Los retos e interrogantes que abre la inflación
Llevamos tiempo dándole vueltas a los manuales de economía sin encontrarles correspondencia con la realidad. Del derecho, del revés, hacia delante y hacia atrás… no hay forma de tener una representación de cuál es el paradigma\ que rige el comportamiento macroeconómico y los mercados. Esto sucede desde la crisis financiera de 2008 y puede que parte del problema sea que hemos cambiado tanto artificialmente los instrumentos con los que manejábamos el entorno que ya no sabemos hasta qué punto podemos volver atrás.
En los últimos años la norma ha sido una dominancia cuasi absoluta de la política monetaria, con un papel salvador pero finalmente excesivo, con una abundancia de liquidez inusitada y unos tipos de interés en niveles tan reducidos que han dejado a los mercados en una suerte de gravedad cero: se sube y se baja pero uno tiene la sensación de no tener los pies nunca en la tierra ni demasiado control.
Ante esta situación, la pregunta recurrente en el entorno poscrisis era cuándo volveríamos a la normalidad. Un interrogante que ha alcanzado una dimensión aún más inquietante en el entorno de la pandemia. Hasta tal punto que nadie sabe exactamente qué era ya la normalidad o cuál consideramos que es la que se puede recuperar. El único termómetro relativamente válido -aunque también tiene algo de mirada al viejo manual- es qué sucedería con la inflación. Los precios han estado perdidos, dormidos. Pero un nuevo viento parece soplar.
En 2021 ha surgido con fuerza la posibilidad de una vuelta a una cierta inflación.
Por un lado, ha existido una fuerte corrección macroeconómica con el Covid-19. Por otro lado, la vacunación (que promete acelerar en los próximos meses) puede traer consigo una mejora súbita de las expectativas, incluso una cierta excitación propia de un toro que ha estado encerrado y al que se le abre la puerta al ruedo.
Nervios en los mercados de bonos
A ello hay que añadir que, junto con la política monetaria, llega ahora una política fiscal claramente expansiva tanto en los Estados Unidos como en Europa. En este sentido, si la inflación no sube ahora, es difícil que lo haga en mucho tiempo. Aunque en la mayor parte de las previsiones económicas de bancos centrales e institutos de previsión no se espera un alza considerable de los precios, los mercados de bonos han pasado los primeros meses del año con un nerviosismo considerable.
Los traders de deuda sí que creen en el retorno de la inflación y consideran que hay que ir tomando posiciones ante esa situación, que podría llegar en la segunda mitad del año. Si la inflación sube se estaría anticipando, aunque fuera a más largo plazo, la necesidad de un endurecimiento monetario. Incluso sin que éste se produjera, los mercados empezarían a cobrar más caro por esa deuda. Este es un ajuste a la baja en los bonos de largo esperado pero resulta esencial que se produzca de forma progresiva, sin sobresaltos.
Los inversores en bonos saben que hay que ir quitándoselos de encima y que hay un número importante de títulos de empresas en dificultades que, de verse obligadas a pagar mayores tipos de interés por su deuda, no van a poder. Si el ajuste es muy brusco, podría desatarse una cadena de impagos de deuda privada con una transmisión también (en forma de dudas, incertidumbre y mayores tipos de interés) hacia la deuda pública.
A su vez, los cambios en el terreno de la deuda tienen un canal de transmisión claro hacia la renta variable. Las bolsas de todo el mundo han vivido una transformación sectorial en la que los valores de las grandes tecnológicas han sido la referencia en un entorno de reducidos tipos de interés. Si esos tipos van subiendo, crecerá el atractivo de otros sectores que han estado especialmente castigados por lo anómalo de la situación monetaria. Entre ellos, el sector financiero (con los bancos a la cabeza), el del crudo y algunas materias primas o buena parte del sector energético, automovilístico y de telecomunicaciones.
No es sorprendente que algunos de los clásicos «gurús del cambio», como Warren Buffett, ya hayan anunciado que han desplazado gran parte de su inversión a esos sectores. En parte, como apuesta decidida por el cambio y en parte, también, como un inductor de ese cambio. Al fin y al cabo, vivimos en un entorno en el que existen pocos oráculos y mucha avidez de rentabilidad que los tipos de interés reducidos han hurtado o, al menos hecho muy escasa.
Si vuelve la inflación, los bancos centrales se verán obligados a revisar su agenda
Empresas y gobiernos tendrán que establecer un plan renovado de devolución de deuda que sea creíble
Miedo a perder las oportunidades
Cunde entre muchos traders y una considerable cantidad de inversores minoristas no especializados, el miedo a perderse las grandes «gangas». El temor a ser el que no aprovechó la oportunidad. Es un sesgo conductual muy estudiado al que se denomina FOMO (fear of missing out o miedo a perder la oportunidad). Este tipo de problemas estaría detrás también, de la renovada pasión del inversor no informado por instrumentos como el bitcoin.
Sea como fuere, si la inflación acaba, efectivamente, volviendo, se abrirán grandes retos e interrogantes. En primer lugar, los bancos centrales pueden verse obligados a revisar su agenda, algo que no tenían previsto (al menos en aspecto sustancial alguno) hasta 2022. Cierto es que en la política monetaria actual se prevé algo más tolerancia con la inflación pero algún desboque puntual puede traer muchos nervios.
En segundo lugar, aquellos que más se hayan endeudado (desde empresas a gobiernos) tendrán que establecer un plan renovado de devolución de deuda que sea sostenible y creíble, para mantener la credibilidad inversora. En definitiva, en su conjunto, si el cambio de paradigma llega, deberá ser con nervios controlados porque, si hay desboque, habrá descarrilamientos.