Reconstrucción europea
El reciente acuerdo de la Unión Europea de constituir un fondo de reconstrucción tras la pandemia llamado Next Generation
EU por un importe de 750.000 millones de euros constituye un hito de primera magnitud. En primer lugar, es la Unión Europea quien se endeuda, siendo la garante frente a los inversores y no los Estados miembros. Eso ya es un avance importante en la integración europea. Es un logro aunar intereses tan opuestos como los de los países con más
desequilibrios, que desean la mayor cantidad en transferencias y la ausencia de condicionalidad macroeconómica, y la de los más solventes, que pretendían maximizar la parte de préstamo y exigir una firme condicionalidad.
Creemos que en términos generales el acuerdo es muy satisfactorio. Pese a los sacrificios vistos en el pasado, la condicionalidad macroeconómica ha permitido a los países afectados erradicar prácticas nocivas, entrando de este modo en una senda mucho más sostenible tras hacer las reformas exigidas. Por otra parte, es cierto que no se ha alcanzado la cuantía deseada en formato de ayuda, pero 390.000 millones de euros es un importe contundente.
El foco del fondo Next Generation EU también resulta impecable ya que se orienta a preparar mejor a los Estados miembros para la transición digital y la ecológica, al tiempo que trata de incrementar el capital humano, que es la auténtica riqueza de las naciones.
En cuanto a su impacto en mercados, creemos que el aforismo «compra con el rumor, vende la noticia» se ha cumplido, pero creemos que la noticia es tan buena que no hay que vender. Sí es cierto que el mercado compró con el rumor; solo tenemos que ver la fortaleza del euro frente al dólar y el estrechamiento de las primas de riesgo periféricas recientes. Pero los beneficios de una Europa más integrada, en un mundo donde los bloques son cada vez más grandes y poderosos; y de un fondo cuyos objetivos y condicionalidad macroeconómica orientan a los Estados a seguir la dirección correcta, no son tan evidentes en el corto plazo. Creemos que se irán haciendo más visibles en el medio plazo y que los veremos en forma de lluvia fina. Pensamos que estas bondades se irán reflejando en un mayor apetito de los inversores globales por los activos de riesgo europeos, apetito que ha brillado por su ausencia en los últimos años. ¿Dejarán de estar, como decía la canción de Loquillo, en el «pupitre de atrás»?