El cuento de nunca acabar

En las últimas semanas el leitmotiv de esta columna ha sido la reforma del IRPF propuesta por el Gobierno y sus consecuencias sobre los trabajadores. Con una reposada lectura, el resultado de las modificaciones enunciadas es el de siempre, pues modificado el continente permanece el contenido. Me explico.

Para lo que el legislador califica –eufemismos al margen– como “rentas medias y bajas”, el coste fiscal es similar al anterior, ya que la rebaja real es mínima. Beneficio muy reducido.

Los “ricos”, patrimonios superiores a los 3 millones de euros, pagarán algo más, pero estas personas son las que pueden beneficiarse de las estructuras alternativas que las finanzas ofrecen para reducir su imposición bien a través de banca privada o, llegado el caso, de los family offices, sea en la misma España o en paraísos homologados dentro de la UE como Luxemburgo, Dublín o, como comentaba la pasada semana, Portugal. Que se incremente su tipo por frutos del ahorro puede ser peccata minuta, en la medida que se beneficien por el uso de especiales figuras. Acaso mayor coste, pero hay recursos sobrados para afrontarlo.

Queda por analizar el impacto en la –real– clase media, la que se encuadra con ingresos de cinco dígitos, compuesta por los maltratados autónomos y por empleados cualificados. Para ellos, con una inflación más que alta y unos salarios congelados, el efecto de mantener su tipo fiscal es negativo, ya que devengan gastos superiores con iguales rentas. Estos seres son quienes deben prever su jubilación en primera persona, ya que las prestaciones públicas, si bien no desaparecerán, sí quedarán mutiladas y hoy no reciben incentivo alguno para hacerlo, en soledad con sus recursos. Siguen pagando los mismos impuestos. Arremangado el mago saca flores del sombrero que desaparecen en sus manos. Todo cambia para seguir igual.