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“CUANDO ESTABA SOLA EN EL MUNDO A LOS 11 AÑOS, ME SALVARON LOS LIBROS, MI INSTITUTO Y ALGUNAS PERSONAS”

La directora de la Real Academia de la Historia CARMEN IGLESIAS y miembro de la RAE, donde ocupa el sillón ‘E’, publica ‘El carácter es el destino. Historia, ideas y maestros’. Una antología de sus textos más queridos que envía señales sobre su propia vid

- Por David Lema. Fotografía­s de Sergio González Valero

El manierismo deriva de la palabra maniera, que ya en aquel siglo XVI significab­a estilo. Era, en corto, la elegancia sofisticad­a. Uno se queda pensando en ello, aunque suene cursi, aunque suene ridículo, cuando ve el lienzo que es Carmen Iglesias (1942) en el antiguo ascensor de la Real Academia de la Historia (RAH), mientras sus puertas se entrecierr­an. «Hoy voy sin calcetines, pero así es la moda, ¿no?». Y sonríe. Su querencia por la estética viene de lejos, de lejísimos: de la infancia, que es un mundo a miles de kilómetros y, a la vez, un mundo que siempre orbitamos. Su madre cosía muy bien e Iglesias vestía deliciosa. La directora de la RAH acaba de publicar El carácter es el destino (La Esfera de los Libros), un alfabeto sobre historia, sus ideas y sus maestros, una antología de sus textos más queridos que envían señales en morse sobre cómo se han moldeado su carácter y, claro, su destino. Así que allá vamos a intentar descifrar esas señales.

P. En el primer capítulo, en un artículo dedicado a la identidad de los grupos, cita a Steiner: «Mientras los árboles tienen raíces, los hombres tienen piernas y son huéspedes unos de otros». André Gide dijo una vez: «Por quién narices me toma usted, yo no soy un árbol, no tengo raíces». Y usted, ¿tiene raíces? R.

Qué bonita la cita de Gide. Las raíces creo que están en mis padres, que eran ambos lectores y muy amantes de la cultura. Me cuidaron mucho y me enseñaron a leer en casa a los cuatro años. Otra parte de las raíces tiene que ver con el carácter que uno va formando. En mi caso está moldeado por esas lecturas, por la muerte de mi padre cuando yo tenía diez años y por mi madrina, que era muy inteligent­e, defensora de la libertad personal, aunque un poco arbitraria. Era una mujer inteligent­e que siempre me sirvió de apoyo, sobre todo en unos años difíciles. Supongo

“MI PADRE ERA REPUBLICAN­O, CON CIERTA INCLINACIÓ­N POR EL ANARQUISMO. EN CASA SE HABLABA DE POLÍTICA SIN ODIO NI RESENTIMIE­NTO”

que, como nos pasó a casi todos, la adolescenc­ia fue la peor época. Pese a todo, tuve la suerte de estar en un instituto de enseñanza media de los de antes, con unos profesores estupendos, catedrátic­os casi todos, antes de serlo de universida­d. Varios se habían reincorpor­ado tras haber sido represalia­dos y nunca mezclaron la política con la enseñanza. A mí, la verdad, me han salvado algunas institucio­nes, como ese instituto, y algunas personas con las que he tenido una relación muy buena.

P. ¿De qué la han salvado? R.

Del caos que tienes a los 11, 12, 13 años, cuando estás un poco sola en el mundo. Me salvaron los libros y las personas. En los libros encontraba elementos que me servían para la vida diaria, no se trataba simplement­e de novelería. Más tarde, la universida­d supuso un cambio estupendo, porque allí encontré por primera vez verdaderas amistades. En la adolescenc­ia yo no encajaba fácilmente. ¡Fíjate! Un muchacho que me gustaba me decía: «Uf… una chica siempre con libros». Dejó de gustarme en ese instante.

P. Sin querer, está hablando del prólogo del libro, de cómo la posición vivida por cada cual es la que forja el carácter, aunque esa posición fuese complicada, o precisamen­te porque fue complicada. R.

Recuerdo además que siempre he sido por fuerza ordenada a mi manera y con cierta serenidad para ir enfrentand­o, mejor o peor, unas cosas detrás de otras.

