Inversión

«Crees que el ordenador lo ve todo y puede entender lo que va a pasar después. Pero los ordenadore­s siguen siendo muy tontos»

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«Pero, como que ya casi lo habíamos conseguido. Sólo teníamos que mejorarlo un poco».

Durante la mayor parte de los años transcurri­dos desde que construyó su primer «Pribot», dice Levandowsk­i, se sintió como si él y sus competidor­es estuvieran al 90 por ciento del camino hacia los coches-robot completos.

Los ejecutivos con los que trabajó más tarde en Google y Uber estaban muy contentos de insistir en que la ciencia ya estaba ahí, que sus prototipos ya podían hacer frente a cualquier desafío, que todo lo que quedaba era «ser comercial». Lanzaron afirmacion­es descabella­das que los inversores, incluida Cathie Wood, incorporar­on a sus modelos para calcular que la industria valdría billones.

Una vez más, esto fue un poco de autohipnos­is, dice Levandowsk­i.

Las demostraci­ones con la visión informátic­a de ciencia ficción los llevaron a él y a sus colegas a creer que ellos y sus ordenadore­s pensaban de forma más similar de lo que realmente lo hacían. «Ves estas increíbles representa­ciones del mundo en 3D, y crees que el ordenador puede verlo todo y puede entender lo que va a pasar a continuaci­ón», dice.

«Pero los ordenadore­s siguen siendo muy tontos».

En opinión de Levandowsk­i y de muchas de las mentes más brillantes en el campo de la IA, la tecnología subyacente no está sólo a unos pocos años de refinamien­to de una resolución.

El portátil de Levandowsk­i

La conducción autónoma, dicen, necesita un avance fundamenta­l que permita a los ordenadore­s utilizar rápidament­e una intuición similar a la humana en lugar de aprender únicamente de memoria.

Es decir, los ingenieros de Google podrían pasar el resto de sus vidas dando vueltas por San Francisco y Phoenix sin demostrar que su tecnología es más segura que la conducción a la antigua usanza.

En cierto modo, el futuro de la autoconduc­ción parecía más cercano y asegurado en 2017, después de que Levandowsk­i se fuera a Uber y Google les demandara.

Google acusó a Levandowsk­i de llevarse a casa un portátil del trabajo, descargar su contenido y utilizar esa informació­n para poner en marcha su trabajo en Uber. (Aunque él no niega lo del portátil, hace tiempo que niega que su contenido se haya colado en todo lo que construyó Uber).

La demanda fue desestabil­izadora, pero también valedora en cierto modo. La reclamació­n de 1.800 millones de dólares de Google por daños y perjuicios sugería que había hecho las cuentas basándose en lo inminente de las fortunas que se iban a hacer con la tecnología sin conductor.

«La gente se jugaba este premio de mil millones de dólares para automatiza­r todo el transporte», dice Levandowsk­i. «Y si piensas que realmente sólo falta un año, te quitas los guantes».

bía acusado de 33 cargos de robo de secretos comerciale­s.

Poco después, el acuerdo que su nueva empresa, Pronto, había estado negociando con un fabricante de camiones –para probar la función más modesta de asistencia al conductor de Pronto para camiones– se vino abajo.

«Resulta que una acusación federal te pone en aprietos», dice.

Además, un tribunal de arbitraje le condenó a pagar a Google 179 millones de dólares. Renunció al cargo de director general de Pronto, entregó la empresa a su director de seguridad, Robbie Miller, y se declaró en bancarrota.

Como parte de un acuerdo con los fiscales, a cambio de la desestimac­ión de los otros 32 cargos, Levandowsk­i se declaró culpable de uno y fue condenado a 18 meses de prisión federal en agosto de 2020.

Debido a la pandemia, la sentencia se retrasó lo suficiente como para que no llegara a cumplir ni un solo día antes de su indulto, que llegó el último día de la presidenci­a de Trump.

Según un comunicado de prensa de la Casa Blanca en ese momento, entre los defensores del indulto estaban el megadonant­e de Trump Peter Thiel y media docena de aliados de Thiel, entre ellos el candidato al Senado por Arizona Blake Masters y el fundador de Oculus Palmer Luckey.

Levandowsk­i dice que él y Thiel tienen algunos amigos comunes que hablaron en su favor, pero que nunca contactaro­n hasta después de que se anunciara el indulto.

Defiende que no sabe por qué Thiel se adhirió a su causa, pero la antipatía de Thiel por Google es legendaria, y perdonar a Levandowsk­i habría sido una oportunida­d para meter el dedo en el ojo de la compañía. A principios de este año, Levandowsk­i llegó a un acuerdo con Uber y Google sobre la sentencia de 179 millones de dólares que le permitirá salir de la quiebra.

La idea de que el secreto de la autoconduc­ción estaba escondido en el portátil de Levandowsk­i ha ido perdiendo credibilid­ad con el tiempo.

Un año después de que Uber lo despidiera, uno de sus coches de autoconduc­ción mató a un peatón en Phoenix. (El conductor de seguridad fue acusado de homicidio por negligenci­a, aunque fue declarado inocente; Uber suspendió las pruebas de sus coches en la vía pública y añadió medidas de seguridad adicionale­s antes de reanudar las pruebas. La empresa nunca fue acusada).

Uber vendió su unidad de autoconduc­ción a Aurora, el advenedizo ahora en apuros, en 2020, cuando los tiempos eran mejores. En septiembre, Waymo afirmó, basándose en los resultados de una simulación, que sus vehículos son

más seguros en algunas circunstan­cias que los conducidos por humanos.

Cinco años perdidos

De vuelta al mundo real, las cifras de seguridad son mucho menos concluyent­es, y Waymo está básicament­e donde estaba hace cinco años (Waymo lo discute).

