¿Qué hacemos con el bitcoin?
Los riesgos de esta criptodivisa sin regular, que ha septuplicado su valor en 12 meses, son muy elevados El bitcoin ha abandonado su imagen de inversión para ‘frikis’ en Wall Street, donde se multiplican sus partidarios
Alberto Fernández trabajaba como informático en 2013 cuando escuchó hablar del bitcoin por primera vez. Atraído por el romanticismo y la rebeldía de una moneda virtual que prometía arrebatar el poder a los bancos centrales, se involucró en las comunidades de desarrolladores de la criptodivisa. «Eran frikis no, lo siguiente», cuenta.
«Era un movimiento de rabia. Cuando se creó el bitcoin, acababa de quebrar el sistema financiero y se intentó plantear uno distinto que no fuera controlado por nadie sino que fueran los matemáticos los que manejaran su gobernanza. Le vi gran potencial», explica.
Desde entonces, la imagen del bitcoin ha cambiado mucho. Ya no es el ciberjuguete para ‘geeks’ concebido por un tal Satoshi Nakamoto (probablemente, un seudónimo), sino que su fortísimo volumen de negociación y su espectacular trayectoria (ha septuplicado su valor en un año) han despertado la avaricia de los poderosos de Wall Street. Una prueba de la transformación que ha vivido esta moneda la puede narrar en primera persona Fernández, que ahora es profesor del Instituto de Estudios Bursátiles, una institución nada sospechosa de subversión dentro del ‘establishment’ financiero.
Por el camino, el bitcoin ha dejado varias marcas para la historia. La creación de las plataformas de comercio de criptomonedas facilitaron la inversión allá por 2010 y permitieron el primer calentón de su cotización, en 2013, cuando pasó de 13 a 220 dólares en pocos meses. Aún más acentuado fue el rally que vivió en 2017, cuando tocó su anterior máximo histórico en los 20.000 dólares ante el auge de los ICO —crowdfunding de criptomonedas que dejaron hitos asombrosos como la vez que Filecoin recaudó unos 200 millones de dólares en una hora—.
Pero si ha habido un periodo decisivo en la trayectoria del bitcoin, ese ha sido 2020, un año que la ciberdivisa coronó en torno a los 29.000 dólares y que allanó el terreno para tocar los 50.000, en febrero de 2021.
Distintos astros se alinearon para dar ese fuerte impulso alcista al bitcoin en 2020. Para empezar, la crisis del coronavirus llevó a los bancos centrales a inyectar cantidades masivas de liquidez en el sistema, provocando una devaluación del dólar (moneda de reserva mundial) y avivando el miedo a la inflación.
En ese contexto, las bondades atribuidas al bitcoin se hicieron más evidentes, al suponer una promesa de protección contra todos esos riesgos —por ejemplo, el bitcoin tiene prohibido incrementar la masa monetaria más allá de los 21 millones, lo que teóricamente es un escudo contra la pérdida de valor, al garantizar una oferta reducida para una potencial demanda creciente—.
Protección contra la inflación
Pero, además, sus defensores argumentan que se trata de un activo que diversifica del resto del mercado, una característica deseable en momentos de pánico como el que se vivió en marzo. «Se trata de un bien escaso, digital, que protege contra la inflación cuando el dólar cada vez vale menos y que, encima, descorrelaciona del resto de activos porque no se comporta como el oro o el S&P», resume Javier Molina, portavoz de eToro en España.
Ese tipo de argumentos, unidos al rally que vive la criptomoneda, fueron limando los recelos de Wall Street, donde varios conocidos hedge funds y manos fuertes del parqué se fueron subieron al carro del bitcoin a lo largo del año.
En España, también, comenzó a comercializarse el primer fondo de bitcoin, el Avenue Investment Crypto, aunque solo está disponible para inversores cualificados.
Si bien, el espaldarazo definitivo llegó de la mano de dos grandes compañías. Por un lado Paypal, que en otoño comenzó a acep
tar pagos en bitcoin y, por el otro, Tesla que, ya entrado 2021, anunció la compra de 1.500 millones de dólares de la cibermoneda, en una noticia que tuvo eco en todos los rincones del planeta.
Euforia por el bitcoin
En este contexto de tanta euforia, muchos proclamaron que la moneda había llegado a su mayoría de edad. Si bien, los expertos tienen claro que el bitcoin no ha pasado de la adolescencia, a lo sumo. Cuentan que se está convirtiendo en un depósito de valor para muchos inversores, pero le faltan las otras dos características imprescindibles para ser considerada una moneda con todas las de la ley: ser una unidad de cuenta (que los usuarios tengan en mente el coste aproximado de los bienes en bitcoins) y ejercer de medio de intercambio (aún son pocas las empresas que aceptan el bitcoin y, aunque lo hagan, la elevada volatilidad desincentiva su uso para este fin).