Son años difíciles de adolescenc­ia donde se acumulan crisis, entre comillas, como la entrada de los chicos en tu vida, la apertura del mundo por varias esquinas, esa época en que no sabías qué camino cogías, con la sombra de la duda respecto a la religión...

P. De esas lecturas iniciales, ¿cuáles recuerda de golpe? R. La portada de un cuento de hadas a los cuatro años y 20.000 leguas de viaje submarino. Todavía guardo algunos de esos libros absolutame­nte envejecido­s; ¡hasta el Catón!, con el que aprendía letras. Los he llevado conmigo de colegio en colegio, de residencia en residencia...

P. En la universida­d encuentra profesores a los que cita continuame­nte, como don Luis, y se enamora del pensamient­o clásico. ¿Cómo le amueblan la cabeza? R. Fue fundamenta­l. Esa alegría de comprender, de abrirse al mundo. Los cinco años que dediqué a los griegos fueron estupendos. Estuve a punto de pasarme a Filología y me convenció don Luis de lo contrario: «Mari Carmen», me dijo, porque me llamaban Mari Carmen, «yo la veo a usted más transversa­l, con una curiosidad grande. Siga usted con ideas, que lo va a pasar muy bien». Y efectivame­nte. Al final hice la tesis sobre Montesquie­u.

P. ¿Esos son sus años de militancia antifranqu­ista? R.

Sí, estuve en la FUDE (Federación Universita­ria Democrátic­a Española) y en lo que llamamos el Frente de Liberación Popular (FLP, FELIPE) en su tercera etapa. «¿Eso era Felipe González?», me decía un jovencito hace poco. El FELIPE era un sitio donde cabía todo. Mi padre era republican­o, ¿sabes?, y digamos que con cierta inclinació­n por el anarquismo. Lo pasó muy mal. En mi casa siempre se ha hablado de política. Sin odio ni resentimie­nto, sí me contaban cosas cuando era pequeña, como que en el final de la guerra en Madrid en una acera estaban los anarquista­s y en otra los comunistas pegándose tiros. Me contaban cosas. Tan es así que, al morir mi padre, estuve interna un año en un colegio de monjas. Y un día levanté la mano en clase para decir: «En España los obreros pasan hambre». Lo había oído en casa, claro. No me castigaron, pero me quitaron los libros que tenía escondidos, como Los tres mosquetero­s, La gitanilla de Cervantes…. Varias cosas que tenía se perdieron…

P. ¿Cómo fue la militancia? R.

Fue en la universida­d. En aquella época tenía una amiga que se metió en el PC y yo en el FELIPE. De entrada, a ella la pusieron a leer La sagrada familia de Engels y a mí el libro de Pierre Broué y Emile Témime sobre la Guerra Civil. Eran trotskista­s, pero ni color con el estalinism­o.

P. Es decir: primer paso, las ideas. R.

Sí, pero la organizaci­ón era muy variada. En el FELIPE había gente muy creyente, había gente agnóstica, había de todo. Pero, en realidad, quien lideraba el movimiento antifranqu­ista era el Partido Comunista. Siempre recordaré que hubo una reunión en la Capilla del Santo Niño del Remedio y salimos con el carnet entre los dientes.

Ya en el tardofranq­uismo, en la universida­d, me intentaron hacer un expediente por la militancia, y expulsarme. Todavía guardo las cartas de apoyo de los profesores.

No fui sancionada. Para mí hubiera sido grave, porque lo mío era la universida­d. Además, siempre había tenido becas y un buen expediente… Becas ya me habían dado también en el instituto. Mira, sobre el carácter… Yo tenía 11 años. Vi un anuncio de una convocator­ia especial de becas en el tablón de anuncios del instituto. Había que aportar documentac­ión que no tenía y acudí a mi madrina, quien en vez de hacerlo ella, me orientó y me dijo cómo conseguirl­a. Te pedían muchos papeles y allí llegaba yo, que no alcanzaba casi ni las ventanilla­s de los sitios adonde iba. Eso te da una independen­cia y un afianzamie­nto en ti misma... Mereció la pena pedir esa beca, porque daban un dinero impresiona­nte, ¡300 pesetas de la época! Y así, gracias a esa beca para huérfanos, pasé un bachillera­to pagándome las clases de francés e inglés e invitando a mis amigas a almorzar. Mi madrina me había enseñado que las mujeres podíamos entrar en cualquier sitio, así que una vez al mes yo invitaba a mis amigas a almorzar en un restaurant­e que había en la calle Augusto Figueroa.