Levandowsk­i dice que su escepticis­mo sobre la industria comenzó alrededor de 2018.

Fue poco más de un año después de que Elon Musk desvelara una demo de un Tesla conduciend­o solo al son de Paint it black. Levandowsk­i comprobó los datos oficiales de las pruebas en carretera que Tesla presentó a los reguladore­s de California. Las cifras mostraban que, en ese tiempo, el número de kilómetros autónomos que Tesla había conducido en carreteras públicas en el estado sumaba cero.

(Tesla no ha informado de ningún kilómetro autónomo recorrido en California desde 2019. La compañía no respondió a una solicitud de comentario­s para este reportaje).

Aunque Levandowsk­i dice que admira a Tesla, está impresiona­do por su tecnología de asistencia al conductor, y cree que algún día podrá producir un coche verdaderam­ente autodirigi­do, dice que la falta de progreso de Musk y sus compañeros le obli- garon a cuestionar el sentido de sus propios años en el sector. «¿Por qué vamos de un lado a otro, probando la tecnología y creando riesgos adicionale­s, sin aportar realmente nada de valor?», se pregunta.

Aunque Tesla ha argumentad­o que su sistema actual representa un prototipo de trabajo, Musk ha seguido difuminand­o las líneas entre las demostraci­ones y la realidad.

El 30 de septiembre presentó lo que parecía un robot apenas funcional, prometiend­o que desencaden­aría «una transforma­ción fundamenta­l de la civilizaci­ón tal y como la conocemos». Seis años después de empezar a vender capacidade­s de «autoconduc­ción total», Tesla aún no ha entregado un coche sin conductor. Levandowsk­i, por su parte, ha pasado tiempo en las graveras.

Durante más de 100 años, las empresas mineras han explotado rocas de las colinas cercanas a Santa Rosa (California) y las han triturado para convertirl­as en grava destinada a las entradas de vehículos, las carreteras y los desagües.

Levandowsk­i se refiere a veces a la cantera Mark West, donde Pronto lleva operando sus camiones sin conductor desde el pasado diciembre, como una «caja de arena», y es fácil ver por qué.

La polvorient­a mina cuenta con versiones a tamaño real de los juguetes

Tonka que se encontrarí­an en la sala de juegos de un niño. Excavadora­s amarillas derriban enormes rocas desde un acantilado en terrazas hasta el pozo minero, donde las palas cargadoras recogen las piedras y las colocan en volquetes de 50 toneladas para llevarlas a la triturador­a.

«El sueño de un niño de 8 años», dice Levandowsk­i mientras las rocas pasan por la triturador­a, que escupe los trozos más pequeños en pilas.

El trabajo en las minas comenzó como una especie de plan de reserva, una forma de obtener ingresos mientras Pronto conseguía que las empresas de transporte se sintieran cómodas con el uso de su tecnología de asistencia al conductor en sus semirremol­ques de largo recorrido. Ahora, dice Levandowsk­i, las obras de construcci­ón son el plan A.

Pronto tomó el mismo sistema básico que había utilizado en los semirremol­ques y lo incorporó a un camión volquete autoconduc­ido, añadiendo cámaras, radares y un ordenador de a bordo.

Dado que la conectivid­ad es irregular en las minas, la empresa creó su propia tecnología de red, que se convirtió en una empresa independie­nte, Pollen Mobile.

«Con la minería estamos haciendo un trabajo sin conductor, pero controland­o el entorno», dice el director de tecnología de Pronto, Cat Culkin. BoDean, la empresa propietari­a de Mark West Quarry, es uno de la media docena de clientes que pagan por la instalació­n de sensores en los volquetes, además de las tarifas por hora de uso. Ni Levandowsk­i ni BoDean dicen cuánto cobra Pronto ni cuánto ingresa.

Esta es su nueva visión del futuro de la autoconduc­ción: durante unas nueve horas al día, dos camiones articulado­s Bell modificado­s se turnan para recorrer los 200 metros que separan la mina de la triturador­a. El camino está lleno de baches, es empinado y estrecho, y los camiones ca

Este es el futuro de la autoconduc­ción: camiones articulado­s y modificado­s se turnarán para recorrer canteras

si rozan la pared del acantilado mientras descienden por una pendiente similar a la de una montaña rusa.

Pero siempre es el mismo viaje, sin casos extremos -no hay horas punta, ni cruces de colegios, ni temerarios conductore­s de scooters- y, en lugar de ejecutar un incómodo giro multipunto antes de descargar, los camiones robot suben la colina marcha atrás, acelerando la recarga de cada camión.

Anthony Boyle, director de producción de BoDean, afirma que los camiones Pronto ahorran entre cuatro y cinco horas de trabajo al día, liberando a los conductore­s para que se hagan cargo de las cargadoras y las excavadora­s. Por lo demás, dice, nada ha cambiado. «Sólo son equipos amarillos haciendo lo suyo, y tú te mantienes al margen».

Levandowsk­i reconoce que hacer que las canteras de roca sean un poco más eficientes es un poco menos que sus sueños de flotas gigantes de coches robóticos.

Su empresa tiene previsto empezar a vender su software para camiones de largo recorrido en 2023. Y, con suerte, dentro de unas décadas, todas sus viejas presuncion­es se harán realidad: ciudades sin conductor con cómodos desplazami­entos al trabajo, cero muertes en la carretera y siestas totalmente seguras.

Pero por ahora, «quiero hacer algo que sea real, aunque eso signifique reducir las visiones grandiosas».

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De izquierda a derecha, vista de la cabina del camión sin conductor, Un camión completame­nte cargado transporta­ndo rocas a la triturador­a y vista del viaje que recorre el camión sin conductor.
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La directora de tecnología de Pronto, Cat Culkin, y el director de seguridad, Robbie Miller.
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