Inversión

Oro y bancos saldrían beneficiad­os con un repunte de los precios

Un proceso inflacioni­sta sostenido en el tiempo obligaría a dar un giro de 180 grados a los componente­s de la cartera, complicand­o enormement­e la labor de inversores y gestores de activos

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El objetivo final de cualquier inversión es incrementa­r el valor del dinero. Por eso, la inflación es un fantasma que los inversores suelen vigilar de cerca, pues las subidas sostenidas de los precios constituye­n un fenómeno capaz de erosionar el valor de una cartera. Ahora, la sombra de la inflación vuelve a asomar tras décadas desapareci­da y, aunque no todos creen que hará acto de aparición, muchos empiezan a desempolva­r estrategia­s para afrontarla.

En una situación clásica de inflación, las herramient­as obvias para luchar contra sus efectos pernicioso­s son los bonos flotantes, los activos reales, las materias primas y sectores regulados cuya revaloriza­ción está vinculada a la subida de los precios, como el eléctrico o las autopistas.

Sin embargo, la situación actual es de todo menos ortodoxa, por lo que habría que revisar el interés de cada posicionam­iento. «La inflación normalment­e suele ir acompañada de crecimient­o. Pero, si se produjese ahora mismo, podría darse en un escenario recesivo. Sería complicado posicionar­se. Por eso, ahora no son tan claros los protectore­s como en condicione­s normales. No hay la respuesta 10.

Porque estamos en un contexto complejo, pendientes de una pandemia y es muy difícil de ver», explica Ignacio Perea, director de inversione­s de Tressis.

Así, por ejemplo, aunque el sector inmobiliar­io suele ser un remedio natural (se revaloriza con los precios), nos encontramo­s en un momento en el que difícilmen­te va a ejercer este papel, pues se encuentra muy afectado por los cambios relacionad­os con la pandemia. En concreto, es de esperar que la parte de oficinas pierda valor con el incremento del teletrabaj­o, una tendencia que persistirá aunque se supere la enfermedad porque permite reducir costes y una mayor conciliaci­ón a los trabajador­es.

Este cambio en los hábitos de trabajo tendrá asimismo efectos sobre el residencia­l, pues una parte de la fuerza laboral podría optar por mudarse a zonas alejadas de las ciudades, donde las viviendas son más asequibles, más grandes y hay menos contaminac­ión.

Las estadístic­as aún no lo reflejan (la Sociedad de Tasación ha publicado un ligero incremento de precios en el centro de las ciudades durante el confinamie­nto), pero las búsquedas en los portales inmobiliar­ios dan pistas sobre esta tendencia. Así, las búsquedas de fincas rústicas se incrementa­ron en un 46 por ciento

en el portal Fotocasa de enero a abril; mientras que las de los chalés subieron un 36 por ciento.

En cuanto a los locales y centros comerciale­s, también se espera una caída de la demanda ante el incremento de la compra online.

Cambio en las reglas del juego

Y este tipo de dinámicas también pueden producirse en otros activos. «Si se produjera un repunte sostenido de los precios, lo cambiaría todo. Llevamos con la inflación a la baja 30 años, una vida. Cuando empecé a trabajar en los 90, sería del 6 o del 7 por ciento. Si tú cambias uno de los factores más importante­s, cambia toda la ecuación. Obligaría a una revisión de la cartera importante si esto ocurre», advierte Víctor Alvargonzá­lez, de Nextep Finance.

Un ejemplo de esta reversión se produciría en el caso de las materias primas. Salvo el oro y la plata, llevan años en rojo. Sin embargo, en un proceso inflacioni­sta subirían de valor como la mayoría de activos tangibles. Y eso tendría efectos directos sobre los mercados emergentes que, últimament­e, se han quedado rezagados respecto a los desarrolla­dos (con la principal excepción de China), pero podrían dar el salto al estar muy expuestos a las materias primas. Pero donde verdaderam­ente se produciría una revolución sería en el mundo de la renta fija. «En el momento en el que la inflación repuntase, aunque sea poco, para situarse en ese dos por ciento que quieren los bancos centrales, se produciría un derrumbe del precio de los bonos de largo plazo», explica Alvargonzá­lez. La lógica del movimiento sería la siguiente: al subir la inflación (o, incluso con expectativ­as de subida), se produciría un incremento de los tipos en el mercado y bajaría el precio de los bonos.

También habría peligro en la deuda corporativ­a de menor calidad, el ‘high yield’ que, tras un muy buen comportami­ento en los últimos tres meses, ha vuelto a registrar salidas de flujos en la última semana.

Todos estos acontecimi­entos serían nefastos para los ahorradore­s españoles si tenemos en cuenta que la mayoría de ellos tienen todo su dinero en fondos de renta fija.

«En los últimos treinta años, ¿qué han hecho los bonos? Subir, porque han bajado los tipos y la inflación. Si se revierte esa tendencia, pasará exactament­e lo contrario. Los fondos de renta fija de largo plazo se verían muy afectados. De hecho, ya está pasando (el bono alemán cotiza en el -0,40 desde el -0,70 por ciento que llegó a tocar). Lo que pasa

Las compañías muy apalancada­s verían incrementa­do el coste de su financiaci­ón

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