Gilbert cree que hay un 80 por ciento de posibilidades de que su vacuna sea eficaz y no tenga efectos secundarios importantes
Características de la vacuna
Cuando la llamé por primera vez a primeros de marzo, después de 10 minutos terminó abruptamente la conversación para hablar con alguien sobre el proceso técnico para fabricar la vacuna. Habría sido absurdo ofenderse. Gilbert cuenta que casi todos los días se levanta sobre las cuatro de la mañana «con la cabeza repleta de preguntas». Trabaja desde casa durante unas horas y, a continuación, acude en bicicleta al instituto, donde trabaja hasta muy tarde. El equipo de Oxford, que en enero se componía solo de un puñado de personas, cuenta ahora con unas 250.
La vacuna es de un tipo denominado vector viral y se basa en años de investigación de Gilbert y Adrian Hill, el responsable del Instituto Jenner.
Las vacunas tradicionales están compuestas por una forma debilitada o inactivada del germen que provoca la infección para estimular una respuesta inmunológica. No es fácil de desarrollar y producir con rapidez estas vacunas. El equipo de Oxford ha desarrollado una tecnología que puede acelerar el proceso usando un virus inofensivo que actúa como una especie de caballo de Troya y transporta material genético de un patógeno hasta las células para generar una respuesta inmunológica.
En el caso del Covid-19, Gilbert ha tomado un adenovirus de chimpancé (un virus de resfriado común) y ha introducido material genético procedente de la proteína con forma de espiga de la superficie del virus SARS-CoV-2, un truco para que el sistema inmunológico contraataque. La plataforma del adenovirus del chimpancé estimula tanto anticuerpos como niveles elevados de células T citotóxicas, un tipo de glóbulos blancos que ayuda al sistema inmunológico a destruir la infección.
El enfoque de Gilbert es similar a una vacuna de vector viral desarrollada por la compañía china Cansino Biologics.
Con esta realizan ensayos de fase dos con humanos. La diferencia entre las dos es pequeña, pero puede resultar crucial: Cansino utiliza un vector basado en un adenovirus humano del que muchas personas ya se han infectado. Las primeras pruebas han mostrado que las personas con anticuerpos preexistentes del adenovirus neutralizaban la vacuna antes de que pudiera suscitar una respuesta inmunológica contundente contra el SARS CoV-2 (el caballo de Troya es destruido antes de que puedan salir las tropas).
Otras vacunas
Johnson & Johnson está desarrollando una vacuna similar basada en un adenovirus humano; comenzó los ensayos con humanos en la segunda quincena de julio. Todas estas vacunas basadas en adenovirus tienen una ventaja sobre otras candidatas: solo necesitan mantenerse refrigeradas en lugar de congeladas, lo que facilitaría su distribución mundial.
Es probable que una vacuna exitosa no sea efectiva al 100 por cien; no importa quién gane la carrera, y el éxito se puede definir de maneras diferentes. No todas las vacunas producen lo que se denomina inmunidad esterilizante, con la que el cuerpo produce anticuerpos neutralizantes que impiden que un virus penetre en las células. Algunas vacunas no impiden la infección, sino que activan el sistema inmunológico para que proteja frente a la enfermedad.
La vacuna contra la polio de Jonas Salk no detiene la infección, sino que previene esta enfermedad que lisió a millones de personas. Pregunté a Gilbert cuál sería su definición de una vacuna exitosa, pero no le sonsaqué nada concreto. «Necesitamos una vacuna con un alto nivel de eficacia frente a la enfermedad que también tenga un impacto significativo sobre la transmisión del virus», declaró.
La primera vez que oyó hablar de casos de neumonía en China en torno a Año Nuevo,
que trabajó con ella durante años como inversor y miembro del consejo de Vaccitech. «Es muy raro que un científico conozca las partes prácticas de la producción de un medicamento y pueda hablar con los fabricantes de tú a tú».
Pero, a primeros de marzo, Gilbert todavía estaba buscando dinero. «Si no tenemos el dinero ya, no podremos fabricar la vacuna ahora y no podremos realizar los ensayos», me contó entonces.