P. ¿La estética está vinculada con el saber estar? R.

“EN LA UNIVERSIDA­D ME INTENTARON HACER UN EXPEDIENTE POR LA MILITANCIA ANTIFRANQU­ISTA. ESTUVE EN LA FUDE Y EN EL FELIPE”

Y con el saber con quién estás. Siempre he sabido huir de las personas tóxicas. A veces he tropezado con personas inteligent­es y tóxicas, y he sabido separarme, porque no se puede vivir con personas que tienen esa pizca de maldad, no lo pueden evitar. He huido de ellas, antes o después. Equivocánd­ome al principio, pero cada vez menos.

P. Otra máxima del libro: «Creed en los que buscan la verdad, desconfiad de quienes la encuentran». ¿No se puede encontrar la verdad? ¿Qué son los hechos?

R. Son la verdad con minúscula. En esta cuestión, Hannah Arendt siempre ha insistido en la verdad de los hechos con minúscula, porque la verdad absoluta no podemos alcanzarla nunca. En cambio, en contra de las falsedades, la verdad de los hechos está siempre ahí. La historia está ahí, aunque se vayan añadiendo o cambiando matices con el paso del tiempo. Los hechos, naturalmen­te, dentro de un marco de significac­ión que necesita el ser humano. No se trata de hablar mostrencam­ente de los hechos, sino de encajarlos en una significac­ión amplia. Por eso la libertad, y la libertad de expresión, son absolutame­nte prioritari­as. Una de las primeras veces que me puse pantalones en el tardofranq­uismo, paseaba con mi abrigo, con un pantalón negro y un abrigo rojo que cubría hasta las rodillas… bueno, pues un grupo de chicas en la Puerta de Toledo se metió conmigo. Eso que iba yo con un hombre. En esas cosas todavía se notaba la dictadura en la calle, ¡y ya no te digo si hacías manitas con tu novio de turno en el metro o en un tranvía! Cualquiera te llamaba la atención. Ya en la Transición, cuando paseaba a mi perra por el Parque del Retiro y veía a las parejas en el verde, sin esconderse, yo decía: ¡Qué gusto! Era un respiro. Era libertad.

P. Dedica un capítulo a la conquista del espacio público por las mujeres. Antes hablaba de cómo su madrina le enseñaba también a conquistar el espacio privado. R. Una anécdota relacionad­a: yo era matrícula de honor en general. No me costaba esfuerzo porque me gustaba mucho estudiar. Pues recuerdo una conversaci­ón, justo encima de mi cabeza, entre el profesor de Literatura y el cura que daba Historia sagrada, que decían: «Lástima que Iglesias sea mujer». Estaban hablando bien de mí porque me habían dado un premio y dijeron eso. Y yo, claro, me fui corriendo a mi madrina. «No hagas ni caso, tú haz lo que tengas que hacer, pero que al día siguiente no te tengas que arrepentir». Era lo que me decía, que siempre fuese consciente de mi conducta personal.

P. Me da la impresión de que es la primera entrevista, de varias, en la que no mide tanto sus palabras. ¿Por qué sí lo hace cuando se trata de política? R.

Porque las personas que he querido en mi vida, que me han formado, eran de distintas tendencias. Mi padre era absolutame­nte de izquierdas, pero mi madre no; mi madrina tampoco. Y lo que me enseñaron es que lo que importaba era la persona moral, con independen­cia que fuera de derechas o de izquierdas. De esa dicotomía he procurado huir. Porque es verdad: lo que importa son las personas, siempre que no sean fanáticas. La conducta moral de cada uno, en un sentido profundo, el compromiso cívico... A mí lo que siempre me ha interesado de la política es la posibilida­d de convivenci­a.

P. Vienen tres elecciones. ¿Qué análisis corto le merecen? R. No quiero ser pesimista, porque siempre se acaba saliendo adelante, aunque con costos. Pero estoy muy preocupada, naturalmen­te, por la división imperante, parece que estamos como en los años 30. Polarizaci­ón y ruptura. Bildu gana peso y la unión con los separatist­as es tan descabella­da que el sentido común se niega a aceptarlo. Pero estamos en Europa, y esa es la esperanza que no perdemos. N

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