Además, el bitcoin dista mucho de concitar el favor unánime del sistema financiero. Muy al contrario, se mantiene el encendi
do debate entre partidarios y detractores que ha acompañado a esta ciberdivisa durante toda su trayectoria. «El bitcoin está a medio camino entre los instrumentos financieros y los monetarios. Se comercializa como si fuera una moneda, pero es un producto de inversión de elevada volatilidad y que no reúne las características para serlo. Es una apuesta sobre una idea monetaria tan utópica como la desaparición del Estado. Pero la moneda es parte esencial de la soberanía y los Estados jamás van a renunciar a esta regalía», advierte Fernando Zunzunegui, abogado y profesor de la Universidad Carlos III de Madrid. Sus defensores, en cambio, siguen destacando la parte más romántica de la criptomoneda, todavía hoy: «Con el bitcoin ocurre algo similar a lo que pasó con Internet, que permitió democratizar el acceso a la información sin tener que depender de los medios de comunicación. El bitcoin sirve para transmitir y almacenar valor sin contar con un banco, algo que cobra aún más importancia en países con dificultades de acceso a servicios bancarios o monedas locales volátiles», explica Raúl López, responsable del proveedor de criptomonedas Coinmotion en España.
El idealismo de los partidarios
Un idealismo que comparte Salvador Casquero, también profesor del IEB y fundador del neobanco 2gether: «El fenómeno del bitcoin tiene semejanzas con Gamestop. Antes, los ganadores de Wall Street eran banqueros magníficamente vestidos que movían millones y eran capaces de encumbrar o hundir una empresa. Pero, donde antes había muy pocos con mucho dinero, ahora hay muchos con poco dinero. No solo Tesla ha comprado 1.500 millones de bitcoin. Muchas personas lo han hecho al mismo tiempo».
Entre ambas sensibilidades, entre defensores y detractores del bitcoin, hay un abismo tecnológico, cultural e, incluso, económico. Los que están en el mundo del futuro desprecian a los abogados del presente y los segundos ningunean a los primeros.
Una división de opiniones que se mantiene cuando se habla del interés del bitcoin como activo de inversión en el momento actual. «Es un producto especulativo con alto riesgo de perder todo su valor. Carece de respaldo de una economía o un banco central y la opacidad es otro de sus puntos débiles. Además, es un producto incompatible con la inversión socialmente responsable. Tiene un gran impacto en el medio ambiente por el alto consumo en electricidad de sus mineros y una opacidad que lo aparta de los objetivos sociales y de buen gobierno», advierte Zunzunegui. Rosa Duce, economista jefe de Deutsche Bank, comparte esta opinión: «Para un inversor minorista no tiene ningún sentido. Eso tiene una volatilidad enorme, no está nada regulado y tiene mucho riesgo. Especular con el bitcoin es mala idea». Y es que, efectivamente, la fortísima volatilidad, la falta de regulación y la opacidad son algunas de sus grandes debilidades. Solo hay que recordar el 20 por ciento de caída que se metió el bitcoin en pocos días, tras tocar su último máximo, para ser consciente de ello.
Por eso, puede que la virtud esté en el término medio. Es la postura que han adoptado algunos bancos de inversión americanos. Abogan por dedicar una parte de la cartera a este activo que sea lo bastante pequeña para que su elevadísima volatilidad no suponga un roto, pero lo suficientemente significativa como para generar un extra de rentabilidad si la ciberdivisa vive uno de sus famosos rallys.
JP Morgan ha sido el último en realizar una recomendación de este tipo. En concre
JP Morgan recomienda dedicar un 1 por ciento de la cartera a criptoactivos como el bitcoin
to, apuesta por destinar un 1 por ciento del portafolio al bitcoin ante las estimaciones de sus analistas, que creen que la cripto se podría ir hasta los 146.000 dólares. Se trata de un objetivo muy ambicioso, sin duda, que nadie sabe si va a poder alcanzar. En su favor juega la mencionada oferta limitada de la divisa y la creciente demanda, junto con el hecho de que actualmente es la mayor moneda de referencia en el mundo digital. «Han surgido diversas criptodivisas desde que nació y el bitcoin sigue siendo el rey. Dado el volumen y la relevancia que ha alcanzado, es complicado que pueda surgir una nueva moneda que le pueda hacer sombra», dice López. En su contra, «el verdadero obstáculo a la trayectoria estelar del bitcoin podría venir en forma de mayores regulaciones o de críticas de los gobiernos, que se han posicionado en su contra en las últimas semanas, al decir que es un activo altamente especulativo y que se utiliza para lavar dinero de mafias, en palabras de Christine Lagarde o Janet Yellen», apunta por su parte Diego Morín, de IG Markets. Por no mencionar la burbuja que algunos vislumbran en el mercado del bitcoin, tras subidas tan pronunciadas. Por todo ello, en lo que sí coinciden partidarios y detractores del bitcoin es en señalar la necesidad de ser muy conscientes de la complejidad de este mercado antes de aventurarse en él. «Hay que tener mucho cuidado en cómo se entra en este mundo. La gente se está metiendo sin conocimiento. Pero tiene una altísima volatilidad y, como no está regulado, estás expuesto a que te puedan engañar», advierte Casquero.