«Necesitábamos el dinero hace un mes». Consiguió una pequeña subvención de la Coalición para la Innovación y Preparación para las Epidemias o CEPI, una fundación creada en 2017 con fondos de la Fundación Bill y Melinda Gates, los Gobiernos de Noruega y la India y Wellcome Trust, una organización benéfica de investigación con sede en Londres. Bastó para que siguieran haciendo camino.
Por entonces surgió un debate en el seno del Instituto Jenner sobre si pasar directamente a ensayos con humanos o esperar hasta tener resultados de un estudio de su vacuna en nueve macacos Rhesus en los Laboratorios Rocky Mountain de Montana, parte del NIAID.
Sabían que en ensayos para una vacuna contra el primer virus SARS, que provocó una epidemia en Asia en 2003, algunos animales vacunados cayeron más gravemente enfermos después de estar expuestos al virus que aquellos no vacunados. Este fenómeno se conoce como mejora dependiente de anticuerpos o ADE.
Los precedentes del SARS
Científicos de todo el mundo estaban preocupados por la posibilidad de que esto volviera a pasar con una vacuna contra el SARS-CoV-2, y el equipo de Oxford quería comprobarlo en macacos para descartar esta posibilidad. Pero el tiempo apremiaba: había gente muriendo de Covid-19 y esperar a los resultados de los macacos significaría perder semanas cruciales.
«Realizamos el experimento con macacos por seguridad y para convencer a los más pesimistas de que la vacuna sería segura tras la infección», declaró Hill. «El gran interrogante era: cuando tengamos disponible una vacuna y personas listas para empezar, ¿esperamos a los resultados de los
macacos para vacunarlas?». Decidieron apostar sobre seguro y esperar a la vez que seguían adelante con la planificación de los ensayos, poniendo en marcha la fabricación y buscando más fondos. El 23 de marzo, el mismo día en que el primer ministro británico Boris Johnson ordenaba el confinamiento del país, el Gobierno anunció una subvención de 2,2 millones de libras al equipo de Gilbert para promover las pruebas y la fabricación.
Su compañero Sandy Douglas consiguió 400.000 libras para averiguar cómo ampliar el proceso de fabricación hasta una escala de millones de dosis.
La ayuda de Bill Gates
Durante el proceso de búsqueda de financiación, Bill Gates animó a Gilbert y a Hill para que se asociaran con alguna de las grandes compañías farmacéuticas y, como fundador de la CEPI, tenía influencia. En una conferencia con periodistas a primeros de junio, Gates recordó: «Fuimos a Oxford y les dijimos que su trabajo era brillante». «Lo que necesitáis de verdad es encontrar un socio, y les entregamos una lista de personas a las que acudir y con las que hablar».
En un primer momento el equipo de Oxford se mostró reacio porque, según Hill, habían realizado muchísimos intentos por su cuenta. «A lo que teníamos que enfrentarnos constantemente era a la percepción de los financiadores de que no podríamos hacerlo», añade. Mantuvieron conversaciones con varios posibles socios, cuyos nombres se negó a dar, planteándoles dos preguntas: ¿cuánto podéis fabricar y para cuándo? Hill recuerda: «No contestaron a ninguna de estas preguntas por mucho que insistiéramos».
Con Astrazeneca fue diferente. A primeros de abril, Mene Pangalos, responsable de investigación y desarrollo de biofármacos de la empresa, había tenido noticias positivas sobre el trabajo de Oxford.
Aunque Astrazeneca no es un agente relevante en el sector de las vacunas (produce una vacuna en aerosol nasal contra la gripe pero nada más), pensó que valía la pena llamar a John Bell, un inmunólogo y profesor que dirige la estrategia de investigación médica de la universidad, para averiguar más. «Parecía que necesitaban un socio», recuerda Pangalos. «Llamé a John y le dije, ‘¿estáis interesados en trabajar con nosotros en este
asunto? Porque creemos que podemos ser de ayuda’».
Pangalos negoció el acuerdo de asociación con Bell y el resto del equipo de Oxford en unos 10 días de frenesí de llamadas por Zoom en los que Gilbert explicó los datos a todo el mundo. Astrazeneca aceptó ser responsable de la distribución y fabricación mundiales.
