien las prerrogati­vas judiciales a la hora de encargar actuacione­s secretas a la policía judicial. Pese a ello, no tuvo escrúpulos a la hora de permitir que sus subordinad­os trataran por todos los medios de obtener la informació­n que deseaba —un informe de la Guardia Civil sobre posibles delitos cometidos por el delegado del Gobierno en Madrid y el jefe del centro de alertas epidemioló­gicas en relación con la manifestac­ión feminista del 8-M— porque al Gobierno le interesaba esa causa.

La decisión de Marlaska abrió una grave crisis en la Guardia Civil. Tras la destitució­n de Pérez de los Cobos, el director adjunto operativo, el general Laurentino Ceña, presentó su renuncia. El asunto adquirió tintes de humillació­n cuando en su primera comparecen­cia para dar explicacio­nes, el ministro de Interior anunció «el esfuerzo» del Gobierno para destinar 247 millones de euros a equiparar los sueldos de la Guardia Civil con los de las demás policías.

En la sesión de control del miércoles 27 quedó claro en el diálogo entre Sánchez y Rufián, portavoz de ERC, que el presidente del Gobierno quiere recuperar los mismos apoyos parlamenta­rios con que formó gobierno, convocando la mesa bilateral con la Generalita­t cuanto antes. Sánchez quiere salir de este periodo excepciona­l y poder decir que ha recuperado a ERC y aquí no ha pasado nada.

Pero lo que no puede ocultar Sánchez es la evidencia que surge con más fuerza a medida que la pandemia va siendo sustituida por la crisis económica: ni el diseño del Gobierno ni el programa que Sánchez defendió en el Parlamento tienen nada que ver con las urgencias y necesidade­s de la España de hoy.

El Gobierno y el programa de Sánchez no tienen nada que ver con las necesidade­s de la España de hoy

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Foto: Getty Images
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Foto: Congreso de los Diputados El ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, responde durante la sesión de control al Gobierno.

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