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Divagaciones de una tarde de verano insulsa
Pensando que el titular de estas líneas podría ser El último buen verano de nuestras vidas opto por el usado en aras de descubrir trazas de un optimismo escapista que no encuentro.
Zona levantina compartiendo estancias entre Castellón y Alicante con varios denominadores comunes, como gran afluencia de personas en la playa y paseando (sin gastar), viviendas cerradas (sin inquilinos) e inusitado calor. Con la cesta de la compra en la mano, el personal apunta a llenar su despensa con alimentos económicos ante las alzas de los precios, marcas ‘muy’ blancas para ingestas sin lujo. Similar variable en la restauración, donde sube la carta un 20%, si bien, a pesar de los pesares, los refectorios de gamas medias y bajas están completos, pero facturan menos que otros años, pues los comensales eligen pitanzas asequibles.
Otra reflexión. Donde antes imperaba la clase media irrumpen familias de perfil menor, con mayor gasto en alojamiento pero menor en ocio, y extranjeros en edad jubilar con ánimo de alargar su estío en un clima –para ellos– mejor que el propio.
Otro punto a remarcar: el calor. Temperaturas elevadas que han mejorado las ventas de aireadores de bajo precio para conciliar el descanso pero con consecuencias en la naturaleza con incendios sin control.
El cambio climático es una realidad reconocido hasta por el propio Biden en su renovado programa presidencial; no se ha cuidado el entorno olvidando la prevención y ahora el fuego ahoga en todos los sentidos.
El verano se nos va a antojar eterno y en breve deberemos eliminar alguna estación del año. ¿Qué pensará de esto el cuñado negacionista de un expresidente del Gobierno?
Por concluir, ¿quién duda que cualquiera tiempo pasado fue mejor?