Tras anunciarse la operación a finales de abril, hubo una avalancha de dinero después de que Pascal Soriot, director general de Astrazeneca, se comprometiera a vender la vacuna a solo unos «pocos dólares» por dosis.
El papel de los Gobiernos
El Gobierno británico concedió 65 millones de libras para acelerar el trabajo y garantizarse 30 millones de dosis para el Reino Unido en septiembre como parte de un acuerdo para producir en total 100 millones, reservándose algunas para países en vías de desarrollo. Unos días después, Astrazeneca anunció un acuerdo de 1.200 millones de dólares con la Autoridad para la Investigación y el Desarrollo Biomédico Avanzado de los Estados Unidos (Barda) para desarrollar y producir 300 millones de dosis, una de las mayores operaciones anunciadas por este organismo.
Cuando a mediados de abril se estaba ultimando el acuerdo con Astrazeneca, llegaron desde Montana los resultados del estudio con macacos. «No es que fueran prometedores; es que eran fantásticos», recuerda Hill.
«No solo los macacos se encontraban bien, sino que además vimos cierta protección». Habían vacunado a seis macacos y 28 días después, les habían expuesto a una dosis masiva de SARS-CoV-2 por varias vías (ojos, boca, nariz y tráquea para exponer los pulmones). Fue una dosis mucho mayor a la que una persona podría verse expuesta en el transporte público o incluso en una sala hospitalaria para pacientes con Covid-19.
Tras la exposición, los animales no mostraron ningún síntoma de neumonía en sus pulmones. Según todos los indicios, se encontraban bien. Sin embargo los hisopos nasales mostraban que todavía tenían el virus, lo que significaba que podían infectar a otros. El objeto del estudio era determinar la seguridad, no la eficacia, así que se alentó al equipo de Jenner para que vieran que proporcionaba cierta protección frente a una dosis desmesurada del virus.
El día después de que llegaran los resultados preliminares, un equipo dirigido por Andrew Pollard, un compañero de Gilbert que realizaba los ensayos clínicos, comenzó a inyectar la vacuna en personas.
¿Qué dicen los críticos?
Cuando a mediados de mayo se publicaron los resultados completos de los ensayos con macacos, los más críticos se abalanzaron para calificar los resultados como mediocres. William Haseltine, un exprofesor de la Harvard Medical School que había pasado años investigando sobre VIH, escribió un artículo en Forbes sosteniendo que parecía que la vacuna de Oxford solo protegería parcialmente, porque no generó niveles elevados de anticuerpos neutralizantes que defendieran a las células contra la infección.
En una llamada por Zoom, Haseltine me planteó lo siguiente: «¿Qué sucede cuando vacunas a personas que van por ahí esparciendo el virus por la nariz? Cualquier persona que no esté vacunada o bien vacunada se va a contagiar». «Lo que creo es que la vacuna de Oxford no será lo suficientemente fuerte para las personas mayores, así que tendrán que potenciarla y eso puede acarrear efectos secundarios».
El 14 de julio, el Gobierno de los Estados Unidos publicó los resultados del ensayo de seguridad de otra vacuna candidata, la de Moderna. Las acciones de la compañía se catapultaron tras las noticias de que la vacuna producía anticuerpos neutralizantes en todos los pacientes (también producía efectos secundarios en algunos). La vacuna de Moderna, que se produce utilizando una técnica denominada ARN mensajero, pasará a los ensayos de última fase a finales de julio.
Cuando el pasado abril pregunté a Gilbert qué era lo que más le preocupaba, me contestó que iba a ser difícil demostrar que la vacuna funciona mientras el virus aparece y desaparece por todo el planeta.
Añadió: «Para establecer la eficacia de una vacuna contra cualquier nuevo coronavirus, los ensayos tienen que ponerse en marcha en el lugar adecuado y en el momento adecuado, y esto es algo muy difícil de predecir». «Este es el motivo por el que planeamos realizar múltiples ensayos en varios países». A primeros de junio, cuando comenzaron a caer los casos en el Reino