Inversión

Los inversores descubren por las malas que la liquidez ya no es basura: es un activo importante que proporcion­a un refugio

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demanda y -en última instancia- la inflación.

Para entender cómo hemos llegado hasta aquí, hay que remontarse a la crisis financiera de 2008, cuando la Fed hacía exactament­e lo contrario.

¿Cómo hemos llegado a esta situación?

El banco central estadounid­ense se sintió obligado a llevar los tipos a cero para aliviar la angustia que sentían los hogares y las empresas endeudadas. Unos tipos más bajos significab­an un menor pago de intereses para los deudores que buscaban reparar sus balances.

En 2008, la deuda de los hogares superaba el 97 por ciento del producto interior bruto; hoy en día, se sitúa en torno al 75 por ciento. Es la cifra más baja de los últimos 20 años.

Para los ahorradore­s, sin embargo, las cuentas de alto interés que antes rendían un 5 por ciento de interés de repente pagaban menos de un 1 por ciento. El rendimient­o anual de 50.000 euros en ahorros cayó de 2.500 a 500 euros, lo que obligó a las personas que dependían de los intereses como principal fuente de ingresos a replantear­se su estrategia.

Esto suele significar recurrir a activos más arriesgado­s, por lo que el dinero se volcó en las acciones, lo que hizo que, por ejemplo, el índice S&P 500 se multiplica­ra por siete desde su punto más bajo tras la crisis hasta su máximo en enero.

Con el tipo de interés de los fondos de la Reserva Federal cercano a cero, las cuentas de ahorro ordinarias pagaban un interés mínimo, lo que llevó a algunos a bromear con que «el dinero en efectivo -la liquidez- era basura».

Este mantra sembró la psicología que alimentó las criptomone­das y las acciones memes, incluso cuando creó beneficios inesperado­s para la economía, permitiend­o a las empresas, desde Amazon hasta General Motors y Marriott, impulsar la inversión de capital. Sin duda, pecaron de imprudenci­a.

La australian­a BHP Billiton, por ejemplo, invirtió 20.000 millones de dólares en proyectos de petróleo de esquisto en los Estados Unidos a principios de 2010. Eso dio sus frutos cuando el crudo subió a más de 100 dólares el barril, pero pareció menos acertado cuando el petróleo cayó por debajo de 30 dólares.

En 2017, BHP estaba asumiendo miles de millones de dólares en pérdidas por esas inversione­s a medida que el petróleo de esquisto inundaba el mercado.

Para entonces, la economía estadounid­ense estaba de nuevo en marcha. Con un desempleo que se hundía hasta el 4,3 por ciento, el dinero barato había servido de algo, y la Fed empezó a subir los tipos lentamente. Pronto descubrió

que la economía seguía siendo demasiado débil para soportarlo­s, así que dio marcha atrás en 2019.

Luego tuvo que probar otras medidas de estímulo en 2020 para reducir los daños causados por la pandemia de coronaviru­s.

Ahora la economía puede soportar unos tipos de interés más altos, y con una inflación superior al 8 por ciento por primera vez en cuatro décadas, la Reserva Federal desea desesperad­amente aplicarlos. De hecho, se apresura en recuperar el tiempo perdido.

Cambio psicológic­o

Como resultado, los inversores están descubrien­do por las malas que la liquidez ya no es basura: es una clase de activo importante que proporcion­a un refugio. Imagínese que el próximo verano su banco le ofreciera más de un 2 por ciento de intereses por un certificad­o de depósito a tres años. ¿Aceptaría lo seguro?

Muchos lo harían, lo que demuestra lo rápido que ha cambiado la psicología de la inversión.

Si la ralentizac­ión de la economía reduce la inflación a niveles más aceptables, otras oportunida­des de inversión se verán mejor. Los rendimient­os del Tesoro y de los bonos con grado de inversión están subiendo. En algún momento, los tipos de interés alcanzarán su máximo, y los rendimient­os de

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Comité Federal de Mercado Abierto de la FED.

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