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SEXO, OBSESIÓN Y CRÍMENES DEL LADRÓN DE LOS1.400 MILLONES POR AMOR AL ARTE

Stéphane Breitwiese­r robó más de 300 obras en 170 museos y catedrales de siete países de Europa. Cuando le pillaron, su madre lo destruyó todo. Nunca ganó un duro, sólo quería pasar a la Historia como un liberador del arte cautivo. El periodista Michael F

- Por Sara Polo

Una inmensa llamarada ascendió hacia el cielo sobre la nieve aquella fría tarde invernal en un barrio residencia­l del sur de Francia. Frente al fuego, una familia estadounid­ense extasiada lo grababa todo con el móvil. El padre estaba especialme­nte emocionado, escudriñab­a y registraba cada gota de óleo que se escurría ardiendo entre los bastidores, cada esquina de lienzo que se enroscaba y retorcía para terminar hecha cenizas. El periodista Michael Finkel había prendido fuego a una pila de cuadros en el jardín de su chalé para documentar su última obra. «Soy periodista, no tengo mucha imaginació­n», se excusa por Zoom desde su actual morada en Utah, en el centro de su Estados Unidos natal, donde ha regresado tras siete años en Francia. «Tenía que comprobar si las pinturas al óleo arden fácilmente y fue increíble: con acercar una cerilla se prende todo al instante», cuenta sobre su particular CSI artístico, que después trasladó en forma de palabras impresas a un tiempo anterior y a la mirada de una madre desesperad­a por salvar a su hijo tras descubrir un botín digno de la más surrealist­a de las novelas. «Las pinturas, eso sí, las compré en un mercadillo vecinal de esos con los que la gente vacía el trastero. No me gasté más de 40 euros en total y no creo que nadie las eche de menos», aclara, aunque reconoce que la sensación fue extraña: «No es ilegal, pero te hace sentir fatal».

Michael Finkel jura que la obsesión por su nuevo protagonis­ta no fue lo que le llevó a Francia, aunque tampoco sabe bien qué fue: «Supongo que nos apetecía integrarno­s en una nueva cultura». Habla tan rápido que a veces, se traba, y circula sin parar por los pasillos de su casa, portátil en mano, en busca de otro café. Se hará tres, allí son las ocho de la mañana. De alguien tan inquieto, tan pasional en su verborrea, no cuesta imaginar ese lado obsesivo que lo llevó a investigar durante casi una década a Stéphane Breitwiese­r, un anodino joven alsaciano que se convirtió en uno de los mayores ladrones de arte de la Historia en el cambio de siglo: a lo largo de casi ocho años robó más de 300 obras en 170 museos y catedrales de siete países de Europa. El botín ascendió a más de 1.400 millones de dólares de los que nuestro intrépido ladrón no vio jamás un solo duro. Lo suyo era puro amor al arte, en su acepción más literal y retorcida. Su biografía llega ahora a España de manos de la editorial Taurus en El ladrón de arte. Una historia real de obsesión y crímenes por amor a la belleza.

Para adentrarse en la historia de Breitwiese­r y asomarse a su misteriosa mente hay que pasarse por la buhardilla de casa de su madre, en una Alsacia que, en los últimos 150 años, Francia y Alemania se han arrebatado cinco veces. No deja de ser paradójico. El caso es que esa habitación cerrada con candado es el «cofre del tesoro» del joven, un espacio angosto y recargado hasta la angustia organizado

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Retrato del ladrón de arte Stéphane Breitwiese­r pintado en 2015 por Jean-Paul Matifat.
‘Sibila, princesa de Clèves’, de Lucas Cranach el Viejo, iba a ser vendida por 5,5 millones en Sotheby’s. Retrato del ladrón de arte Stéphane Breitwiese­r pintado en 2015 por Jean-Paul Matifat.
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